Noches en vela y enfermedades estomacales fueron los problemas más simples que debió vivir el ministro a cargo de las actividades del Centenario. Un espectáculo que deslumbró lujo en 1910, y que supo ocultar una serie de anecdóticas situaciones, desde una delegación entera atrapada en un palacio, hasta la falta de sillas en las ceremonias del congreso. Estas y otras peripecias nos relata el autor en sus memorias íntimas, como un fiel testigo de lo que realmente fue nuestra primera gran celebración patria.
Carlos Morla Lynch nació en 1885, era hijo del distinguido diplomático Carlos Vicuña Zalldívar, y la hermosa sobrina del General Lynch, doña Luisa Lynch Solar. Tuvo una amplia carrera diplomática, también fue periodista y poeta, bajo el seudónimo de Almor. Cuando estalló la Guerra Civil Española era Embajador en ese país, convirtiendo la Embajada en un refugio, forjando amistad con grandes personajes como Pablo Neruda y Federico Garcia Lorca; y salvando a muchos perseguidos que encontraron asilo en nuestro país. Murió en 1969.
En 1910, Chile se disponía a celebrar su centenario de la república y el señor Morla con apenas 25 años, fue nombrado Introductor- Ministro de protocolo de los festejos- debiendo coordinar la mayoría de las celebraciones y recepciones, así como también custodiar y atender a las diversas delegaciones extranjeras que comenzaron a llegar en septiembre al país.
Sin duda alguna el trabajo de Carlos Morla fue estresante.En un ambiente de euforia y optimismo, era él el encargado de mantener la brillantez de los festejos, y preocuparse de que todo estuviera en orden y siguiera el protocolo diseñado.
El Centenario fue la ocasión especial para que Chile saliera al mundo, y demostrara ser una sociedad moderna, próspera y sofisticada, por lo que el Gobierno había invertido una enorme cantidad de recursos en un ambicioso plan urbanístico de transformación de Santiago, y otra gran cantidad de dinero en extravagancias necesarias como banquetes, recepciones y el comentado juego de victorias y coches construidos en Francia, tan lujosos que fueron exhibidos en el Petit Palais antes de ser embarcados al país.
No hace mucho además, la vecina nación Argentina había derrochado fastuosidad en sus propias celebraciones centenarias, por lo que el Gobierno Chileno no quería parecer menos elegante; y pretendía además, con estos festejos, terminar con la mala estrella que se había puesto sobre el país; precipitando hace algunos años un terremoto, y recientemente la sucesiva muerte del Presidente Montt y el vicepresidente, a sólo meses de las celebraciones oficiales. Esperaban ahora que la alta figura de Emiliano Figueroa, tan elogiada por su porte magnífico y distinguido, no sucumbiera ante la mala racha, y Chile pudiera celebrar sus 100 años como habían venido haciendo la mayoría de las naciones americanas.
13 de septiembre. Carlos Morla se dirigía agotado hacia su casa, después de despedir al Presidente Figueroa que partía a Valparaíso, deseando sólo poder dormir. Ya en camisa suena el teléfono y el mozo lo despierta, desesperado. “Señor Morla, no se imagina usted lo que ha pasado..! Es atroz, horrendo e inaudito… las delegaciones centroamericanas están atrapadas en el Palacio Nieto, porque la servidumbre en pleno, se fue a festejar llevándose el manojo de llaves…!”. Corriendo atraviesa la Calle Vicuña Mackenna, y en las ventanas del palacio observa como sus huéspedes miran por las ventanas pidiendo ayuda. Con una escalera que sujetan a un balcón hacen bajar a las damas y sus maridos, pidiendo las más profundas disculpas. Por supuesto de las llaves nunca más se supo, porque entre la bebida y los fuegos artificiales, se perdieron en algún arbusto de la Alameda.
El control de las legaciones extranjeras fue un verdadero dolor de cabeza para Morla. Tan numerosas como temperamentales, cada comisión llegó a Santiago, debiéndose al carecer la ciudad de grandes hoteles, pedir a las más altas personalidades de sociedad, prestar sus residencias y alojar a estos distinguidos huéspedes, a cambio de un suculento pago de 30 a 50 mil pesos. La gran comitiva Argentina, quizás la más esperada, se alojó en la casa de la familia Edwards en Morandé con Catedral; en la de Adela Pérez, Luis Lagarrigue y la de Pilar Opazo de Noguera. La delegación Española en la residencia de Claudio Matte; la delegación de Japón en la casa de José Ignacio León. Estados Unidos en la casa de Alejandro Fierro; Alemania en la suntuosa residencia de Ismael Tocornal; Italia en la casa de Enrique Villegas; Inglaterra en la fastuosa casa de Ricardo Lyon; Bolivia en la de Carlos Grez. Brasil y México en el Palacio Meiggs; y el resto de las delegaciones centroamericanas, menos numerosas, fueron alojadas en el gran Palacio de la familia Nieto, en calle Vicuña Mackenna. Famosa fue esta estadía, por el suceso antes mencionado, y por las continuas disputas entre las señoras de los embajadores, que hicieron de la convivencia un infierno por largos días, debiendo ser mediador muchas veces del conflicto, el citado Carlos Morla.
La llegada de las delegaciones fue todo un acontecimiento, y un martirio para el Ministro. Cuando llegó el representante de Estados Unidos, Mr. White, tan sencillo y amable, éste se perdió de su comitiva, subiendo a otro carro, mientras la Estación Central era inspeccionada con locura para encontrarlo. La delegación Ecuatoriana traía al arrogante ex presidente Luis Cordero, de aguileña figura, que llamaba a Chile su segunda patria, derramando lágrimas en cada pie de cueca e himno patrio, debiendo ser atendido por médicos en numerosas oportunidades. La esperada delegación Francesa traía un espectacular jarrón sévres para intentar compensar la falta de esfuerzo al enviar a un solo represente, Monsieur Paul Desprez. La interesante figura del Barón de Rio Branco, representante del Brasil, animó con su cordial conversación y su impecable sentido del humor, todas las recepciones, salvando más de un episodio desagradable. De Italia y España, dos nobles: el Duque de Arcos con su señora, y el Marqués de Borsarelli, ambos atendidos con especial cuidado y protocolo. Un exótico personaje también llegó desde Japón, el Marqués de Inouyé, que en su recibimiento en el Palacio de la Moneda, al carecer la orquesta de un himno nacional japonés, intentó disimular uno, causando por los instrumentos nada de orientales, un ruido estrambótico y horrendo; aunque el embajador japonés cortésmente jamás se quejó, por lo menos en castellano.
A cada representante se le asignó un secretario y acompañante, entre los más notables miembros de la alta sociedad; que no sólo los recibían en su casa, si no que debían agradarles y hacer entretenida su estadía, generando un gran vacío económico, que no dudaban en aquejarle al colapsado señor Morla. “Su excelencia a querido lustrarse los zapatos, su excelencia ha ido por limonada, su excelencia ha pedido grandes banquetes; y el dinero que dan no alcanza y he desembolsado de mis rentas personales”… -“Háganlo por amor patrio…” decía el Ministro Izquierdo, otro personaje de gobierno que debió soportar la locura del Centenario.
16 de septiembre. Llega la esperada comitiva Argentina a la Estación Central. Era tan numerosa como deslumbrante, su excelencia el Presidente Figueroa Alcorta venía acompañado de su mujer e hija; lo seguía una comitiva de altos funcionarios, ministros y senadores, todos con su mujer, que según se cuenta fueron aclamadas por su belleza. Como parte de la comitiva de recibimiento, el Presidente, los ministros y los altos funcionarios; fueron acompañados por ilustres miembros de la alta sociedad, y cientos de personas que se agolparon en las cercanías de la Estación Central para presenciar el acontecimiento. Entre las señoras estaba la hermosa Olga BUdge de Edwards, Teresa Cazotte de Concha, Elena Ross de Tocornal, Carmen Blanco de Vergara, que fueron asignadas como acompañantes de la Primera Dama Argentina, conocida por su temperamento delicado.
El Presidente Chileno recibe fraternalmente a Figueroa Alcorta, Presidente Argentino, y le dice: “Ilustre mandatario argentino, has llegado a tu patria. El suelo chileno se enorgullece de tener hoy como huésped al gran presidente de la república hermana”. Y así comienza el recibimiento, la multitud vitoreando y la orquesta deslumbrando con honores patrios. Son 36 los vehículos que llevaran a los dignatarios hacia La Moneda, entre coches, victorias y vis a vis. Las damas se disputan los coches o discuten con sus maridos, que entre la conmoción han olvidado sus modales, y no pasan su mano para ayudarlas a subir. Inician su desfile por la Alameda, la gente desborda las veredas. Oficiales del ejército y la orquesta presiden, tras ellos los coches que transportan a los ministros y senadores argentinos. Las victorias con las señoras argentinas y chilenas, entre ellas Clarita, la hija del presidente argentino, y la popular señora de Marcó del Pont de Rodriguez Larreta, famosa por su belleza y exuberante juego de joyas. Continúa el personal del ejército, que custodia los landeau de gobierno, con los más altos funcionarios, y la escolta presidencial, que resguarda al final del desfile, los coches a la Daumont, que llevan a sus excelencias los Presidentes Figueroa Alcorta y Figueroa Larraín; y las primeras damas de Chile, Leonor Sánchez; y de Argentina Josefa Bouquet. De los balcones caen flores, guirnaldas de rosas y claveles. El desfile es alegre y hermoso. En la Plazuela de La Moneda rinden honores el colegio militar chileno y argentino, entre una multitud de banderitas de ambos países.
El ingreso a La Moneda es caótico, la banda militar toca una música infernal, y el gentío es tal que el protocolo ya no se aplica, haciendo ingresar a todos, al enorme Salón de Honor, para luego salir en comitiva, y llevar al Presidente Argentino y su mujer, al Palacio Edwards.
Problemas tiene la Primera Dama argentina, Josefa Bouquet de Figueroa, de temperamento frágil y resuelto, parece sofocada por el calor, se abanica rápidamente… está aburrida de disimular sonrisas, y soportar saludos, olores, gentío y el barullo. Un ministro argentino amigo de Morla, le confidencia al oído:- “será conveniente evitarle desagrados, por cuanto la interesante dama es en extremo sensible”. Y si que lo supo Morla, la Señora de Figueroa Alcorta, sería protagonista de delicadas situaciones en donde el protocolo se iba por la borda debido a su temperamento explosivo.
Esa misma noche, don Enrique Concha y Toro ofrece una recepción privada en su magnífico palacio morisco de la Alameda, en honor al Presidente Argentino. Morla no puede sino decir maravillado: “A media noche, hora en que llegaron los Excmos. Señores, era aquello una visión espléndida, maravillosa, de las mil y una noche es que no tenía nada que envidiarle a los fastuosos saraos de Aladino o de Ali Babá. Y luego la belleza de las mujeres... empezando por la dueña de casa, armónica y sabiamente ataviada, como una reina del oriente, en ese recinto bizantino.”
17 de septiembre. Se pone la primera piedra al Monumento del Ministro Zenteno en Alameda, donde habla el Ministro de Guerra, Carlos Larraín Claro; y el diputado argentino Adrián Escobar, un conquistador que sin turbarse por las miradas de las jovencitas, derrochó simpatía, y suspiros entre toda la concurrencia.
Carlos Morla no asiste a la inauguración del Palacio de Bellas Artes, importante edificio, tan lujoso que las calles adyacentes fueron cubiertas de ripio, para que cuando ingresaran los invitados a los marmóreos pavimentos, no los ensuciaran. También se inaugura el hermoso Monumento de la Colonia Francesa a la misma hora, pero el ministro está tan ocupado por la ceremonia de la Sesión Solemne en el Congreso a las 16 horas. Acarrea las sillas el mismo, y camina por las calles entre el Congreso y La Moneda, arreglando los últimos imprevistos. De repente una multitud que tiene bloqueada la esquina de Estado y Huérfanos, sorprende al ministro, que ve en ese gentío un impedimento para que las delegaciones lleguen al Congreso a la hora. Pregunta a un policía qué pasa, - “Inauguración de los almacenes Gath y Cháves”.
La ceremonia en el congreso se inicia con cuatro veces más invitados y pocas sillas. A codazos y empujones los más osados se sientan, y los más campechanos, prefieren ver la ceremonia de pie. A murmullos todos comentan la belleza de la señora de Rodriguez Larreta, mientras otra gran matrona argentina duerme con descaro sentada en su silla. Un escándalo de pájaros y gatos, llama la atención. La distinguida primera dama argentina está sofocada, y nerviosa; y ha dado un pellizco a su hija, causando la ira de la joven que intenta disimular educadamente su odio. Otro altercado, Cornelio Saavedra reclama por la falta de sillas, y grita en plena ceremonia, que los diputados chilenos están de pie y quiten sus asientos a los argentinos. Qué impertinente.
Entre figuraciones y discursos, culmina la ceremonia el delegado Uruguayo, el poeta Rodó, que pronuncia acertadas palabras, casi mágicas, que calman y llaman la atención de toda la concurrencia.
Una señora argentina sofocada por el calor, ha perdido los estribos, y olvidando protocolo y elegancia, grita desesperada ante su dama de compañía “Déjeme tranquila, ya no puedo más, estoy loca!...Jamás he sentido más calor que hoy, más cansancio, mas sofocación y mis pies nunca me habían dolido tanto…”. Y todo el esfuerzo del señor Morla para que fuera perfecto; de repente la farsa en que Chile estaba empeñado llega de golpe, una ceremonia que costará un ojo de la cara al país, mientras hay gente con hambre a pocos metros… y nada resultó; aunque eso ahora es parte de harina de otro costal.
18 de Septiembre. Se inicia a las 9 de la mañana, con la llegada del Ejército patriota desde Maipú, que desfilan por Bascuñán Guerrero hasta llegar a la Alameda y la Estatua del General San Martín. Los presidentes se dirigen luego a poner la primera piedra del Monumento a la Independencia frente al Parque Cousiño, y luego a la Catedral al Te Deum. Qué molestos salen todos de ahí, los beatos y sacerdotes llenan los primeros asientos, y muchos quedan de pie. Hay que procurar tener un asiento para el nuevo presidente electo, don Ramón Barros Luco, tan sencillo que no le importó sentarse en segunda fila; y soportar el barullo que armará Monseñor Sibilia, al encontrar que el asiento asignado no se ajustaba a su personalidad eclesiástica; y pasar sin mayor aviso, al Altar Mayor junto a los altos sacerdotes chilenos. Se termina y las puertas de la Catedral se abren, apenas pueden salir los invitados, la multitud es enorme. El desorden es tremendo. “El Cuerpo Diplomático no logra salir de la Catedral e, involuntariamente, pienso en la tragedia que sería el Incendio de la Compañía. Ambos Presidentes esperan en la calle, en medio del estiércol de los caballos. He perdido mi sombrero y-no sé por qué -tengo otro en la mano que no es mío”. Dice Morla.
Se van todos a un Lunch en el Palacio de La Moneda. Hay muchos jóvenes en esta ocasión, hijos de ministros que se suman a la comitiva a última hora, y molestan a Morla que no puede ubicarlos en la sala, y debe soportar sus reclamos: “Solicitan afanosamente medallitas y placas conmemorativas...(Han de ser de las de oro). Agotada mi paciencia, declaro que no las hay.
-En Buenos Aires las había a destajo, me responden. -En Chile se acaban, declaro”.
El día termina con un restringido Garden Party en el Cerro Santa Lucía ofrecido por la Municipalidad; y una gran función de Gala en el Teatro, un gran espectáculo donde los palcos desbordaron elegancia y lujo, repletos de dignatarios con uniformes oficiales, bellas damas con escotes primorosos, que ocultan tras deslumbrantes brillantes. En la galería, los peculiares “rotitos” chilenos, lanzan miradas atrevidas y frases chispeantes, que hacen ruborizar a todas las elegantes.
19 y 20 de septiembre. A las 9 de la mañana el Duque de Arcos, representante de España, inaugura el Monumento a Ercilla, muy cerca del Parque Cousiño. En auto se dirigen los representantes chilenos y argentinos, y en especial la Primera Dama trasandina, a entregar en el Hospital del Salvador, una cuantiosa limosna a la madre superiora Sor Leonidas.
El Almuerzo hoy se realizará en el lujoso Palacio Edwards, donde aloja su excelencia Figueroa Alcorta, y que ha organizado una suntuosa recepción, invitando al presidente, altos ministros y las más elegantes damas de sociedad, como agradecimiento por sus labores. El presidente Chileno ingresa por la escalinata de mármol blanco, al lujoso salón delimitado por columnas de mármol rojo. En el centro lo reciben sus excelencias trasandinas, y rodeándolos están las distinguidas damas chilenas, despampanantes y elegantísimas. Especial atención muestra el presidente Argentino con doña Luisa Lynch de Vicuña, madre de nuestro cronista, que sirvió junto a su marido Carlos Morla Vicuña, muchos años en Buenos Aires, donde era recordada ampliamente por su belleza y cordialidad.
Figueroa Alcorta ofrece su brazo a la noble señora, que ingresa junto a él y se sienta en la cabecera, presidiendo el lujoso comedor. Una sorpresa se encuentran las mujeres chilenas bajo las servilletas, tienen como regalo preciosas joyas. Que cortesía, y buen gusto.
La revista militar en la elipse del Parque Cousiño fue magnífica. Llena de halagos al ejército y a los pequeños boys scouts. Las ceremonias son interminables, a las 17 hrs una matineé en el Club de la Unión, donde nuevamente la señora Marcó del Pont se luce, e invita a un banquete en su palacio en honor a los senadores y ministros. Una recepción que a pedido del ministro argentino debió organizar ese mismo día el cansado señor Morla. Tras una ceremonia sobresaltada, todos se dirigen nuevamente al Palacio Edwards, donde el presidente ofrece un baile. En el camino, a lo lejos, se ven los fuegos artificiales del Cerro Santa Lucia.
El día siguiente se inicia con la ceremonia al Monumento Ohiggins, estrambótico y ruidoso, pero lleno de emoción patria. Se continúa en victoria hacia la Plaza Colón, donde se inaugura el Monumento de la Colonia Italiana. Y después de las 12, todos se dirigen hacia el Club Hípico, para el gran almuerzo ofrecido a todas las delegaciones extranjeras. El paraje es increíble, y al fondo se ven correr los caballos. Entre todos los concurrentes, el duque de Arcos se levanta, y con copa en mano entrega el saludo oficial de su Majestad el Rey de España.
En la tarde, asiste a una pequeña recepción que ofrece la señora Lynch en su casa, a todas las señoras argentinas, un cotorreo que no dejó descansar al pobre Morla.
Más tarde un nuevo banquete en el Club Santiago, todos los elegantes tienen en su cara un aspecto de cansancio y amargura. EL deslumbrante baile queda para los más jóvenes, el Presidente argentino está desparramado en su silla, haciendo ademanes de cortesía nada corteses. Al final de la noche se produce otro suceso. Nadie encuentra en la guardarropía sus cosas, todos se agolpan e intentan buscar sus pertenencias. De repente, la primera dama argentina, se escabulle entre la multitud y mal humorada, pellizca a la señorita de servicio y lanza todas las capas de piel por los aires, para que las busquen y puedan irse a casa. Qué mujer, Morla le ofrece ayuda. Ella responde – “No me hable por favor, que lo agradeceré”. Cómo comprender a esta distinguida trasandina.
21 de septiembre. Los festejos culminan oficialmente, para el alivio de muchos. Una recepción en La Moneda, de despedida. El júbilo en los rostros de los Figueroas, de las primeras damas, de los ministros, de los obispos, de los senadores y diputados. Un alivio para todos que tenían los pelos de punta estos días de celebración.
Un nuevo desfile se inicia desde el Palacio, hacia la Estación Central, nueva multitud, coronas de flores, gritos y aplausos. En al puerta de la estación a Morla le llega un obsequio de Su excelencia Figueroa Alcorta, una cigarrera y una fosforera de plata.
Vivaaaa! Grita la concurrencia, mientras el ruido de la locomotora estremece la enorme estación de metal francés. Los presidentes se despiden afectuosamente, sacan la cabeza por las ventanas los ministros y sus señoras, la chica Figueroa Alcorta se despide del señor Morla con una rosa y una sonrisa. En fin, vuelven a Argentina.
EL día ha sido agitado, el Concurso Hípico, la inauguración del Monumento Suizo, una fiesta bomberil en el Club Hípico. El representante de Estados Unidos, Mr. White, celebra un banquete en su casa. Qué agotador día, y aun el señor Morla no puede dormir.
Los siguiente días son parecidos, aunque mas calmados, recepciones y banquetes, bailes se suceden día tras día, hasta que a fines de septiembre, las delegaciones comienzan su marcha hasta sus propios países. El señor Morla, puede por fin poner la cabeza sobre la almohada, y descansar sin pensar en incendios, delegaciones atrapadas, discusiones y pleitos de temperamentales señoras. Han terminado los festejos oficiales, Morla va a despedir a la Estación Central a un buen amigo y el resto de los representantes. Escucha el lento andar del tren, mientras las manos se agitan por la ventanilla. El centenario se ha ido, sube en ese tren su último vestigio y piensa “Partir, c’est mourir un peu”. Mientras el tren abandona la estación muere parte de nuestra historia nacional, un suceso que jamás se repetirá.
El centenario ha terminado, con menos brillo y más problemas de lo esperado; pero tan extravagante y fastuoso, que en 100 años lo recordarán como una de las fechas más deslumbrantes de nuestra historia.
Morla puede descansar en paz. . .
Mario Rojas Torrejón
Fernando Imas Brügmann
Bibliografía y antecedentes en elaboración
Se prohibe la reproducción total o parcial de este artículo. Derechos reservados.
Fernando Imas Brügmann
Bibliografía y antecedentes en elaboración
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4 comentarios:
Regio reportaje, los felicito, estupendo que gente se precupe de algo mas que la farandula.
Maria Olivia Riesco.
Muchas gracias Maria Olivia, nuestro blog espera ser un espacio como dices, para la gente a la que no sólo le interesa la farándula y ve más allá. Que gratificante es tu comentario. Muchas Gracias.
Mi gran felicitación por este y otros trabajos por ustedes realizados. Concuerdo plenamente con el comentario anterior, esperando que sean muchos quienes sumen interés por estos temas, dejando otros menesteres tan insignificantes. Hago recibo con admiración y congoja, la maravilla de nuestro pasado, manifiesto en hechos tan simbólicos como el relatado, y especialmente en lo magnifico de nuestra arquitectura, que por magia de las palabras, parece revivir y transportarnos, lejos de tanto adefesio y corrigiendo tan funestas destrucciones. Juan Pablo
Hola, sólo para decir que donde aparece Elena R. de Tocornal, debe decir Elena Ross de Tocornal
saludos, felicitaciones y gracias
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