sábado, julio 2

EL OLVIDADO PALACIO ECHAURREN HERBOSO



 
Soportó saqueos, incendios, turbas enardecidas y una Guerra Civil; pero fue la picota la que sepultó para siempre esta aristocrática vivienda de la calle Dieciocho. Desde ese momento son muchos quienes han hablado de ella, evocaciones en su mayoría breves y llenas de imprecisiones que fueron creando un velo de misterio que lo hizo un desconocido para las nuevas generaciones. 

Una fotografía encontrada en un mercadillo de Madrid nos dio luces de su ubicación exacta, y a partir desde ese día concentramos nuestros esfuerzos en lograr recabar la mayor cantidad de antecedentes para redescubrir este palacio, y saldar una deuda con la historia residencial de la ciudad de Santiago. Tras dos años de trabajo, compartimos con ustedes un extracto del resultado de nuestras investigaciones…


 

Buscando en los viejos libros, podremos constatar que el palacio Echaurren es recordado por ser escenario de uno de los más brillantes eventos sociales del siglo 19. Si se escarba un poco más encontraremos que algunos lo catalogaron como un verdadero museo de antigüedades, y otros lo evocarán por ser la primera vivienda chilena en contar con luz eléctrica. Ahondando en la historia veremos que fue saqueado durante la Guerra Civil de 1891, y siendo mucho más acuciosos encontraremos su silueta camuflada en una de las más renombradas obras del escritor Luís Orrego Luco: la novela Casagrande. Situado al final de la calle Dieciocho –como todos los cronistas coincidían- su ubicación exacta se había perdido con la desaparición de las generaciones que lo conocieron, y la falta de material documental nos hacía pensar que su legendaria presencia había perdurado tan sólo unos pocos años. Para nuestro pesar, habíamos descubierto que una de las más difundidas imágenes del palacio que aparecía en la monografía de Eugenio Pereira Salas titulada “La Arquitectura Chilena del siglo XIX” de 1956, era un error del autor, pues la casa que se indicaba como palacio Echaurren, había sido confundida con la Quinta de Eduardo Mac Clure ubicada en la calle San Ignacio, a la altura del Parque Cousiño. Con esto sepultábamos otro registro de esta casa, y parecía que ya no quedaban lugares donde recabar información.
Casa de Eduardo Mac Clure, en el Parque Cousiño, 
la que fue confundida con el palacio Echaurren por 
Eugenio Pereira Salas.
Afortunadamente, el 2012 compramos una antigua fotografía en la que se veía la silueta de un edificio neoclásico oculto tras los árboles de un parque y altas rejas de fierro; era el palacio Echaurren. Pero la foto no era tan sólo un buen registro iconográfico, también tenía un alto valor por una inscripción casi ilegible que podíamos ver en el borde, escritura en tinta que logramos descifrar tras muchos intentos: “Diez y Ocho 620. Esta casa fue construida por Víctor Echaurren, que ustedes conocieron en Madrid…”, leímos con sorpresa. Habíamos obtenido por fin la dirección exacta de esta olvidada residencia santiaguina, numeración que fuimos a conocer de inmediato, constatando que en el sitio hoy se anuncia la construcción de una torre de treinta pisos. Para desentrañar la historia de este inmueble, debemos transportarnos más 132 años atrás, cuando la Calle del Dieziocho vivía una fiebre constructiva sin igual, impulsada por una burguesía opulenta que basaba su fortuna en la minería, el comercio, los bienes raíces y la agricultura. Por ese entonces, la familia Ovalle pone en venta un sitio en esta conocida calle, el que es adquirido por don Víctor Echaurren Valero, un destacado abogado que había vuelto a Santiago tras cumplir misión diplomática en Washington y Paris. Traía consigo un cargamento nunca antes visto en Chile: una valiosa colección de pinturas, esculturas, piezas arqueológicas, retablos medievales e infinidad de curiosidades; escogidas con ojo experto, en sus viajes por Europa, África y Medio oriente. Es que Echaurren era un verdadero amante del arte, la historia era su pasión y el coleccionismo, más que una moda, era para él una necesidad de vida. Su atrayente personalidad le había valido numerosos amigos, carisma que no sólo profesó con sus más cercanos, sino que con todo aquel que quisiera empaparse con la historia artística mundial. “Era de una bondad inextinguible, dadivoso, admirador fervoroso del arte, su ideal supremo, sincero en sus manifestaciones, noble en sus sentimientos, franco, espontáneo y cariñoso; amante de la popularidad y del poder, diligente en el servicio ajeno y magnetizador de voluntades y de almas. Poseía el don del hipnotismo y hacía pruebas iguales o parecidas a las de Onofroff…”[1]. El carismático Echaurren necesitó entonces de una residencia a la altura que reflejara su pasión por las artes aplicadas, fuera lo suficientemente amplia para acoger su colección de antigüedades y contara con deslumbrantes salones para recibir a sus numerosas amistades.  No sabemos con precisión quién fue el encargado de diseñar este palacio, que destacó de inmediato dentro del panorama constructivo no sólo por su llamativa fachada neoclásica, sino que por estar dispuesto al centro de un parque, rompiendo por completo con la trama de fachada continua que imperaba en el centro de Santiago, con escasas excepciones como el palacio Cousiño, la Quinta Meiggs o el palacio Concha Cazotte en ese momento.

El palacio Concha Cazotte en la Alameda. c. 1910. Archivo Fotográfico de Rosario. - Palacio Cousiño Goyenechea, 2009- Quinta Meiggs, 1906.
Fotografía del palacio Echaurren que perteneció a una colección española, y que llegó a nuestras manos el año 2012. En ella se puede ver la dirección exacta de la casa en la calle Dieciocho. c. 1920. Archivo Patrimonial Brügmann.

Una larga reja de fierro delimitaba el antejardín del palacio, dos pabellones de estilo neoclásico en cada extremo se ubicaban junto a los portones de acceso, que permitían adentrarse en un pequeño parque con grandes árboles y laguna central. El edificio de estilo neoclásico italiano, presentaba un cuerpo central de dos niveles, antecedido por un pórtico con columnas al que se llegaba a través de una escalinata de mármol custodiada por dos guerreros germanos de bronce; el segundo nivel de este pórtico era ocupado por una terraza. La fachada superior estaba decorada por frontones, pilastras, guirnaldas, hornacinas con esculturas, un tímpano con el monograma familiar, todos de inspiración grecorromana. La alta cornisa era coronada por dos glorias y una escultura, obras del artista Nicanor Plaza. A cada lado de este cuerpo central se extendían dos  pabellones de un nivel, cada uno con tres vanos, rematados por un sencillo cornisamento. Al palacio se ingresaba por un vestíbulo de estilo renacimiento francés, los muros tenían boiserie de corte gótico a media altura y seda color granate, desde donde pendían diversos objetos medievales. El cielo estaba decorado por un plafón con la escena de Pedro de Valdivia fundando Santiago, y sobre el pavimento de mármol se dispusieron numerosos muebles venecianos, provenientes de la Casa Fratelli Testolini. La escalinata central era de mármol, con barandas góticas talladas, inspiradas en las del Palais de Castille en Paris.  
"La Melodie" o "La Música" de Carrier-Belleuse
A la derecha estaba el salón Luis XVI, ornamentado por un plafón con la alegoría a La Paz, y paneles de madera dorados que tenían espejos venecianos empotrados, cariátides y dessus-de-porte con escenas románticas. El mobiliario era refinado, compuesto por porcelanas de sévres, sofás tapizados en gobelino, y dos bustos con sus plintos de los dueños de casa, ubicados próximos a la chimenea de mármol blanco, realizados por el escultor Baratta. Hacia el oriente se ubicaba el Salón Árabe, que repetía en sus muros y cielo los más característicos motivos ornamentales de La Alhambra, todos pintados a mano. Los cortinajes eran traídos de Istanbul, los divanes estaban tapizados en terciopelo, y junto a estatuas de madera esmaltada se ubicó el valioso bronce “La Música”, del francés Albert-Ernest Carrier-Belleuse, quien había aportado su talento en la decoración de la Ópera Garnier, el Teatro de la Renaissance y el Hôtel de la Païva en Paris; y en Chile había sido el autor del Monumento Ecuestre a Bernardo O’Higgins y el Monumento a las Víctimas de la Iglesia de la Compañía, ubicado hoy en el Cementerio General de Santiago. Colindante a estas salas se encontraba el Comedor, en estilo Enrique IV, donde destacaba una impresionante chimenea tallada con dos figuras antropomorfas. De las paredes colgaban óleos de la Escuela Flamenca, y el mobiliario estaba compuesto por muebles en estilo renacimiento encargados a la Casa Fratelli Barbetti, los mismos proveedores de la Casa Real Italiana. Hacia el oriente la habitación tenía dos ventanas que otorgaba luz al recinto, y al poniente, una puerta daba paso al área de servicio, donde se ubicaba la cocina.
El área norte del palacio albergaba una serie de recintos diseñados especialmente para satisfacer las inclinaciones artísticas de Echaurren. La biblioteca en estilo Francisco I, conservaba estanterías con valiosos libros, panoplias, bustos de mármol, muebles renacentistas y los retratos de la primera Marquesa de Cañada Hermosa y el de los Condes de San Miguel de Carma. Completaba la sala una chimenea de madera tallada, y en el cielo, se había dispuesto un plafón con la figura de Homero cantando La Odisea. Contigua a la biblioteca estaba el Museo de antigüedades, un espacioso recinto cuadrado donde se dispusieron bustos de personajes históricos, frisos de Herculano, y una colección de monedas antiguas. Distribuida con orden, se distinguían cuatro colecciones arqueológicas: la Egipcia con piezas funerarias, estatuas y una momia; la Pompeyana con relieves, mosaicos y un colorido fresco obtenido en la excavación de una casa en esa ciudad; la Grecorromana con ánforas, relieves, vasos, amuletos y utensilios; y por último la Veneciana, compuesta por numerosos cristales antiguos.  
Reconstrucción de la planta del palacio Echaurren hacia
1910, realizada en base a los planos de aguas, por
Mario Rojas Torrejón. Brügmann, 2016
Luego se encontraba la Galería de Pinturas, donde se organizaban bajo un plafón de Francisco Pizarro descubriendo Perú, más de 200 óleos de incalculable valor, entre ellos obras de Camille Corot, Jules Dupré, G. La Roque, Blay, Ángel Lizcano, Van Dyck, Antonio Mancini, Tomasso Minardi, óleos de los chilenos Pedro Lira, Pascual Ortega, Juan Francisco González, Álvaro Casanova y Joaquín Fabres; y ocupando casi todo el muro oriente, “El Tasso” del famoso pintor italiano del siglo XVI, Giovanni Guerra, autor del fresco que conecta la Capilla Sixtina con la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Junto a este espacio se ubicaba la Sala de Fumar, que conectaba con los departamentos privados de Alfredo Echaurren, en el pabellón norte con salida al jardín posterior.
El segundo nivel era ocupado por un vestíbulo que distribuía los dormitorios: el primero era el de Mercedes Herboso de Echaurren, en estilo bizantino, decorado con cortinajes bordados en Istanbul, espejos venecianos, óleos religiosos,  dos terracotas de Carrier-Belleuse y una cama en estilo oriental sustentada por cuatro quimeras. Por una puerta se accedía al Boudoir, en estilo italiano, y a la sala de Toilette, con muebles de seda recamada de oro y plata; ambos espacios tenían plafón en los cielos, titulados “El Trovador” y “La Aurora”, respectivamente. Vecina a estas habitaciones, se encontraban los departamentos privados de Manuela España de Herboso –la madre de la dueña de casa- compuesto por tres salas. En el otro extremo, se ubicaba el dormitorio de Víctor Echaurren, decorado con finos muebles de felpa bordada, y en el cielo un plafón con una alegoría de Diana y Endimión. 

El parque del palacio había sido diseñado a la inglesa, con grandes árboles y estrechos senderos, decorado por algunas esculturas de mármol. En un extremo se ubicó una amplia pajarera para albergar numerosos ejemplares de pájaros exóticos y en otro, existía un invernadero de vidrio y metal, donde se criaban flores, que rodeaban un pequeño lago con cascadas y grutas. Hacia el sur, tras un muro, se desarrollaba el área de servicio, una amplia caballeriza y cocheras con salida a la calle San Ignacio.

La sorprendente calidad y lujo de los muebles fabricados por la Casa Fratelli Testolini de Venecia, se ve reflejado en el catálogo de la mueblería publicado a fines del siglo XIX. Seguramente los muebles que encargó Victor Echaurren para su palacio eran parecidos a estos, los que desafortunadamente desaparecieron tras la Guerra Civil de 1891. Fotografía en: Basana, Andrea. La Ditta dei Fratelli Testolini: storia, produzione, il mobile a grotta. Universidad de Venecia. 2015

Una de los frescos que decoran la sala que antecede la Capilla Sixtina y la conecta con la Basílica de San Pedro en el Vaticano, realizada en 1590 por el pintor Giovanni Guerra, el mismo autor de "El Tasso", obra que decoró el salón de pinturas del palacio de Víctor Echaurren, y que desapareción tras la Guerr Civil de 1891. http://romapedia.blogspot.cl/2015/04/vatican-museums-apostolic-vatican.html


El Baile inaugural de 1885

 “Se hacen activos arreglos para el baile de fantasía que dará en su casa del Dieziocho, el señor Victor Echaurren Valero la noche del jueves 24 del presente. Desde hace días una legión de operarios se ocupa de transformar esa morada en una verdadera mansión de hadas, digna de las Mil y una noches…”, publicaba el diario El Ferrocarril en septiembre de 1885. No eran pocos los diarios que anunciaban el evento, pues la fiesta con que el señor Echaurren inauguraría su palacio y celebraría el cumpleaños de su mujer Mercedes Herboso, representaba el regreso de los lujosos bailes de fantasía a Santiago, ciudad que no vivía tal nivel de expectación desde que la familia Vicuña había inaugurado su palacio de La Alhambra en la calle Compañía. Sin embargo, la mayor particularidad de esta fiesta era el uso de la luz eléctrica, generada por un motor que Echaurren había importado desde la Casa Edison. Era la primera vez en Chile que se utilizaba esta tecnología en una vivienda particular, y aunque las ampolletas iluminarían parcialmente algunos sectores del palacio; su presencia marcaría un precedente que más tarde impulsó la creación de una red estable de luz eléctrica para iluminar edificios privados en el centro de la capital chilena.

Tras una intensa lluvia, la noche del 24 de septiembre de 1885 cientos de coches comenzaron una lenta procesión por la calle Dieciocho hasta llegar a las inmediaciones del palacio. Treinta guardias de la policía montada custodiaban el tránsito, mantenía alejados a los cientos de curiosos y dirigían el ingreso de los coches por el sendero del parque. Un sol dorado y dos estrellas formadas por bombillas eléctricas iluminaban la reja perimetral de la casa, mientras que la fachada estaba iluminada por decenas de ampolletas eléctricas y en el centro del pórtico una serie de luces de gas formaba un escudo chileno.  El vestíbulo y los salones habían sido iluminados por luces eléctricas, de gas y bujías que hacían resplandecer el interior del palacio. Para un Santiago acostumbrado a la ténue luz del gas, el espectáculo que brindaba la casa esa noche, debe haber sido realmente impactante. Los convidados bajaban de sus coches, subían las escalinatas del pórtico e ingresaban a la casa; eran recibidos por Mercedes Herboso de Echaurren vestida con un traje inspirado en la bandera chilena, con chaqueta azul y pollera roja de terciopelo, realzado por encajes blancos. Del cuello y la cabeza colgaban numerosos diamantes, pero lo que más llamó la atención era una enorme estrella de brillantes dispuesta en la solapa. La acompañaba su marido, Víctor Echaurren, vestido de cortesano, quien con extrema gentileza alababa los disfraces de cada invitado. Junto a ellos se encontraba el hijo mayor del matrimonio, Víctor Manuel de tres años, vestido de príncipe turco; y Manuela España de Herboso, disfrazada de Isabel La Católica. 

Mercedes Herboso de Echaurren vestida como bandera chilena, y Víctor Echaurren Valero de cortesano francés. Fotografías 1885, Colección Particular. Coloreadas por Brügmann, 2016.


Luego de las cortesías habituales, los concurrentes invadían los salones, todos decorados con flores, mientras observaban atentos el disfraz de cada uno. En el descanso de la escalera se encontraba la orquesta, dirigida por M. Varloteau, esperando ejecutar la primera pieza del programa, que había sido entregado a cada invitado. Todo había sido pensado para agasajar a los asistentes al baile: el parque posterior fue convertido en un paseo encarpado animado por la música de la Orquesta del Batallón Santiago N°1, y los chalets del parque habían sido convertidos en pequeños buffet de cerveza y ponche. Dentro del palacio, los departamentos del área norte, servirían de Sala de Fumar y Cantina, que ofrecería licores a los hombres. Por otro lado, el segundo nivel, fue habilitado especialmente para las señoras como un área de descanso, donde M. Rostel, el estilista de moda, se ocuparía de arreglar cualquier desperfecto en los estrambóticos peinados de las asistentes. Pasada las diez de la noche se inicia el primer compás, todos corren hacia el hall donde ordenadamente se disponen para bailar, la orquesta ejecuta un vals, coloquémonos en una de las gradas de la soberbia escalera del vestíbulo, i echemos una mirada hacia abajo. El espectáculo de los pintorescos trajes i de la pedrería ofusca la vista; el suave murmullo de las alegres parejas arrulla voluptuosamente el oído”, expondrá el periodista Eduardo Hempel en el diario El Ferrocarril. 
Blanca Vicuña S. (Paloma mensajera). MHN, retoque Brügmann.
Entre la multitud era posible divisar a Blanca Vicuña Subercaseaux, la hija del recordado Intendente, vestida de paloma mensajera; a Ana Echazarreta disfrazada de Africana, quien se convertiría en Primera Dama de Chile treinta años después; a Carolina Iñiguez de Pereira, personificando a la Marquesa de Pompadour; a Elena Roberts de Correa, como Dama Luis XVI; a la viñamarina Mercedes Álvarez de Vergara, vestida de elegante etiqueta luciendo en sus dedos dos enormes solitarios de brillantes; también a Delia Vergara representando una pescadora; a Elisa Freire de Napolitana; a Lucía Concha como Helena de Troya; a Constanza De La Motte Du Portrail de florista; a Carolina Zañartu de Larraín, en traje de etiqueta, y su hija Lucía, vestida de Reina de Lahore; a Rosa Orrego y Juanita Ovalle Vial de orientales; a Isabel Cazotte de Echeverría, disfrazada de Reina de España; a Julia Lynch personificando a la diosa Diana; a Isabel Bello como una sombría maga; a Manuela Real de Azua como la emperatriz María Teresa de Austria; a Teresa Cazotte de Concha vestida de Odalisca; o a Virginia Cerda de Izquierdo representando a la decapitada María Antonieta. 
Cuando la música hacía un alto, los asistentes salían a tomar aire o beber un trago en alguno de los salones habilitados. Del brazo de su mujer se paseaba José Francisco Vergara vestido de etiqueta; mientras el Ministro del Interior Ramón Barros Luco conversaba animadamente con el General Manuel Baquedano, en traje de parada. Siempre rodeado de amigos deambulaba por los salones, el joven Emiliano Figueroa vestido de Paje de Carlos V, quien esa noche quedó perdidamente enamorado de Leonor Sánchez Vicuña, la que a pesar de la oposición familiar, se convertiría en su mujer un año más tarde; y presidiría junto a él, los festejos del Centenario cuando asume la Presidencia de Chile en 1910. Más allá, en un rincón del salón de fumar, los diplomáticos extranjeros se ponían al día con las últimas novedades de la lejana patria: M. Cottu, Secretario de la Legación de Francia;  Mr. Sierths, Secretario de la Legación de Estados Unidos; J. Salazar, de la Legación de Ecuador; el cronista austriaco-francés Charles Wiener; y entre ellos, Jean Bainville, artista francés grabador de la Casa de Moneda y uno de los pioneros de la fotografía en nuestro país.
 
Rosa Orrego y Juanita Ovalle Vial decidieron inspirarse en el lejano medio oriente para la elección de sus trajes; ambas usaron grandes abanicos de marabúes, pedrerías, vistosas telas y brazaletes dorados. Fotografía Spencer y Cía. 1885. Colección MHN, retoque digital Brügmann.
 
  La belleza de Lucía Larraín Zañartu fue elogiada por los cronistas de la época, y en el baile lució un extravagante traje hindú personificando a la Princesa de Lahore. Fotogracía c. 1890. Gentileza familia Patricia Larraín Z. - El francés Jean Bainville, casado con Constanza de la Motte Du Portrail, llegó a Chile en la década de 1850, y fue uno de los primeros en incursionar en la fotografía, afición que complementó su trabajo como artista grabador de la Casa de Moneda. Fotografía Octave Benedetti, 1859. Colección MHN, en "Retratos de Hombre, 1840-1940".
Leonor Sánchez Vicuña y Emiliano Figueroa Larraín se enamoraron en el baile Echaurren, tras la oposición familiar que consideraba al novio un joven sin porvenir, lograron casarse en 1886. Juntos encabezaron los festejos del Centenario de 1910 cuando asume la Presidencia de Chile, cargo que ocupa nuevamente entre 1925 y 1927. Emiliano morirá en un accidente automovilístico en 1931. Fotografía Emanuel Holzach, 1889. Colección MHN, en "Retratos de mujer, 1880-1920". - Carlos Zañartu Fierro, quien personificó al Fígaro de Sevilla durante el baile, fue un político y agricultor, que ejerció el cargo de Intendente de Valparaíso en 1890. Fotografía c.1890. Colección MHN, en "Retratos de hombre, 1840-1940".

 Se encontraba también Fernando Álamos disfrazado de turco; José Manuel Borgoño, Elías y José María Balmaceda en traje de corte; Carlos Concha Subercaseaux vestía de torero; Emilio Rojas Magallanes personificando a Vasco de Gama; Enrique Lynch era el dios Mercurio; Mariano Melo Egaña era el General Lafayette; Eugenio Ossa vestía de Emperador de Austria; Jorge Phillips vestía de Sir Douglas; Fernando Herboso personificaba a Enrique III; Luis Pereira Cotapos, Benjamín Vicuña Mackenna y Juan Luis Sanfuentes vestían de etiqueta; Eduardo Suarez Mujica era Felipe II; Javier Varnaghen era el Shah de Persia; Samuel Cerda representaba a Napoleón III; Alberto Correa S. era un caballero medieval; Ricardo Lecaros era un mosquetero; Javier Larraín personificaba a Pedro II de Brasil; Juan Manzano era el pintor Rubens; Víctor Prieto era Napoleón I; Miguel Prado era un trovador veneciano; César Vicuña era un caballero Luis XV; Carlos Zañartu era el Fígaro de Sevilla; Joaquín Eyzaguirre era un pirata; Samuel Izquierdo era Luis XVI; mientras que el ingenioso Samuel Rodríguez representaba la modernidad del telégrafo disfrazado de cable submarino, y repartía entre los asistentes numerosos telegramas que sacaban carcajadas.

A las doce de la noche se abre el comedor, que resplandecía con su cristalería de bohemia, porcelanas de sévres y plata vermeil; donde se ofrecían frutas, champagne, licores, fiambres y confites. El buffet era atendido por el experto Manuel Riquelme, apoyado por una comisión de jóvenes compuesta por Carlos Correa Toro, Francisco Herboso, Alberto Correa Sanfuentes, Luis Echeverría Larraín y Fernando Herboso. La fiesta terminó cerca de las seis de la madrugada, “el alba clareaba, iluminando con luz cenicienta rostros amarillentos de los invitados que salían del baile... casi todos los coches habían partido. Varios muchachos de fisonomías amarillentas y trasnochadas, mal cubiertos los trajes de seda con macfarlanes y abrigos modernos que desentonaban singularmente, se arrojaron, bostezando, en victorias de alquiler…”, escribirá Luis Orrego Luco en su novela Casagrande, evocando su percepción de la fiesta donde asistió vestido del Emperador Carlos de Austria.
El baile acaparó las noticias durante los días posteriores, se contaban los pormenores, se hacían listas de invitados, se comentaban los trajes, se describía el palacio y se halagaba a sus propietarios. La afamada casa fotográfica Díaz y Spencer anunció también que el señor Víctor Echaurren había encargado un cuadro representativo de la fiesta, y que para eso invitaba a los asistentes a ir a su estudio con el respectivo disfraz para hacerse un retrato. Con el tiempo, la fiesta fue denominada como “La de los presidentes”, pues a ella habían asistido los futuros presidentes de Chile, Ramón Barros Luco, Juan Luis Sanfuentes y Emiliano Figueroa. Es probable que también haya asistido el presidente en ejercicio Domingo Santa María, y José Manuel Balmaceda, amigo de la familia, pero no encontramos referencias bibliográficas al respecto.
Montaje fotográfico con los asistentes al baile Echaurren, desde donde se puede desprender cómo lucieron algunos de los invitados, y lo más relevante, muestra una aproximación de las características que tenía el hall de la mansión hacia 1885, con su pavimento de mármol, escalinata central, boiserie, y diversos objetos decorativos. Al centro se puede ver a Mercedes Herboso y a su izquierda, a Víctor Echaurren. Fotografía Díaz y Spencer, 1885. Colección MHN. En: Catálogo "Baile y Fantasía, baile Concha Cazotte 1912".

La fiesta fue comentario obligado de todos los santiaguinos, y perduró en el recuerdo mucho más que el tiempo que habitó la familia su mansión. Meses después del baile, Víctor Echaurren parte rumbo a Europa sirviendo al gobierno chileno en diversos asuntos. Regresará en 1888, pero extrañamente no habitará su palacio de la calle Dieciocho, pues ese mismo año lo había vendido. Se trasladará entonces a una vivienda en la Alameda, donde volverá a distribuir su colección de arte. En 1891 es elegido como el Primer Alcalde de Santiago bajo la ley de comuna autónoma, cargo que asumirá entre la debacle política que significó la Guerra Civil. En septiembre debe abandonar la alcaldía y refugiarse en la Embajada de España, no sin antes gestionar el refugio de la familia del Presidente en la legación de Estados Unidos, y la del mismo Balmaceda en la legación Argentina. Desde ahí escucha los terribles sucesos que vive Santiago, cuando las celebraciones por el triunfo de los congresistas se salen de control, y una turba enardecida por las exaltaciones políticas avanza sobre las casas de los partidarios del gobierno saliente, destruyéndolas. Su propia mansión es víctima de los saqueos, su valiosa colección de arte es despedazada. Ya no vale la pena enumerar las obras que se perdieron, piezas que paradójicamente el mismo Echaurren había decidido donar al Estado Chileno para formar parte del Museo de Bellas Artes.
El pintor Roberto Matta (1911-2002). Foto Revista SuCasa.
Tras los violentos sucesos parte al exilio en Europa. Vive en Paris, donde abre sus salones al mundo intelecual, y vuelve a dedicarse al mundo del arte, reuniendo de a poco una excepcional colección que llama la atención de los parisinos. Describe estos objetos en un libro que edita en la Casa Garnier, titulado Bosquejos de Arte; y sus conocimientos son requeridos por las autoridades francesas, convirtiéndose en asesor del Museo del Louvre y el Museo de Cluny. Cuando los ánimos en Chile se tranquilizan, regresa para convertirse en diputado, y habita una mansión afrancesada en la calle Huérfanos, donde nacerá su nieto, el famoso pintor Roberto Matta Echaurren. El mismo será quien años más tarde esbozará la colección de su abuelo, de fama internacional: en la casa habían tres chimeneas de mármol del siglo XVII, vitrales franceses, jardineras de ciña talladas del XVIII, esculturas de madera del siglo XVI, óleos flamencos de David Tenniers, Joachim Patinir, Van der Weyden, Luis de Morales, un pintura de El Greco, y entre muchas otras piezas, dos retablos valencianos de Juan Reixach datados en el siglo XV, hoy en el Museo Nacional de Bellas Artes de Chile[4]. Víctor Echaurren morirá en esa casa el 4 de agosto de 1917. El edificio permanecerá hasta el año 2003, cuando a pesar de haber sido declarado Inmueble de Conservación Histórica, las autoridades chilenas nuevamente hacen gala de su ignorancia e ineptitud en temas patrimoniales, permitiendo que una retroexcavadora arrasara con los balconajes franceses, las columnas y los gruesos muros, que alguna vez contuvieron piezas artísticas excepcionales, y vieron nacer a uno de los pintores más importantes de Chile. Hoy de sus numerosas propiedades, sólo se conserva el pintoresco castillo que domina el paisaje de la Caleta El Membrillo, actualmente Instituto oceanográfico de la Universidad Católica de Valparaíso.
 El castillo Echaurren en la caleta El Membrillo, de Valparaíso. Fotografía www.plazawaddington.cl



Nuevos propietarios

Juan Eduardo Mackenna Astorga (1846-1929)
En 1888 adquiere la propiedad el abogado Juan Mackenna Astorga, nieto del héroe de la independencia chilena Juan Mackenna O’Reilly, sobrino del Intendente Benjamín Vicuña Mackenna y tío de la pianista Carmela Mackenna. Era además un rico inversionista minero en el norte del país, se había desempeñado como secretario del Ministro Blest Gana en Washington y Paris, ocupó el cargo de Regidor de Santiago y tuvo una brillante actuación parlamentaria, apoyando el matrimonio civil, la separación de la Iglesia y del Estado; y la ley de cementerios laicos. Bajo su alero nació la Policía rural.

Hacia 1890 es designado por el Presidente Balmaceda como Ministro de Relaciones Exteriores, Culto y Colonización, cargo que aceptó no sin criticar algunos aspectos de la gestión del mandatario. Sin embargo, su vínculo con el gobierno marcará para siempre su vida: al estallar la Guerra Civil fue condenado públicamente como uno de los principales actores del gobierno. Intentó en reiteradas ocasiones realizar un trato con las tropas congresistas; y tras los fracasos no tuvo otra opción que refugiarse en la Legación de Estados Unidos, mientras su mujer Margarita Eyzaguirre y sus hijas eran escondidas por las monjas del Hospital San Borja. 
Fue en ese momento cuando la situación en la capital se sale de control, la multitud que celebra el triunfo del nuevo gobierno comienza a destruir todo lo que se vinculara al Balmacedismo: el despacho presidencial en La Moneda es destrozado, locales comerciales son saqueados, cientos de vidrieras son destruidas, monumentos son derribados, personas son asesinadas. Las viviendas particulares de los representantes del gobierno saliente son foco de la ira, en el Palacio Ovalle vuela un piano de cola desde el segundo piso, mientras que La Alhambra de Claudio Vicuña es totalmente desvalijada; la casa de Rafael Balmaceda - hermano del presidente- es destruida, la de Adolfo Valderrama con su valiosa biblioteca es arrasada; y un centenar de hombres ingresa a la casa de Adolfo Eastman, último presidente del Senado, a quien encuentran oculto junto a su mujer en un pequeño ascensor. Le perdonan la vida, pero la casa es totalmente desmantelada. Como es evidente, el palacio de la calle Dieciocho no se salva de los saqueadores, el mismo Mackenna recordará años más tarde que sólo las murallas de ladrillo se salvaron de los robos. Un grupo de jóvenes subió a caballo la escalera principal, arrasando con todo a su paso, atrás la muchedumbre arrancó puertas, ventanas, rejas, paneles y los finos muebles adosados, rompiéndolos a hachazos. Los valiosos cortinajes, las esculturas, pianos, lámparas, y hasta los carruajes fueron robados.  Una escultura de mármol del escultor J. Cambos y premio en la Exposición de Paris, fue destrozada con un combo; mientras que el excepcional óleo "El Tasso" terminó cortado por pedazos y repartido entre los saqueadores.

  El salón dorado del palacio Ovalle Vicuña, en la calle Compañía, presenció el saqueo y destrucción de su mobiliario durante la Guerra Civil de 1891; a pesar de sobrevivir a este suceso, su historia terminó el año 2004 cuando es desmantelado totalmente y posteriormente vendido. Fotografía 2004, gentileza John Chamberlain. - Patio del Palacio Alhambra, propiedad de la familia Vicuña Subercaseauxdurante la Revolución de 1891, también fue saqueado y destruido. Fotografía Fernando Imas, 2015. Archivo patrimonial Brügmann.

 Los bienes de Mackenna son confiscados, es acusado de pagos ilegales y robo en la Casa de Moneda durante la presidencia de Balmaceda; se le prohíbe vender las propiedades que no le son enajenadas. Su nombre figura en los periódicos como enemigo de los congresistas; luego de algunos días, partirá al exilio junto a su familia en Estados Unidos, y volverá recién en 1893 cuando ya los ánimos políticos se habían calmado. Se centró entonces en recuperar su fortuna, sus propiedades e industrias confiscadas en el norte del país; se dedica activamente a su profesión de abogado, y tan sólo tendrá unas pocas apariciones políticas, como el apoyo que brindó a la candidatura de Federico Errázuriz Echaurren. Desconocemos el estado real en que quedó convertido el palacio de la calle Dieciocho, la mayoría de sus artesonados, paneles y lujosos ornamentos desaparecieron con la Guerra Civil. Lo más probable es que se debieron hacer profundas reformas, lentamente la mansión recuperó su viejo esplendor. En ese lugar vivió Juan Mackenna junto a su mujer Margarita Eyzaguirre Echaurren, y vio crecer a sus seis hijos: Juan, Eduardo, Marta, Rebeca, Luz y Margarita, a quien todos llamaban Margot, famosa por su belleza y espontánea personalidad sumamente alegre. 

   
Rebeca Mackenna Eyzaguirre casada con Gustavo García de la Huerta y Luz Mackenna Eyzaguirre, casada con Fermín Vergara, crecieron en el palacio de la calle Dieciocho. Fotografías en Album la Mujer Chilena, 1908.   
 
Margot Mackenna Eyzaguirre conocida por su belleza, se casó con Carlos Edwards Mac Clure, mientras que su hermana Marta se casa con Emilio Orrego Pardo, ambas vivirán en el palacio de la calle Dieciocho. Fotografías en Revista Selecta 1912, y Album la Mujer Chilena, 1908.

La casa entonces comenzó a congregar a gran parte de la sociedad de Santiago, en pequeñas matinées, comidas y fiestas; que tuvieron al parecer una breve interrupción en 1905, pues algunas referencias indican que la propiedad sufrió daños durante la Huelga de la Carne, una manifestación masiva que se generó como protesta al alza del impuesto a la carne argentina durante el gobierno de Germán Riesco. La ausencia de la milicia capitalina, generó un paulatino saqueo de comercio, hechos en un principio aislados, que se convirtieron en una verdadera ola de destrucción que invadió las calles por dos días. Una vez más las vidrieras eran quebradas a piedrazos, los incautos eran asaltados para robar sus pertenencias, algunas viviendas fueron saqueadas, monumentos como el de Los Escritores de la Independencia y la Fuente de Neptuno terminaron destruidos; y no fueron pocos los abatidos por una bala en una serie de confusos incidentes. 
Caricatura del Presidente Riesco satirizando sobre el
alza del precio de la carne argentina, el principal motivo
de las manifestaciones de 1905.












Tras los sucesos, el palacio Mackenna fue reparado y e inauguró la temporada de bailes en julio de 1906. “El acontecimiento de mayor resonancia en la presente semana ha sido la soberbia soirée del lunes en casa del señor don Juan E. Mackenna. La elegancia en su más alto esplendor fue la característica de ese gran baile con que este caballero abría nuevamente sus salones al gran mundo de la sociedad santiaguina….”, publicará la revista Zig Zag. De esta publicación se pueden obtener uno de los pocos registros del palacio en el 1900, con su fachada intacta, su parque con grandes árboles y lo más relevante, una vista del salón Luis XVI, que aún conservaba los dessus de portes, los artesonados, la chimenea y los paneles de los muros; evidencia del sorprendente estado de la casa, a pesar de los trágicos sucesos ocurridos. En la nota, también se hace referencia al salón árabe, lo que indica que a pesar de la destrucción de 1891, estos salones parecen haber sobrevivido.
 A la fiesta asistió todo el mundo empresarial, social y político. El diario El Mercurio expondrá la lista de más de 350 invitados que asistieron al baile, que podría haberse denominado también como “de los presidentes”, pues ahí estaba el Presidente de la República en ejercicio, Pedro Montt junto a la primera dama Sara del Campo, el saliente mandatario Germán Riesco con su mujer María Errázuriz, el futuro presidente Juan Luis Sanfuentes acompañado de Ana Echazarreta de Sanfuentes; y Rosa Rodríguez del brazo de su marido Arturo Alessandri Palma quien se convertirá en presidente de Chile en 1925.

En los salones caminaba también el pintor Pedro Lira, el periodista dueño del diario El Ferrocarril, Joaquín Díaz Garcés;  el político Marcial Martínez Cuadros, el médico Federico Puga Borne, el diplomático Mariano Fontecilla, el político Ricardo Matte Pérez, el abogado Samuel Claro Lastarria,  y volvía a esos salones el escritor Luis Orrego Luco. El Decano del Cuerpo Diplomático José Arrieta Perera era acompañado de su mujer Mercedes Cañas, y del nuevo ministro del Uruguay Dionioso Ramos Montero; otros diplomáticos eran Karl Von Buch, encargado de negocios de Alemania; el escritor Eduardo Poirier, Ministro de Guatemala; Rafael Elizalde, Encargado de Negocios de Ecuador; Enrique Lisboa, Ministro de Brasil, Paul Déprez, Ministro de Francia; el Conde Ercole Orfini, Ministro de Italia; Sabino Pinilla, Ministro de Bolivia; Allen C. Keer, y Arthur Stewart Raikes de Gran Bretaña; el barón Giskra, Ministro de Austria-Hungría; el Ministro de Perú, Manuel Álvarez Calderón junto a su mujer Elodia Roel, e hijas; y el Ministro de México, Miguel Covarrubias, acompañado de la carismática Rosa Lefort de Covarrubias, que en ese momento residían en la Quinta Meiggs


Fachada del palacio Mackenna en 1906, durante la fiesta de re inauguración. Revista Zig Zag.
Algunos de los asistentes al baile posando en la escalinata principal, durante la fiesta de re inauguración de 1906. Revista Zig Zag.
El Decano del Cuerpo Diplomático José Arrieta Perera junto al Ministro del Uruguay, Dionisio Ramos Montero; a la derecha Mercedes Cañas de Arrieta, en traje de etiqueta. Fotografías gentileza familia Marín Arrieta, Archivo Patrimonial Brügmann.

 
 Rosa Lefort de Covarrubias, la mujer del Ministro de México, era famosa por su extrovertida personalidad que reunía a todos los santiaguinos en la Quinta Meiggs, desde donde se iniciaban los corsos de primavera que organizaba. - Madame Deprez, la mujer del Ministro de Francia, también era una infaltable de los eventos sociales, y asistió al baile de la familia Mackenna en 1906. Revista Zig Zag.
 Adelina Roel de Álvarez Calderón junto a sus hijas, la familia del Ministro del Perú, vivian en la esquina de Catedral con Morandé, donde reunían a la juventud de Santiago. En 1906 asistieron a la fiesta del palacio Mackenna.Revista Zig Zag.

En uno de las salas se divisaba la elegante silueta del abogado Antonio Huneeus Gana junto a su mujer Magdalena Valdés, al político Abdón Cifuentes con su señora Luz Gómez, y su hijo el arquitecto Manuel Cifuentes. Regresaba al palacio Blanca Vicuña Subercaseaux, esta vez acompañada de su marido el General Salvador Vergara, uno de los impulsores del balneario de Viña del Mar. Y en un rincón se divisaba al joven matrimonio de Luis Undurraga García-Huidobro y Ana Fernández, quienes más tarde construirían un palacio neogótico en la Alameda, uno de los iconos de la arquitectura nacional. Conversando animadamente se podía ver a Luisa Lynch de Morla, cuya belleza fue inmortalizada por el escultor francés Rodin, busto tan valioso que el gobierno francés lo atesoró y hoy se encuentra en el museo del artista en Paris. Se paseaba muy cerca José Pedro Alessandri del brazo de Julia Altamirano, su mujer, quien inspiró el nombre de su hacienda en Ñuñoa; también se podía ver a Blanca Ossa de Balmaceda, Julia Gandarillas de Larraín, Amalia Rodríguez de Besa, Victoria Quesney de Campino, Inés Neuhaus de Sotomayor, Clemencia Palma de Echeverría, Carmela Undurraga de Mackenna, Teresa Sanfuentes de Zañartu, Ana Lyon de Ariztía, Rebeca Sánchez Videla, Sara Covarrubias de Ossa,  Inés Rivas de Errázuriz, María Lecaros de Undurraga, Aurora Badilla de Calvo, Sara Valdés de Balmaceda (la suegra de la escritora Teresa Wilms), María Salas de Claro, María Palma de Vial, Elena Blanco de Fabres, Constanza de Agüero Herboso y la hermosa Ida Zañartu Luco de Subercaseaux.

Lucía Guzmán D. Colección MHN, en "Retratos de Mujer 1880-1920".
Curiosamente regresaban a su palacio en distintas circunstancias Víctor Echaurren Valero junto a Mercedes Herboso de Echaurren, acompañados de algunos políticos liberales como Ángel Custodio Vicuña, Fernando Lazcano Echaurren y Elías Balmaceda. Está también ahí Luis Izquierdo Fredes –en su momento enemigo de Balmaceda-, el político Leónidas Vial Guzmán, el diplomático chileno Alfredo Irarrázaval, Horacio Fabres, Macario Ossa, Juan Miguel Dávila, Ramón Balmaceda, el Guardiamarina Ricardo Beaugency, Monseñor Pietro Monti, Maximiliano Espinosa Pica, Arturo Besa, Manuel Eguiguren y Manuel Ossa Covarrubias. Dentro de los jóvenes destacaba la presencia Luz, Berta y Juan Mackenna Eyzaguirre, los dueños de casa; Lucía Besa Rodríguez, la pianista Carmela Mackenna, María Echeverría Vial, Antonio Alemparte, Carlos Aldunate, el joven escritor Carlos Peña Otaegui, Julia Calvo Mackenna, Luz Lyon Lynch, Alberto Arteaga, Nemesio Antúnez y Luisa Zañartu (padres del pintor), Maria Claro Salas, Leonor Echeverría Cazotte, Ramiro Arnolds, Alvaro Besa, Francisco de Borja Cifuentes, Alfredo Cousiño, Moisés Errázuriz Ovalle, Raquel y Amelia Echaurren Herboso, Ernesto Iñiguez, Carlos Lamarca, Horacio Wilson, Manuel Puelma, Arturo Prat Carvajal –hijo del héroe de la Guerra del Pacífico-, los hermanos Raúl y Renato Von Schroeder, Manuel García de la Huerta, el arquitecto Patricio Irarrázaval Lira, Carlos Mac Clure, Maria Astaburuaga Lyon, Alfonsina Dumas, Ana Vicuña Pérez, Blanca Sanfuentes Echazarreta, y la llamativa Lucía Guzmán Duval, considerada en ese momento, la mayor belleza santiaguina. La fiesta de 1906 no sólo reabrió los salones del palacio de la calle Dieciocho, sino que regresó al señor Juan Mackenna a la política, primero como colaborador y luego postulándose como Senador por Coquimbo en 1909. Desafortunadamente la suerte no estuvo de su lado, y perdió las elecciones; sin embargo, la muerte del senador por esa localidad Rafael Balmaceda lo hizo reincorporarse al Congreso como su reemplazante, aprobándose los poderes en diciembre de ese año. Presidió entonces las comisiones de Instrucción Pública, y de Culto y Colonización. En 1911 se re postula por Coquimbo, cargo que ejerció hasta 1915. Durante ese proceso, sus hijos comienzan a abandonar el palacio: Luz se casa con el abogado Fermín Vergara Figueroa, Marta con Emilio Orrego Pardo, Rebeca se compromete con Gustavo García de la Huerta Ossa y Juan se casa con Carmela Undurraga García-Huidobro, encargando una casa neogótica al arquitecto Josue Smith Solar en la calle Monjitas. 

 
 Busto de Luisa Lynch de Moral, esculpido por Auguste Rodin, actualmente en el Musée Rodin de Paris - Carlos Edwards Mac Clure, quien se casará con Margot Mackenna Eyzaguirre. Fotografía gentileza Jaime Ross.
 

Carmela Undurraga García-Huidobro asistió al baile de 1906 y años más tarde se casó con Juan Mackenna Eyzaguirre - Inés Neuhaus Ugarteche se casó con el político radical Rafael Sotomayor, ambos fuerons invitados a la fiesta del palacio Mackenna. Fotografías en "La Mujer Chilena", 1908. 
 
 Ida Zañartu Luco, quedó viuda muy joven de Benjamín Subercaseaux, casándose más tarde con Rodolfo Wedeles; fue en el Santiago de 1900, junto a su hermana Inés, una de las bellezas santiaguinas - Por similares motivos era destacada Lucía Besa Rodríguez, quien se casó con Guillermo Lyon Lynch, quedando viuda en 1930, en plena crisis económica, que con inteligencia pudo sortear para mantener a su familia. Ambas asistieron al baile Mackenna. Fotografías en "La Mujer Chilena", 1908.

En julio de 1912 el palacio vive otra fiesta de grandes dimensiones cuando se anuncia el estreno de Margot Mackenna, quien ya se había presentado junto a algunas amigas en la sobresaltada fiesta de la familia Morandé Campino también en la calle Dieciocho. Margot, venía llamando la atención hace un tiempo por su belleza; su personalidad vibrante la hacían una invitada obligada a todos los eventos sociales, y figuraba su retrato en todas las magazines de la época,  incluyendo el concurso de belleza de Revista Zig Zag; y en la Revista Selecta, una publicación destinada al arte y la literatura dirigida por Luis Orrego Luco. Del esplendor de la fiesta comentará también el cronista Hernán Díaz Arrieta –Alone-, quien rememorará: “En el vasto hall brillante e iluminado, bajo las lámparas, delante de todos, Arturo Walker rodeó con un brazo la cintura de Margot Mackenna y, levantando en alto el otro, le cogió la mano…”[8], dando inicio a uno de los bailes de estreno más recordados por su generación.   
Margot Mackenna y su hija Margarita. c.1920, Colección particular.
La joven Margot un par de años más tarde se compromete con Carlos Edwards Mac Clure, un exitoso hombre de negocios, director del diario El Mercurio, y un amante del arte, gusto que había heredado de su madre, María Luisa Mac Clure, quien reunió una de las colecciones artísticas más importantes de América en su palacio de calle Catedral.

El matrimonio parte rumbo a Europa, son figuras importantes en la colonia chilena que frecuentan los salones de Paris. A su regreso se incorporan a la activa vida social santiaguina, la animada personalidad de Margot reúne multitudes en los salones, y hacia 1919 ese magnetismo queda en evidencia cuando junto a María de la Luz Ossa, organizan un Baile Japonés en el Club Hípico de la calle Agustinas, que se convierte en una de las celebraciones más exóticas y recordadas de la historia social de la capital. La familia Edwards Mackenna residirá en una espaciosa mansión en la Alameda, levantada por los arquitectos Alberto Cruz Montt y Ricardo Larraín Bravo; donde el señor Edwards distribuyó su colección de arte que incluía una serie de paneles franceses del siglo XVIII obras del decorador Jean Pillement, pinturas de Jan Fyt, sarcófagos romanos, tapicerías del siglo XVI, boulles, esculturas de mármol, bargueños italianos, biombos, exóticas piezas chinas y el retrato de Margot junto a sus hijos pintado por el italiano Giovanni Boldini . Estas valiosas piezas recibieron al Príncipe de Gales cuando se hospedó en la casa durante su visita a Chile en 1925, presidiendo notables veladas bajo la enorme lucarna oval que aún se conserva, gracias al cuidado prestado por sus actuales propietarios, los descendientes del ciudadano español, don Facundo Casas de Castro.
   
Algunos aspectos de la espaciosa mansión de la familia Edwards Mac Clure en la Alameda, entre la avenida Brasil y la calle , construida por los arquitectos Alberto Cruz Montt y Ricardo Larraín Bravo en la década de 1920. Aun conserva parte de sus características originales gracias a los cuidados prestados por sus actuales propiestarios, los descendientes de don Facundo Casas de Castro. Fotografías Fernando Imas, 2015. Archivo Patrimonial Brügmann.

El palacio Mackenna en la calle Dieciocho continuó en la familia hasta 1924, cuando tras la muerte de Margarita Eyzaguirre, la sucesión vende la propiedad en un remate público. Desconocemos el por qué Juan Mackenna no continuó viviendo en su palacio a pesar de haber sobrevivido a su mujer, morirá en 1929 en la ciudad de Buffalo, Estados Unidos. El comprador del palacio es Fernando Márquez de la Plata Echenique, reconocido investigador e historiador chileno, quien obtuvo el título de arqueólogo en la Universidad de Madrid, y había sido colaborador del alemán Hugo Obermaier y uno de los testigos del descubrimiento de la cueva de Altamira. En Chile dedicó su vida a la investigación del mobiliario, artesanía y platería de la época colonial y decimonónica; siendo también un experto anticuario y coleccionista.

Fernando Márquez de la Plata E. (1892-1959)
Parece haber sido él quien remodela el antiguo palacio Echaurren, pues los planos que conseguimos posteriores a 1920, muestran una serie de modificaciones en las habitaciones; la creación de una galería posterior en el segundo nivel, baños, pasillos y la incorporación de nuevos espacios, construidos seguramente para satisfacer las necesidades de su familia, conformada por su mujer Rosa Yrarrázaval Fernández y cuatro hijos. El único registro fotográfico que conseguimos de la casa en esa época proviene del remate de la colección de arte de la familia en 1939, donde se aprecia el hall completamente despojado de sus ornamentaciones, con muros lisos blancos, pequeñas puertas sin frontones y la escalera delimitada por una reja de fierro y bronce. Desafortunadamente, la falta de antecedentes no permite saber si los salones –sobre todo el Luis XVI y árabe- siguieron conservando sus características originales en la época de la familia Márquez de la Plata, o sucumbieron como tantas otras residencias, a la modernización de sus espacios, que produjo en su mayoría la eliminación de todos los ornamentos interiores, en pos de una arquitectura mucho más funcional acorde a los nuevos tiempos. Este lamentable hecho está presente en muchas viviendas santiaguinas que han sobrevivido hasta nuestros días, como el palacio Errázuriz en la Alameda o el palacio Astoreca en la calle Dieciocho.  
El hall del palacio Echaurren cuando era propiedad de la familia Márquez de la Plata, hacia 1939.

Tan sólo quince años ocupó la propiedad esta familia, en 1940 la adquiere el Consejo de Defensa Nacional del Niño, institución que realiza las mayores transformaciones al inmueble. El pórtico de la fachada es cerrado convirtiéndose en tres salas, el hall es dividido, se incorpora una escalera secundaria, y salas anexas. Las habitaciones principales presentan divisiones, así como también los pabellones de remate. El jardín posterior es convertido en oficinas y patio;  en el segundo nivel se subdividen los espacios en numerosas habitaciones, para adecuar el edificio a los nuevos requerimientos. La institución parece haberla utilizado pocos años, hacia la década de 1950 no existe rastro de la vieja construcción. Es el fin del mítico palacio Echaurren…



Resulta curioso pensar en el destino que sufrieron la mayoría de las residencias que llenaron de orgullo a los santiaguinos y acapararon las portadas en las publicaciones de principios del siglo XX. Una a una fueron arrasadas por la picota, la dinamita o las maquinarias, derribando para siempre no sólo ornamentaciones únicas, sino que sepultando para siempre parte importante de los sucesos que compusieron nuestra historia nacional. Santiago hoy en día es una ciudad caníbal, se autodestruye como ninguna otra urbe de Latinoamérica en pos de un repoblamiento mal aplicado y un proceso de modernización mal diseñado durante décadas. Los arquitectos en su momento tampoco hicieron bien su tarea, se les educó considerando a estas construcciones meras réplicas de una arquitectura foránea que no nos representaba; sin comprender su contexto, su impacto y la importancia de conservarlos. Víctima de ese proceso fue el palacio Echaurren, transformado sin respeto y demolido en el más completo anonimato. Este reportaje es un pequeño homenaje que busca rescatar la historia de este inmueble, contextualizar su importancia y por sobretodo llamar la atención de las autoridades, para que no se sigan cometiendo los mismos errores en el escaso patrimonio arquitectónico que hoy nos va quedando.


Autores
Mario Rojas Torrejón
Fernando Imas Brügmann
Brügmann, 2016 C

Este es sólo un extracto de nuestra investigación, si tienes más información de la casa, te gustaría aportar con imágenes o algún antecedente nuevo, no dudes en escribir a contacto@brugmann.cl; y así contribuirás junto a nosotros al rescate de la memoria patrimonial de todos los chilenos.




2016. Prohibida su reproducción total o parcial.
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[1] En: Figueroa, V. Diccionario Histórico, Biográfico y Bibliográfico de Chile. Tomo II. Ballcels & Co, editores. Santiago de Chile, 1928. Pág. 629 
[4] En: Gallardo, E. Roberto Matta Echaurren. Formación del genio y del caballero. En Escaner Cultural, revista virtual de arte contemporáneo. Abril de 2011.
[8] En: Díaz, H. Alone, Pretérito Imperfecto. Editorial Nascimiento, Santiago de Chile. 1976. Pág. 117

1 comentario:

Iván dijo...

Mis mayores felicitaciones por el gran esfuerzo de investigación que han hecho en rescatar tanta belleza arquitectónica del olvido. Saludos desde Concepción de Iván Valeria