Durante las festividades del Centenario de la República Chilena en 1910 se organizó una brillante Exposición que pasó desapercibida entre tanta vorágine, pero que logró recolectar los más importantes objetos de nuestra reciente historia patria. Un conjunto de obras que posteriormente sirvió de base para conformar la colección del actual Museo Histórico nacional.
Fue además la última gran celebración en un mítico palacio de Santiago, cuya fachada de pesadas líneas medievales se esfumó 20 años después.
Corrían los primeros meses de 1873 y parecía que Chile se adentraba en un ferviente ambiente modernista. Los nuevos adelantos tecnológicos, el ferrocarril, las importaciones y las riquezas mineras habían hecho de Santiago y otras ciudades, incipientes focos de higiénica forma de vida. La Capital estaba cambiando su fisonomía con las intensas labores urbanísticas del Intendente Vicuña Mackenna, quien además de preocuparse del alcantarillado, tuvo la acertada idea de remecer la memoria histórica de los ciudadanos organizando una gran Exposición.
La Exposición del Coloniaje
Mobiliario y pinturas en la Exposición de 1910 |
Con hábil sentido patrio devolvió al antiguo Palacio de los Capitanes Generales- hoy el edificio del Museo Histórico Nacional- ese aire colonial perdido por la intensa vorágine afrancesada. En el zaguán dispuso una antigua Calesa, que servía de boletería. En el interior se instalaron más de 600 objetos, todos prestados por miembros de la antigua aristocracia criolla, donde en orden cronológico se podía encontrar Platería indígena anterior a la conquista, retratos de gobernadores, el retrato del rey Carlos V de España atribuido a Tielano. El acta de fundación de Santiago con la firma de Pedro de Valdivia, la Virgen del Socorro, armaduras, muebles tallados, platería litúrgica, tallas de los jesuitas, sombrillas del virrey peruano, el bastón del Abate Molina, objetos que pertenecieron a la Quintrala y el Corregidor Zañartu.
Las otras salas mostraban un cariz más independentista, exhibiendo retratos de militares y pipiolos muchos de ellos atribuidos a Mulato Gil. Las reliquias de José Miguel Carrera, los sables de la Batalla de Graneros, banderas –entre ellas la de Burgos arrebatada en la Batalla de Maipú- e innumerables casquillos y cañones.
El intendente Vicuña Mackenna continuó su recopilación hasta 30 años entrada la República, considerando 1851 como el paso a la Modernidad. Esta notable exhibición se inauguró el 17 de septiembre de 1873 y fue conocida como la Exposición del Coloniaje.
Cuando faltaban sólo meses para el Centenario, don Luis Montt, hombre de gran nivel intelectual y bien posicionado dentro de la sociedad chilena, organizó una comisión para revivir la Exposición del Coloniaje, esta vez como parte de las festividades de 1910, que llevaría el título de Exposición Retrospectiva del Centenario e incluiría objetos de valor artístico del siglo XIX.
Desgraciadamente la repentina muerte de Montt en 1909 dejó a la comisión la difícil tarea de recopilar los objetos. Teniendo en mano los antecedentes de la exhibición de 1873, contactaron a las antiguas familias donantes y publicaron anuncios pidiendo obras de relevancia, petición que fue ampliamente aceptada, adquiriendo cientos de obras.
El lugar de la Exhibición, debido a la gran cantidad de objetos recopilados, debía ser enorme y bien ubicado, considerándose la vetusta residencia de la familia Urmeneta en la calle de las Monjitas para ser la sede oficial de la exposición.
El Palacio Urmeneta
La minería de Tamaya y los avatares comerciales habían hecho de José Tomás Urmeneta el industrial más rico de Latinoamérica en la década de 1860. Como todo hombre de categoría necesitaba de una residencia a su altura, y en 1868 compra un extenso solar en plena calle Monjitas, entre San Antonio y Mac Iver, para alzar un palacio bávaro que era posible ver desde el escarpado Santa Lucía.
El Palacio Urmeneta |
Las obras las encomendó a Manuel Aldunate y Avaria, reconocido arquitecto chileno, quien con la libertad de fondos y una enorme creación artística construyó un fantástico castillo del Medioevo, de altas torres, ventanas ojivales, vitrales, almenas medievales, extensa buhardilla y secretos pasajes. La totalidad de la construcción ascendía los 3300 metros cuadrados, sobre un terreno de 3000 metros, que incluía vivienda de servicio, cocheras, portería y un extenso jardín.
El interior sobrecogía: un Hall central profusamente decorado con volutas y arquerías góticas, daba paso a una caja de escalera iluminada por gruesos vitrales traídos de Inglaterra. A los lados lujosos salones con piso de parquet dibujado, chimeneas de mármol, muros entelados y enmaderados, eran complemento al exquisito mobiliario hecho a medida en Europa.
La casa contaba además con adelantos tecnológicos como un ascensor tan grande como un dormitorio común, timbres para el servicio, sistema de iluminación a gas y posteriormente uno de los primeros en utilizar luz eléctrica. El señor Urmeneta fue mecenas de muchos artistas y en los altos se almacenaban las pinturas de tantos artistas que ayudó. Se decía también que la casa contaba con pasadizos y escaleras de caracol que recorrían toda la casa, e incluso algunas tenían una salida especial a calle Monjitas, donde se alzaba un enorme muro con rejas y faroles, que daba la bienvenida al palacio, entre hiedras que trepaban las torres y una magnífica escalinata resguardada por figuras épicas.
La Exposición retrospectiva del Centenario
Salón del palacio con objetos de la exposición |
Con la muerte de Montt, el nuevo presidente de la comisión don Joaquín Figueroa Larrain encargó a Nicanor Molinaire la recolección de objetos y su curatoría. Tras muchos conflictos se trasladó la exposición definitivamente al Palacio Urmeneta y fue inaugurada el 21 de septiembre de 1910.
La residencia ofrecía vastos salones donde disponer los innumerables objetos que fueron llegando, incluso cuando ya la exposición había comenzado. No faltaron las críticas por la falta de orden y estética al montar las exhibiciones, pero si halagaron el enorme esfuerzo por recopilar tal cantidad de obras, de todos los estilos y enorme valor artístico.
Además de la mayoría de los objetos que formaron parte de la Exposición del Coloniaje, como la Imprenta de Camilo Henríquez, la Virgen del Socorro, armaduras y cañones; ahora era posible ver memorables piezas de fines del siglo XIX que mucho más tenían que ver con los cambios sociales e históricos que había vivido el país años atrás. Estaban ahí por ejemplo los engalanados retratos que pintó el francés Monvoisin del General Borgoño y algunas damas de sociedad. Las armas y sables del General Freire, el lujoso mobiliario de papel maché que regaló Napoleón III a la hija del General Blanco Encalada, la desdichada Teresa -de belleza legendaria-, que murió trágicamente.
También el manuscrito original de la canción nacional escrita por Ramón Carnicer, piezas de arte religioso sacados de la catedral como casullas de seda y oro, o los cálices cincelados por Benvenuto Cellini. Diversas pinturas de Van Dyck, Montañez, Rubens y Rembrandt. Otras más de pintores renacentistas. Gobelinos y mobiliario de los siglos XVII y XVIII.
Llamaron la atención dos “primitivos” de la segunda mitad del siglo XIV, pertenecientes a Javier Larraín Irarrázabal y a José Víctor Gandarillas, que dejaron ver el refinamiento de la talla renacentista y el espectacular muestrario de arte sagrado.
“La Exposición Retrospectiva del Centenario instalada en el Palacio Urmeneta (hoy propiedad de don Ramón Subercaseaux) es una de las partes más significativas e interesantes de la celebración de nuestro centenario; y será aquella de que guardemos más largo recuerdo, habiéndonos causado a la vez vivísima expresión de arte y severa enseñanza del pasado” Revista Selecta, 1910.
Es cierto que la Exposición Retrospectiva fue opacada por la Exposición de Bellas Artes, el enorme esfuerzo que consiguió montar en un solo espacio la mayoría de las obras que conformaron nuestra identidad nacional, puso en evidencia la necesidad de contar con un Museo Histórico presencial e importante.
Primitvos en un Salón |
El Hall con objetos de la exposición |
Tan sólo veinte años después, ya en remate, se pensó en la compra del Palacio Urmeneta para instalar ahí el tan ansiado museo. Pero la crisis no pudo concretar la adquisición, demoliéndose la magnífica residencia dos años después, en 1932.
Su pérdida marcó el inicio del fin del patrimonio decimonónico, que sucumbió a medida que el siglo XX avanzaba. E impidió a las nuevas generaciones conocer en profundidad el espacio que albergó una de las más importantes exposiciones del Centenario.
Mario Rojas Torrejón
Fernando Imas Brügmann
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