lunes, octubre 28

EL PALACIO ALHAMBRA: UN OASIS NAZARÍ EN EL FIN DEL MUNDO

NUESTRA CAPITAL GUARDA ENTRE SUS CALLES UN TESORO ARTÍSTICO ANDALUSÍ, REMANENTE LUJOSO DEL SIGLO XIX CHILENO, QUE SOBREVIVIÓ MILAGROSAMENTE A LA DEPREDACIÓN MODERNA DE LAS DÉCADAS PASADAS.
LOS PATIOS Y SALONES CONSERVAN AUN LA FINA YESERÍA QUE REPITE LOS MÁS CARACTERÍSTICOS MOTIVOS DE LA ALHAMBRA, Y LOS MUROS PRESENTAN DECORADAS PINTURAS QUE SIGUEN MARAVILLANDO HOY DE LA MISMA FORMA QUE SORPRENDIERON A LOS SANTIAGUINOS CON SU CONSTRUCCIÓN HACE MÁS DE 150 AÑOS. ASÍ COMO LA FORTALEZA DE GRANADA OCULTA EN SU INTERIOR HISTORIAS DE SUFRIMIENTO Y ALEGRÍA, NUESTRA PEQUEÑA ALHAMBRA FUE ESCENARIO DE LAS MÁS BRILLANTES RECEPCIONES SOCIALES, PERO TAMBIÉN DE ALGUNOS DE LOS EPISODIOS MÁS TRISTES Y CONFLICTIVOS DE LA HISTORIA NACIONAL. POR SI FUERA POCO, EL INMUEBLE HA SERVIDO DURANTE MÁS DE MEDIO SIGLO A LA SOCIEDAD NACIONAL DE BELLAS ARTES, Y HOY ESPERA UNA MERECIDA RESTAURACIÓN. 
¿QUIERES CONOCER LA HISTORIA DE LA ALHAMBRA DE SANTIAGO? 




Caminar por la calle de la Compañía de Jesús, en pleno centro de Santiago de Chile, es una lección de historia que se nos presenta gratuita entre el ruidoso andar de los buses. Tan sólo basta con recorrer unas pocas cuadras para percibir que la variada arquitectura del lugar –con exponentes de edificios coloniales, republicanos y modernistas- evidencia como ningún documento, las transformaciones de una ciudad que se apronta a cumplir más de 470 años. No es menor entonces que la calle esté viviendo un proceso de renovación potente, pues las autoridades comprendieron que si no frenaban la triste decadencia de los inmuebles y monumentos, se perdería para siempre uno de los sectores más tradicionales de la capital. 
La calle Compañía por su cercanía a la plaza de Armas fue desde época colonial una vía importante, que debe el origen de su nombre a la iglesia jesuita que tristemente se recuerda por el voraz incendio que la consumió con 2000 fieles en su interior. En ella se construyeron algunos de los mejores solares de la aristocracia, y en los inicios de la república se convirtió en un foco institucional donde se ubicó la antigua biblioteca, el parlamento y los tribunales viejos.
Pero no nos dejemos engañar por esa aparente prestancia,  porque hace no más de 150 años esta arteria seguía conservando un aspecto modesto, con casas bajas de un piso, pestilentes acequias y charcos de lodo que dificultaban el caminar de los vecinos, quienes dejan constancia de sus molestias: “Calle de la compañía.-… está tan desacreditada por los cocheros, que ninguno quiere conducir por ella pasajeros. Está llena de hoyos, especialmente de la calle del Peumo (Amunátegui) para abajo… Ojalá que la autoridad respectiva tome algunas medidas a este respecto”. Diario El Ferrocarril, jueves 26 de abril 1862.

Mucho contradecía este desolador panorama a las aspiraciones de vida de algunas pocas familias de nuestra capital, que tras un golpe de riqueza inusitado habían olvidado esas antiguas costumbres coloniales y se precipitaron a adoptar las refinadas maneras de la alta burguesía europea. Para su regocijo, el arquitecto Francois Brunet des Baines les cayó del cielo y adaptó a la realidad nacional un modelo de mansión neoclásica elegante que se constituyó como un referente urbano-social, cambiando rápidamente la fisonomía de Santiago.
Portada de "El arte en España- La Alhambra" (1)
Sin embargo, no todos colmaron sus sueños con la sobriedad del neoclásico, pues el estilo carecía de esas figuras exóticas que llenaban las mentes de los hijos del romanticismo, maravillados con los nuevos descubrimientos en el Egipto faraónico, la monumentalidad del imperio persa, el misticismo de la India o la delicadeza de la China imperial. Es que el siglo XIX es una época de apertura, donde el comercio se intensifica y los imperios europeos se establecen en sitios desconocidos, abriéndose a nuevas culturas y formas de vida, que condicionarán el sentir de una sociedad occidental cada vez más sedienta por adquirir un trozo de ese exotismo mundial.
Son los europeos y en menor medida los americanos –quienes aun no valoran su tradición precolombina- quienes sienten una irresistible atracción por el desconocido mundo árabe, siendo los viejos califatos, reinos y sultanatos de África y medio oriente, el destino privilegiado para artistas y aventureros. Quizás este motivo desencadena la euforia que produjo el redescubrimiento de la fortaleza de La Alhambra en España, un oasis de orientalismo inmerso en pleno occidente, que se había conservado casi intacto como una trinchera de la antigua tradición estética andalusí. Fugazmente se transforma en todo un paradigma mundial para artistas, escritores, músicos, viajeros e intelectuales, quienes ven en su exótica presencia el pretexto para dar rienda suelta a sus más descollantes desvaríos imaginativos.  Los arquitectos no son la excepción, y ofrecen en sus construcciones la estética de salas completamente inspiradas en La Alhambra; novedad que se vuelve una moda que invade América y Europa.  Ejemplo de esto fue la creación en 1854 de una adaptación del patio de los leones en el Crystal Palace de Londres,  el Hall árabe del palacio de los Duques de Anglada y el salón árabe del palacio del Marqués de Salamanca en la Quinta de Vista Alegre (ambos en Madrid), o  el palacio de La Bolsa de Oporto en Portugal. 

Grabado de "La Alhambra" del Crystal palace of London, destruida tras el incendio de la estructura en 1936 - Aspecto del hall  árabe del palacio de los duques de Anglada en Madrid, demolido en la década de 1970. Fotografía en www.abc.es 

No es extraño entonces que un chileno quisiera llevar más allá de lo imaginable su amor por el exotismo andalusí, y pensara en recrear en plena calle Compañía, entre toscas casas de adobe, un verdadero palacio inspirado en La Alhambra.
Francisco Ossa Mercado había nacido en el apartado Chile de las postrimerías de la colonia, en un respetado hogar de destacados antepasados. La apertura al mundo que significó la independencia parece haber marcado los gustos del señor Ossa, quien desde muy joven se ve atraído por emprender novedosas empresas. En 1824 funda la Viña La Rosa, la más antigua del país; y en 1832 se convierte en uno de los propietarios de la riquísima mina de plata de Chañarcillo, cuyos caudales de dinero permitió que comprara la extensa Hacienda Calleuque, que modernizó y convirtió en una de las más productivas de Chile.
Se casó  con María del Carmen Cerda Almeyda, y tuvo once hijos, trasladándose a Copiapó donde ejerció como Alcalde y Teniente de Aduana. Más tarde regresó a la capital para desempeñar el cargo de senador, alcanzando una buena posición política que le permitió convertirse en candidato presidencial en 1856, elecciones que perdió ante Manuel Montt.
Sin desanimarse continuó actuando como senador, deber que conjugó con una intensa labor filantrópica, haciéndose cargo de la administración del Hospicio de Santiago y la protección económica del Hospital San Juan de Dios.
Manuel Aldunate Avaria (1815-1904), ver (2)
Su destacado desempeño en diversos ámbitos de la vida pública, otorgó a su familia una influyente posición cada día más activa en sociedad, lo que llevó al señor Ossa a emprender la tarea de construir una mansión moderna, lujosa y a la altura de su respetada riqueza.
En 1860 Manuel Aldunate Avaria había recibido el título de arquitecto e ingeniero en el primer curso de arquitectura del Instituto Nacional e iba a perfeccionarse a Francia becado por el gobierno. Aprovechando este viaje, el señor Ossa contrata los servicios de Aldunate y lo insta a visitar Granada con el compromiso de que a su regreso trajera una propuesta para una residencia de estilo andalusí. A fines de 1861 el arquitecto vuelve a Chile, y presenta los planos a Ossa, quien sin mediar gastos, optó por un ambicioso proyecto que pretendía recrear lo más fidedignamente posible el palaciego ambiente de la célebre fortaleza de La Alhambra.  “El palacio de Granada ha sido copiado en miniatura i levantado en Santiago, adaptándose su construcción a las comodidades de la familia, i al clima i costumbres de Chile”. Diario El Ferrocarril 18 julio 1877.

En 1862 se dan inicio a las obras, año que queda constatado en un casquete que decora las ventanas hacia calle Compañía. El arquitecto supervisó los minuciosos detalles que decorarían pórticos, peristilos, patios, corredores, bóvedas y zaguanes, tomando el diseño de los más hermosos recintos de la Alhambra, y conjugándolos de tal modo que a pesar de esa ornamentación recargada, el visitante logra sentir cierta sensación de comodidad y ligereza, al evocar en su distribución la de las cotidianas viviendas coloniales, con sus verdes patios y sombríos corredores.
La estructura del inmueble es principalmente albañilería de ladrillo con mortero de cal, sobre un terreno de 1700 m2, de los cuales 1170 m2 están construidos. El edificio se organiza en torno a tres patios, teniendo la particularidad de que sólo la fachada hacia calle Compañía presenta dos niveles.
Planta de La Alhambra, Imas & Rojas, 2013
El ingreso principal se hace a través de un zaguán que conecta el exterior con un patio central, desde donde se distribuyen habitaciones, recibos y salones de carácter social. Un pórtico enmarca el ingreso a un salón de mayor preponderancia, el que a su vez une el inmueble con el segundo patio, mucho más extenso, donde se encuentra el comedor y otros espacios originalmente utilizados como dormitorios de la familia. El último patio es de reducido tamaño, destinado al área de servicio. Un pasillo perimetral recorre todo el largo del inmueble, y conecta el último patio con la puerta de servicio hacia la calle.
Las obras en el edificio se extendieron durante los dos años siguientes. El entusiasmo del señor Ossa se incrementaba al ver cada pórtico levantarse y pensando en la inauguración de su palacio encargó una despampanante vajilla de plata vermeil a la célebre firma de orfebres Odiot de Paris, la misma que suministraba artículos de lujo a la grandes casas reales europeas.
Hacia 1864 se había gastado la exorbitante cifra de $200.000 pesos en la construcción, suma que desafortunadamente no pudo comprar longevidad para el viejo Nazarí criollo, quien moría en octubre de ese mismo año sin poder ver su querida Alhambra completamente finalizada. “Hoy a las dos i media de la tarde ha fallecido de pulmonía,  a la edad de 73 años, el filántropo por excelencia D. Francisco Ignacio de Ossa, uno de los capitalistas más opulentos de esta capital, senador propietario de la República i Ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago en la Sala de Minería. A pocos sujetos deben tantos beneficios como al Sr. Ossa los establecimientos de Santiago, principalmente el Hospicio del que era administrador. Su caridad era tan acendrada que ha merecido llamarse con justicia el padre de los pobres… Su muerte es un luto para toda la capital, que veneraba altamente a ese virtuoso anciano, i una verdadera calamidad para los pobres, que le lloran sin consuelo”. El Mercurio de Valparaíso, 11 octubre de 1864.
El cuerpo fue trasladado a la Catedral, desde donde salió un cortejo fúnebre al día siguiente rumbo a la Iglesia de la Recoleta Franciscana, junto a una gran comitiva pública compuesta por familiares, amigos, los más altos representantes del gobierno, la iglesia y numerosos ciudadanos que quisieron acompañarlo. Sus restos descansan hoy en el Cementerio General de Santiago.
Tras la muerte de Ossa los trabajos en la pequeña Alhambra parecen haber continuado tan sólo por un breve período, quedando la mayoría de sus terminaciones ornamentales inconclusas. Aun así, el espectáculo que otorgaba su silueta de fortaleza encantada lo convirtió en todo un hito dentro del paisaje urbano capitalino, comentario obligado en la mayoría de las publicaciones de la época: “entre las casas que más llaman la atención podríamos citar la perteneciente a la sucesión de Francisco Ignacio Ossa, situada en la calle de la Compañía… Toda su fachada exterior, lo mismo que sus patios, salones i el magnífico jardín que adorna el segundo departamento, está decorado con multitud de columnatas terminadas por hermosos capiteles, i completamente cubierto de arabescos de la más costosa i difícil ejecución, pero también del más pintoresco aspecto”,  publicará Recaredo Tornero en su guía Chile Ilustrado.

El aspecto colonial de la calle Compañía rompió su monotonía con la aparición del arabesco aspecto de La Alhambra. Fotografía Biblioteca Nacional de Chile.- El segundo patio del palacio Alhambra en la década de 1860, con un pequeño jardín y los muros decorados a media altura. Fotografía perteneciente a la colección de Ilonka Csillag. 
La fachada del palacio Alhambra es en extremo rica en detalles ornamentales, destacando en su centro el arco de herradura del portal y la loggia del segundo nivel que recuerda a la del mirador del Patio de Los Leones de Granada. En las imágenes podemos apreciar distintos aspectos de la yesería que decora el inmueble. Fotografía de los autores, 2013.
En la fachada es posible apreciar detalles curiosos como una heráldica con la fecha 1862, presumiblemente el año en que se iniciaron las obras del inmueble. También una enorme cantidad de motivos cúficos, con pasajes que recuerdan el corán, siendo uno de los más populares este breve poema - popular en las salas de la Alhambra de Granada- que dice "Sólo Dios es vencedor". Fotografía de los autores, 2013.


En 1871 Carmen Cerda viuda de Ossa se adjudica por herencia la propiedad de la calle Compañía, concretando su venta en $70.000 pesos en enero de 1872 a don Claudio Vicuña Guerrero, quien emprende la ardua tarea de dar término al palacio.
Este señor era un reconocido miembro de la sociedad santiaguina, famoso por su extravagancia y por ser el propietario de ricas posesiones agrícolas, entre ellas la próspera hacienda Bucalemu. Su figura se paseaba por toda la ciudad en perfecta sintonía con sus refinados modales, llenos de despreciativos ademanes, que más de una burla le otorgó en las caricaturas de las publicaciones semanales, sobre todo por ser uno de los más conocidos representantes del partido Liberal.  
Claudio Vicuña Guerrero (1833-1907)
A pesar de los comentarios de sus detractores, Vicuña era un personaje muy respetado por sus contemporáneos, Eduardo Balmaceda Valdés en su libro Un mundo que se fue, recuerda: “la figura arrogante de don Claudio Vicuña llenaba esos salones, vestido siempre con suma elegancia, lo recuerdo pomposo y gallardo en medio de esos hombres de elite que frecuentaban la tertulia de mi abuela -(Encarnación Fernández de Balmaceda)-”.
El señor Vicuña piensa inmediatamente en el arquitecto Aldunate para culminar la ornamentación de La Alhambra, pero el profesional está muy ocupado haciéndose cargo de la cátedra de arquitectura de la Universidad de Chile, y emprendiendo nuevas obras como la terminación del Congreso Nacional, los trabajos en el Cerro Santa Lucía y la construcción de otro palacio, el del capitalista José Tomás Urmeneta.
¿Qué hacer entonces?, Vicuña no está dispuesto a seguir perdiendo tiempo y como todo amante de los desafíos, monta en los patios del edificio toda una fábrica artística, donde reúne a los mejores artesanos, yeseros, pintores, marmolistas, dibujantes y ebanistas del país, quienes se encargarán de finalizar su anhelado palacete.
El edificio fue estucado de color amarillo puebla, -en un intento por asemejar las tonalidades de la fortaleza de Granada-, y los relieves fueron pintados de azul oscuro, verde y lacre, combinando perfectamente con los zócalos cubiertos de finos azulejos. Las puertas de nogal eran todas talladas, con vidrios de colores. Para las columnas se eligió el mármol, mismo material que cubre el piso de la galería exterior, elevada sobre un zócalo de piedra caliza con una delicada reja de fina forja. Los salones fueron enriquecidos con boiseries de fina talla realizados por el artista Guillet; en la decoración de muros participaron los pintores Morel, Viché, Dupré y el chileno José Miguel Basulto. También Ernesto Kirbach y Carllo Bestetti, los mismos que decoraban en ese entonces el Teatro Municipal de Santiago.  Ningún detalle fue dejado al azar, el palacio  se convirtió en una verdadera obra artística en Santiago, decorado lujosamente desde cornisas a zócalos por un sinfín de hermosas evocaciones a la lejana Alhambra. Hacia 1877, a un costo de $200.000 pesos, los trabajos en el inmueble estaban casi finalizados.

Zaguán de La Alhambra, calle Compañía nº1340
Ingresar a La Alhambra ese año, era una experiencia totalmente deslumbrante. El zaguán había sido pensando para impresionar, sus muros amarillos contrastaban con el cielo estucado en color blanco, decorado profusamente con frisos y mocárabes que forman un saliente del que pendía una lámpara de quince luces al más puro estilo arábigo. Ambos costados tenían puertas y ventanas que desembocaban en espaciosas salas de recibo, donde los arcos apuntados, chimeneas de mármol, cielos artesonados y muros primorosamente pintados preparaban los ojos del visitante a las mil maravillas que observaría a medida que penetrara en el palacio.
Tras un arco de herradura sustentado por delgadas columnas de mármol, y atravesando una hermosa reja dorada se llegaba al primer patio, denominado “de los leones”, pues se habían dispuesto doce leones de mármol blanco junto al zócalo, los mismo que posteriormente irían quizás, a formar parte de la mítica fuente de los leones del patio posterior, inspirada en la original de Granada. Dos esculturas con faroles -las musas de la ciencia y la hechicería- iluminaban el patio, y dejaban espacio para subir las gradas hacia un corredor elevado sobre un zócalo de piedra rosa, protegido por fina herrería y jarrones de metal. Los muros estaban pintados a media altura con motivos geométricos de La Alhambra y diferentes puertas daban paso a dependencias y salitas menores.
Hacia el sur se alzaba un gran peristilo con tres arcos de herradura, que reproduce finamente la yesería cúfica (caligrafía) y ataurique (motivos vegetales) del viejo corredor del patio de los leones de Granada. Tras ese peristilo se ubicaba el salón de verano, llamado también “de los abencerrajes” en alusión a la vieja estancia de la Alhambra, donde el sultán Boabdill ejecutó a más de 20 caballeros derramando su sangre en una fuente de mármol. La sala chilena no ostentaba aun viejas leyendas, pero sí lucía tan suntuosa como su homóloga española, con una pila de mármol en el centro, coloridos  mosaicos de porcelana en pavimentos y muros; espejos dorados, y una infinidad de estucos moriscos que se elevaban hasta alcanzar una claraboya octogonal cuya luz invadía el espacio todo el año. La yesería era obra de M. Clement, y para complementar el ya espectacular espacio, el señor Vicuña había encargado una fina araña de bronce a Europa, desde donde colgaban pendones de seda amarilla y roja. Dos jarrones de bronce cincelado con pedestal de mayólica, jardineras, sahumadores dorados y pequeños confidentes con cojines de seda eran parte del mobiliario. Llamaban la atención cuatro grandes sofás de cuero de córdoba color lacre y amarillo con relieves moros, no sólo por su porte, sino por haber sido encargados por Vicuña al ministro Marcó del Pont residente en Paris, para que mediante concurso se realizaran a medida por alguna célebre casa francesa. Concluido el trabajo fueron exhibidos en una exposición de bellas artes de aquella ciudad i fueron admirados por los parisienses quienes no sabían que ponderar mas si lo acabado del trabajo o el esplendor i opulencia de su dueño cuando supieron que venía para a chile a 4000 leguas de la ciudad del Sena”. Diario El Ferrocarril, 18 julio 1877.

 
Las rejas del zaguán del palacio Alhambra desembocan en el primer patio, donde destaca la figura del peristilo y la cúpula del salón de verano. Fotografía gentileza. de Jade Cea Nachar. 2- Vista del Primer patio de La Alhambra, decorado inicialmente con pinturas a media altura, que realzaban el ya impresionante aspecto arabesco del espacio, realzado además por el corredor del segundo nivel, que recuerda a los del Mirador del patio de los leones de la Alhambra Granadina. Fotografía de los autores, 2012.
El Peristilo de La Alhambra es uno de los espacios más representativos del inmueble, los muros tienen gran cantidad de yesería cúfica, arcos de herradura, mocárabes y antiguamente estaban pintados a media altura con motivos geométricos inspirados en las salas de la Alhambra. Fotografía de los autores, 2012. 
La Sala de Verano fue conocida curiosamente como "de los abencerrajes", la pila de mármol que se encuentra en el primer patio alguna vez decoró este salón, que asombra por el cuidado ornamental que incluye azulejos, estucos de vivos colores, cielos pintados, espejos dorados empotrados y una gran cúpula. Fotografías de los autores, 2012.

Hacia el poniente se ubicaban dos salones de recibo: uno tapizado en celeste y otro amarillo. Al oriente, la suntuosa sala azul, tapizada en brocato de ese color, cuyo artesonado dorado hacía resplandecer a la luz de las numerosas arañas, las cenefas celestes y el lujoso mobiliario, dispuesto sobre una enorme alfombra de Aubusson encargada a Paris.
Al segundo patio se accedía por un saliente semicircular sostenido por columnas de mármol, arcos de herraduras y otros apuntados, cuyos mocárabes recuerdan a los del Mirador de Daraxa en el palacio de Granada. Los muros estaban decorados con paneles pintados con las características formas geométricas árabes, y abundante yesería de motivos vegetales.
Árboles y pequeños senderos con cerámica multicolor dejaban ingresar a los diversos departamentos y salitas, que tenían como telón de fondo hacia el norte, la decorada estructura de la cúpula, con dos pequeñas torrecillas que acrecentaba el ambiente arabesco de este patio. Al oriente se ubicaba un salón de forma  rectangular con esquinas ochavadas, utilizado como gran Comedor y decorado lujosamente, con finos paneles tallados a media altura,  muros completamente pintados de vivos colores y un cielo artesonado que dejaba espacio para un hermoso plafond central con motivos florales sobre un fondo celeste. Una chimenea de madera hermosamente tallada y un gran espejo empotrado, además de ventanas con vidrios de colores, incrementaban el brillo de la platería y fina vajilla que siempre estaba dispuesta esperando alguna gran celebración. 
El último patio destinado al servicio tampoco carecía de guiños arabescos, las ventanas con arcos de herradura, el pavimento, las cornisas y curvos remates de las esquinas, componían también parte de ese cuidado ambiente oriental que quiso dar el arquitecto Aldunate al inmueble, y que fue mejorado por el excéntrico gusto de Claudio Vicuña,  “El principal mérito de este palacio está en la propiedad de su estilo… pues su joven propietario no ha omitido gastos para que cada uno de los detalles guarden conformidad con el plan general- obra suya es la finalización de la casa i suya también la importación de los amoblados-. Suya también i únicamente suya es la gloria de poseer en Chile el más espléndido y acabado palacio…”. Diario El Ferrocarril, 18 julio 1877.


El antiguo patio de los arrayanes se convirtió en el "de Los Leones" por la mítica fuente de mármol que lo decora, inspirada en la obra original de Granada. Fotografía de los autores, 2012. - Los leones de mármol que decoran la pileta fueron, según un mito popular, parte de un reloj solar que daba la hora arrojando agua por la boca de cada animal. Fotografía gentileza de Jade Cea Nachar.

El comedor sorprende por la calidad ornamental, que incorpora una chimenea de madera con un espejo empotrado, cielos con artesonado pintado, fino parquet y muros completamente pintado de motivos geométricos. Fotografía de los autores, 2009.
El último patio no está exento de motivos arabescos e incorpora ventanas con arcos de herradura, muros con esquinas ochavadas y estucos ornamentales. Fotografías de los autores, 2012. 


La inauguración de La Alhambra

Corrían los primeros meses de 1877 cuando el vértigo se apoderó de la sociedad chilena al enterarse de que el fabuloso palacio de la Alhambra sería inaugurado próximamente. Para la celebración se había pensado originalmente en una fiesta de máscaras venecianas, idea que fue desechada para dar paso a un despampanante baile de fantasía,  pues en Santiago no se había realizado uno desde que la familia Tocornal abriera sus salones en 1862.
Los diarios de la época anunciaron que el baile se realizaría el día 16 de julio con motivo del cumpleaños de la madre del dueño de casa, doña María del Carmen Guerrero, y que tendría la particularidad de estrenar en Chile una costumbre muy en boga en los salones europeos: el famoso cotillón a la francesa, un baile de intriga, en que no es el hombre quien elige su pareja, como se había acostumbrado hasta ahora en toda clase de baile. Las señoritas son las que eligen como les da su real gana. El que tiene mejor figura, puede estar seguro de que será solicitado i aun disputado pero… ¡ai! Desgraciado del que nació feo!...”. Diario El Ferrocarril, 21 junio 1877.
Los meses se hicieron cortos para la infinidad de preparativos, el palacio Alhambra fue totalmente acondicionado para poder albergar a los asistentes y se desembolsaron millones de pesos en banqueteros, luces, flores y la contratación de los mejores músicos de Santiago. Por su parte, los alegres convidados ensayaban a diario las novedosas figuras del cotillón en todos los salones, mientras se hacían crujir las hojas de los álbumes de disfraces en búsqueda del diseño más original, que debía mantenerse además en el más absoluto misterio, y cuya revelación era considerada el peor de los pecados.
Visión opuesta se desarrollaba en el escritorio de los padres de familia, que sollozaban cada vez que llegaba un recibo de las casas de modas, peluquerías, joyerías o almacenes de telas, los que en ese momento eran los únicos beneficiados de ese caprichoso ambiente festivo que invadía nuestra capital.

Portada del "Joyeux Cotillon" de Emile Choquard, valses para piano. Alliance Musicale, Paris. 1897

El mes de julio comenzó con nubarrones oscuros que rápidamente precipitaron una tormenta interminable. Los diarios auguraban el diluvio universal, el Mapocho aumentaba peligrosamente su caudal y se había desbordado frente al puente de palo, inundando las inmediaciones de la plazuela de la Recoleta Franciscana, dejando cientos de damnificados. La situación se incrementó en los días siguientes, llegando el agua al Mercado Central y precipitándose por las calles de Morandé y del Chirimoyo (actual Moneda), anegando establecimientos comerciales y algunas casas.
Sin embargo, las noticias del temporal pasaron a segundo plano cuando se anunció en la prensa que el baile de fantasía sería pospuesto un par de días, lo curioso de la noticia era que la causa no se relacionaba con la lluvia, sino que “se ha postergado para la noche del 18 por indisposición de la señora Subercaseaux de Vicuña… No hay duda que cuarenta i ocho horas son una eternidad para la impaciencia de los que esperan esa fiesta…”. Diario La República, 13 julio 1877.
Lucía Subercaseaux de Vicuña. Col. Particular
Finalmente el temporal dio una tregua el día de la fiesta, y la noche del miércoles 18 de julio los carruajes invadieron las calles de Morandé y Compañía, intentando sobrepasar a la multitud que se agolpaba en las inmediaciones del palacio, y que intentaban ser controlados por personal montado del Regimiento de Cazadores, todos vestidos con trajes de parada.
El bullicioso movimiento exterior se silenciaba al penetrar el umbral de la mansión, “la vista se ofuscaba ante tanta magnificencia, unida a tanta belleza, juventud y elegancia. Veíanse allí en revuelta confusión las huríes del paraíso, los abecenrrajes de granada, los gitanos, los galantes caballeros del tiempo de enrique IV… profetas de los primitivos tiempos, marquesas de peluca empolvada, odaliscas, circasianas, ramilleteras, gitanas, reinas, diplomáticos, marinos, generales ingleses, turcos, rusos i austriacos… mosqueteros, negros, y en general, personas que llevaban trajes de todas las época…”. Diario El Ferrocarril, 19 julio 1877.
Los sirvientes corrían de un lado a otro intentando esquivar a los sorprendidos asistentes, que no paraban de maravillarse con el encantador aspecto de las estancias. Ahí estaba vestida de romana Laura Cazotte de Antúnez, Lucía Bulnes de Vergara disfrazada de araucana, Ramón Barros Luco con capa veneciana y  la infaltable marquesa de Pompadour personificada por Josefina Codecido de Toro. La edad media se hizo presente a través de Francisco Undurraga quien estaba disfrazado de un pintor de corte y Juana Browne de Subercaseaux, vestida con un rico traje de novia medieval inspirado en una pintura de Gustave Moreau. El costumbrismo llegó de la mano de Catalina Toro disfrazada de veneciana, Ana Subercaseaux de mexicana, Ana Huici de japonesa, Alvaro Besa sera un incroyable del siglo XVII, Osvaldo Pérez Sánchez de pescador italiano, José Ducci de florentino y Ricardo Pérez de húngaro.
El ingenio tampoco se hizo esperar: la hermosa Matilde Bello vestirá de horario,  Eugenia Huici de reluciente sol, destellando hermosura y carisma, la misma que sedujo a los más destacados artistas del viejo mundo; mientras que Ángel Bazo cubrirá de oscuridad las salas al ingresar vestido de Satanás y Rosa García Moreno cobijará todo con un manto blanco de nieve vestida de nevazón. Inés Pérez vestía de hada, luciendo en su peinado una luz que súbitamente se prendía y apagaba, causando sorpresa entre sus amistades.
Adela Pérez Eastman personificará a la malvada Proserpina, Francisco Rodríguez al valiente Ricardo Corazón de León, Mariano Melo al Conde de Almaviva, Januario Ovalle Vicuña a Figaro de Sevilla, José Toribio Larraín al Emperador de Austria y Francisco Rodríguez al Duque de Montmorency, quien lucía una completísima armadura metálica con una capa de seda digna del mejor torneo, pero inútil para bailar el más lento de los valses.
Otros personajes optaron por revivir los viejos califatos, vistiendo deslumbrantes trajes arabescos: José Miguel Valdés será Jusef Pachá, el embajador turco de la corte de Napoleón; Ramón Balmaceda será el gran turco Cabeis, Emilia Lajara de Valdés vestirá de la odalisca Zaida, Rosa Orrego de Antúnez de morisca, Miguel Bazo de beduino y Adolfo Carrasco de turco.
Los asistentes eran conducidos hacia el salón de verano para saludar a los anfitriones, que los esperaban pacientes junto a la pileta central de mármol decorada con aromáticas camelias en flor y que ofrecía además vistosos juegos de agua.
Ahí  estaba doña Lucía Subercaseaux de Vicuña, luciendo un hermoso traje de hechicera, confeccionado en terciopelo negro con bordados cabalísticos realzados en oro. Su cabeza estaba cubierta por un tocado de gitana coronado por grandes plumas oscuras, que realzaban su misteriosa indumentaria.   La acompañaba su madre y hermanas, entre ellas la conocida Victoria Subercaseaux de Vicuña Mackenna, quienes amablemente ayudaban a recibir  a esa infinita corte de mundanos personajes de la historia mundial. "Los salones de la alhambra presentaban un aspecto encantador y deslumbrante. Ellos eran estrechos para contener a los convidados. Todas las beldades santiaguinas rivalizaban allí en belleza, elegancia i riqueza de atavíos. Las infinitas luces de las numerosas arañas que pendían de los artesonados, iluminaban a porfia con brillantes, esmeraldas, rubies i otras piedras preciosas que cargaban con profusión señoritas y caballeros" Diario El ferrocarril, 19 julio 1877.

1- José Ramón Balmaceda, Turco Cabeis. 2- José Luis Santa Maria, Húsar, y José Exequiel Balmaceda, Escocés. 3- Januario Ovalle Vicuña, Figaro de Sevilla. 4- Alvaro Besa, Incroyable. Fotografías pertenecientes al Archivo fotográfico del Museo Histórico Nacional de Chile.
1- Arturo Vergara, 2- Osvaldo Pérez Sánchez, Pescador Italiano. 3- Mariano Melo Egaña, Conde de Almaviva. 4- Vicente Dávila Larrain, Ranal de Naney. Fotografías pertenecientes al Archivo Fotográfico del Museo Histórico Nacional de Chile.

Al sur del salón, las puertas abiertas daban paso al pórtico semicircular del patio de los arrayanes, el que esa noche se encontraba cerrado por un hermoso lienzo que representaba los jardines de Solimán, pintado por Carlo Bastetti,  a petición expresa del señor Vicuña para evitar que el viento de la noche molestara a los asistentes. En ese lugar se encontraba la orquesta que era dirigida por el respetado señor Raimundo Segundo Martínez, reconocido artista que se graduó con honores en el Conservatorio Nacional de Música, trompetista de vocación, director de la Orquesta del Club Musical y animador oficial de los conciertos sinfónicos del Teatro Municipal. (Agradecemos los valiosos antecedentes proporcionados por el investigador musical Julio Garrido Letelier).
Las piezas que tocaría la orquesta habían sido anunciadas días antes en el diario El Ferrocarril, por lo que a las 22:30 horas en punto, decenas de parejas se encontraban esperando el inicio de la música en los salones. Comenzó el señor Martínez con una serie de animadas cuadrillas: Mme. Angot,  Royal Tambour, Jolie perfumeuse y Guillermo Tell. Tras un breve descanso, a las 23:30 se iniciaron los valses, principiando Sueños del océano, Vida del artista (Strauss), Las mil y una Noche (Strauss), Romeo y Julieta de Gounod, y Las olas. La mazurka “les traineaux” culminó mientras los saltitos de la polka hacían vibrar las porcelanas de los salones, la orquesta tocó “Aristocrática” -obra del señor Martínez-,  Les fauvettes, El loco rey de Strauss, La Marcha turca de Mozart, y finalmente la galopa “Las delicias del harem”.
Mientras el baile hacía girar a los más jóvenes, las madres de familia conversaban en el salón lacre (posiblemente la sala de verano), siendo agasajadas por toda clase de helados y dulces.  A las dos de la mañana la fatiga del baile fue alejada con la apertura del Comedor, que ofrecía entre su morisca arquitectura platillos fabulosamente confeccionados y deliciosos al paladar, además de té y café; espacio que se sumó a los dos salones especialmente acondicionados para ofrecer tragos toda la noche. 


Ingresar por el zaguán esa noche debe haber sido sorprendente: los mocárabes del cielo, la profusa yesería, el brillo de los vidrios de colores y las luces que resplandecían en los salones, transportaban a los asistentes a la lejana Granada, en un ambiente colmado de risas y rítimicas melodías. En las imágenes, el zaguán y la lámpara central del salón de verano. Fotografía de los autores, 2009 y 2012.
Una hora y media más tarde, el sonido de un cuerno tocado por el señor Martínez, dio inició al cotillón compuesto de 15 figuras que se alternarían al compás de polkas y valses. La juventud exaltada corrió a los salones acondicionados para este baile, tomando parte 40 parejas, que se dividieron entre el salón azul –dirigido por Ramón Subercaseaux- y el salón lacre, dirigido por Domingo Vega.
Los alegres danzantes se entretenían al sonido del cuerno, que iniciaba cada baile, donde las señoritas debían elegir a su pareja en entretenidos esquemas, “otra figura que despertó grande entusiasmo y buen humor fue la de los pabellones de cintas, en la cual una señorita elige a seis caballeros, a cada uno de los cuales entrega una cinta colgante del pabellón que ella sostiene. Su compañero elige a seis señoritas que igualmente toman una cinta del pabellón que él sostiene. Se gira y dada la señal, se acercan los dos pabellones y cada caballero valsa con la señorita que tiene la cinta de igual color al suyo…”
Ramón Subercaseaux (1854-1937)
Las carcajadas, nervios y primeras miradas románticas se dieron cita en esas danzas que culminaron con una gran marcha triunfal que recorrió las arquerías, corredores y patios de ese palacio de la Alhambra santiaguino, cubierto de flores y luces multicolores.
Luis Orrego Luco, vestido de caballero de la corte de Luis XIII, y del brazo de la hermosa Blanca Vicuña –su futura esposa- disfrutó de la velada, y no pudo sino recordar con nostalgia años más tarde “en aquellas grandes fiestas, la casa entera se transformaba en salas de baile… grandes orquestas tocaban valses, cuadrillas y también lanceros… las damas se presentaban lujosísimas, con costosos trajes encargados especialmente a Europa a grandes modistos como Laferriére, y lucían joyas de brillantes y perlas que valían dinerales. Los muchachos circulaban como abejas llenando los carnés de baile de las jóvenes solteras. La animación solía ser extraordinaria y las orquestas tocaban hasta el alba… Aún me parece ver en aquellas reuniones a mis amigos, alejados hoy por la muerte, y que entonces lucían juventud y alegría…”. Memorias del tiempo viejo, pág. 154


La Alhambra en las páginas de la revolución de 1891

Palacio Alhambra. Foto Leblanc, 1890. BN de Chile
La Alhambra, tras su inauguración,  se convirtió en un animado centro social a medida que los hijos de la familia crecían y se intensificaba el actuar político de su propietario. Eran tiempos en que el empedrado de la calle vino a ser reemplazado por finos adoquines de Edimburgo, y las oscuras noches eran domadas ante la novedosa presencia del alumbrado a gas. Las destartaladas casas coloniales habían dado paso a mansiones de estilos mucho más atrevido, donde la fantasía cobraba solidez en fachadas pretenciosas e interiores que evocaban los más apartados rincones del mundo conocido. Edificios de todas las formas habían invadido Santiago, “citaremos la mansión toda cubierta de mármol de Mme. Real de Azúa, el palazzo de M. Barazarte, el palacio Blanco Encalada al más puro estilo Luis XV, la casa del señor Arrieta, espléndida villa florentina. El señor Urmeneta ha construido un castillo gótico, y M. Vicuña habita una imitación de La Alhambra…”, comentará el explorador Charles Wiener en 1888. No era extraño ahora encontrar salas de estilo morisco en las casas, y el exotismo de La Alhambra había sido eclipsado por la construcción de la enorme Quinta Caracoles, cuyo palacete ostentaba un cuidado estilo árabe que incluía tres cúpulas doradas. 
La Alhambra conservaba eso sí el cariño de los santiaguinos, que se reunían frecuentemente en la tertulia de Lucía Subercaseaux de Vicuña, quien animaba con su entretenida conversación las calurosas noches de la capital. No faltaban tampoco las reuniones políticas en la casa, porque Claudio Vicuña comenzó  a aumentar su papel en el partido liberal cuando su  gran amigo José Manuel Balmaceda asumió la presidencia de la República.  Sin saberlo, las vinculaciones de  Vicuña con el gobierno de Balmaceda precipitarían los más tristes sucesos de su vida y llevarían a su añorado palacio a la destrucción. 
El Presidente quería unir al partido liberal, realizar profundas transformaciones industriales, eliminar el monopolio del salitre y sanear la delicada situación con el clero, que había incluso terminado las relaciones con El Vaticano. Los cambios que comenzó a hacer en el gobierno enemistaron a muchas familias, hizo peligrar la estabilidad de otras y provocó una crisis interna que se intensificaba a medida que se acercaba la década de 1890. Se tildaba a Balmaceda de tirano, de mezquino y utilizar milicias improvisadas para cometer actos vandálicos. La agresividad subía de tono, familias ya no se hablaban y en La Moneda, proliferaban ministerios cortos que eran desacreditados por los parlamentarios. Las reformas en la ley de presupuesto generó un peligro real para muchas familias representadas en el Congreso, habían voces que anunciaban un golpe de estado,  que sólo pudo ser frenado por la intervención del Arzobispo Casanova, amigo del Presidente.  
José Manuel Balmaceda, Presidente de Chile  (1886-1891)
El parlamento aplazó la votación del nuevo presupuesto para así poder declarar inválido el gabinete del entonces Ministro del Interior José Luis Sanfuentes, y acusarlo constitucionalmente para ganar tiempo en la resolución de la ley presupuestaria. Ante las presiones, Balmaceda designó en 1890 a Claudio Vicuña como nuevo ministro del interior, y para evitar la acusación constitucional, clausuró las sesiones extraordinarias del congreso. Estableció la prórroga del presupuesto del año anterior, y ante las desavenencias, el parlamento declaró al presidente fuera de la ley. Balmaceda estableció entonces una dictadura, manejando todos los poderes del estado, procurando velar por el orden público. Con la ayuda de la armada, el congreso de trasladó a Iquique, iniciándose entonces una terrible guerra civil a inicios de 1891. 
Los ánimos en Santiago eran de mucho malestar, la gente casi no salía a las calles, y en casa de Vicuña se había establecido una guardia permanente. Mucha gente partidaria al gobierno vivía en la calle Compañía e inmediaciones del Congreso, la familia Ovalle, los Rojas Pradel, la madre del presidente y otros que atemorizados veían con horror cómo la apacible capital se había convertido en un peligroso antro de conspiradores. El nuevo gabinete convocó a elecciones parlamentarias y presidenciales en un intento desesperado por frenar la guerra, se designó como candidato por el partido liberal nada menos que a don Claudio Vicuña, quien recibió una banda presidencial en señal de aprobación por parte de Balmaceda, que veía en él un buen aspirante para asumir tras la guerra el gobierno de Chile.
Los opositores mientras tanto se reunían a escondidas en Santiago, liderados por Carlos Walker Martínez. El 20 de agosto, un grupo de revolucionarios se congregó en su fundo, siendo sorprendidos por el Coronel Orozimbo Barboza, quien ordenó la ejecución de los jóvenes, situación que generó el odio y la desmoralización de los partidarios de Balmaceda, que tildaron a la “Masacre de Lo Cañas” como un acto bestial que hirió profundamente a conocidas familias de ambos bandos.
Tras cruentas batallas en el norte del país, los parlamentarios se acercaban cada vez más a Santiago, y ya no se hablaba de elecciones sino de escape y de una urgente dimisión del actual gobierno. Las familias partidarias de Balmaceda comenzaron a solicitar asilo en embajadas, conventos, hospitales y casas de familiares o amigos; otros pocos se negaban a abandonar sus moradas, a pesar de las constantes amenazas. La batalla de Concón y el triunfo revolucionario en Placilla, pusieron término al gobierno de José Manuel Balmaceda, quien  cedió el control de la ciudad al General Baquedano el 28 de agosto, mientras se refugiaba en la Embajada Argentina para evitar su captura por parte de la Junta Revolucionaria.
1- La Junta Revolucionaria: de izquierda a derecha, Waldo Silva (Vicepresidente del Senado), Jorge Montt (Presidente de la Junta) y Ramón Barros Luco (Presidente de la Cámara de Diputados). 2- Muertos del Combate de Placilla, 1891.
La llegada de la noticia de la sublevación de la Escuadra Nacional el 7 de enero de 1891, queda inmortalizada en este óleo de Pedro Subercaseaux, que muestra al Presidente Balmaceda acompañado de sus ministros: Claudio Vicuña (a la derecha del Presidente), Domingo Godoy, Alvaro Casanova Barros, José Francisco Gana, entre otros. Colección Museo Histórico Nacional de Chile.


“Una familia que corría un gran peligro era la de don Claudio Vicuña que aun permanecía en su palacio de la calle Compañía; ahí llegaron también al amanecer del 29 don Alfredo Ovalle Vicuña acompañado de doña Aquilina y de don Ricardo Vicuña Guerrero, quienes de antemano les habían solicitado amparo en la Legación de Francia… con gran precipitación y alarma lograron alistar a aquella numerosa familia y ya en pleno día, arribaron con ella a la legación. Luego de instalarse y ordenar los atados de ropa y otros objetos indispensables que llevaban consigo, doña Lucía Subercaseaux de Vicuña dióse cuenta que con la precipitación de la salida había olvidado en una mesa de su dormitorio el paquete en que había envuelto todas sus joyas; como no era ya el momento de salir a la calle sin exponerse a cualquier vejación, llamó  a su empleada de confianza Leonarda Ruiz y la envió en busca de las joyas. Cuando la empleada estaba en el fondo de la casa, después de haber escondido entre sus ropas el valioso paquete, sintió los rudos golpes que empezaban a echar abajo las puertas del palacio; sin perder su serenidad corrió a la calle y “viendo un caballero que ayudaba a hacer un huraco a fin de abrir el portón de par en par”, le dijo desde adentro: “aguarde señor, abra así para que todos puedan entrar fácilmente”. Y se escurrió salvando gracias a su entereza de ánimo las joyas de la casa…”. En: Balmaceda, E. Del Presente y del pasado. Ediciones Ercilla, Santiago de Chiel, 1941. Pág. 261
Martina Barros Borgoño de Orrego (1840- 1944)
Y así una a una las mansiones de los partidarios de Balmaceda fueron saqueadas y destruidas por turbas revolucionarias. En la misma cuadra de calle Compañía la casa del senador Ovalle Vicuña, posteriormente Club Fernández Concha, fue totalmente saqueada, arrojándose desde una ventana del segundo nivel un valioso piano de cola. La familia Rojas Pradel también sufrió el saqueo, pues tenían fama de riquísimos y la turba esperaba obtener grandes botines de sus coloridos salones. En la casa de Rafael Balmaceda ni las cañerías se salvaron, la casa de la madre del Presidente,  doña Encarnación Fernández fue desvalijada totalmente, el palacio de Juan Mackenna fue también saqueado, y la colección de arte de Víctor Echaurren Valero se perdió a manos de la revolución.  El senador Adolfo Eastman se negó a abandonar su residencia, y cuando llegó la ola de saqueadores no le quedó más que ocultarse junto a su mujer Carmela Mackenna en el ascensor, donde fueron descubiertos. A pesar del miedo, el señor Eastman intentó convencer a los intrusos de que los dejasen ir, y gracias a la intervención de una mujer que gritó “no tocar a ese caballero que yo sé que es muy caritativo con los pobres”, el matrimonio logró salvarse del odio cegado de un pueblo enardecido por la euforia de las masas. 
El palacio de La Alhambra no se salvó del saqueo, y como haciendo alusión al inestable poderío de los nazaríes en su palacio de Granada, el inmueble de calle Compañía sufrió desde su interior uno de los más lamentadas destrucciones, debido a la enorme cantidad de piezas artísticas que se perdieron.  “Pasamos frente a La Alhambra, como se llamaba el palacio de Claudio Vicuña, presidente electo para suceder a Balmaceda. Allí vimos, en medio de la calle, un precioso sofá y sillones de cuero de córdoba que un hombre despedazaba con un hacha. Augusto, con su gran bondad y su espíritu artístico, le pidió al hombre que no destrozara esas maravillas, que se las llevase. “No robamos, señor”; le contestó el hombre. “Sólo destruimos en castigo bien merecido”. Y Claudio Vicuña no tenía más falta que haber aceptado su designación para ser candidato oficial a la presidencia de la república…”. En: Barros, M. Recuerdos de mi vida. Ed. Orbe, 1942. Pág. 214

Caricatura de Claudio Vicuña en la revista Zig Zag, 1905 (3)
No sólo el mobiliario sufrió vandálicas acciones, sino que también fueron robadas columnas, jarrones y forjas, además de la destrucción de muchos estucos y azulejos de los muros, que jamás se recuperaron. Claudio Vicuña sufrió la confiscación de sus bienes, incluido su querido Bucalemu, debiendo partir al exilio en Perú, trasladándose posteriormente a Buenos Aires. El palacio fue por algunos meses convertido en cuartel de caballería, donde según se cuenta, una de las fuentes de mármol sirvió como olla grande para ofrecer a la tropa guisos y porotos.
Mientras tanto Lucía Subercaseaux y sus hijos pasaron de la legación de Francia a la casa de Melchor Concha y Toro, y posteriormente a unos modestos altos en una casa de Alameda con San Ignacio. Luego de poseer un palacio, la familia debió conformarse con vivir recluida sin comodidades y con visitas diarias del Inspector Salvo, que controlaba los cheques de la mujer, temiendo pudiera utilizar sus recursos para una contra revolución. Luego de unos meses de incertidumbre, la familia Subercaseaux Vicuña emprendió viaje rumbo a Argentina, donde los esperaba el señor Vicuña junto a otros tantos exiliados.
La familia Vicuña al recuperar sus bienes, jamás volvió a habitar el querido palacio de calle Compañía. A inicios de 1900, regresan a Chile y deciden trasladarse a la calle República, donde murió Claudio Vicuña en 1907. “Una nota dolorosa ha venido a marcar tristemente las postrimerías de febrero: el notable patriota, eminente político y gentil caballero don Claudio Vicuña ha pasado a mejor vida, sin sufrimientos, sin angustias y sin temores, como pasan de un mundo a otro los hombres superiores, los seres de conciencia pura y recta. Pierde con él Chile al alma más amante de sus hijos, a un verdadero fanático del patriotismo y un apóstol entusiasta y desinteresado de las más nobles virtudes cívicas.”. Revista Zig Zag, 1907.
Tal vez como un deseo nostálgico de habitar nuevamente su palacio morisco, mandó a construir en el Cementerio General un gran mausoleo de inspiración árabe. La amplia escalinata protegida por leones antecede un templete de esbeltas columnas coronado por una cúpula grandiosa, visible desde todo el camposanto. El interior estaba decorado con pinturas multicolores, mármoles y diversas piezas de mayólica. Tras el terremoto de 2010 el mausoleo sufrió graves daños, encontrándose hoy en un deplorable estado.
El  mausoleo de Claudio Vicuña fue encargado al arquitecto Brugnoli, quien ideó un enorme edificio de líneas árabes coronado por una gran cúpula. El interior fue completamente pintado, e incorporó materiales como mármol y bronce en su decoración. Desafortunadamente el terremoto de 2010 destruyó gran parte del monumento. Fotografías: 1- Mausoleo Vicuña en 1906, Album de Chile. Colección Biblioteca Nacional de Chie. 2- Decoración interior del mausoleo y la cúpula, fotografía de los autores 2009. 3- Daños ocasionados por el terremoto de 2010, fuente: La Tercera. 


El trascendental legado de un propietario

Julio Garrido Falcón (1851- 1942)
La desolación más absoluta se apoderó del mítico palacio Alhambra luego de los destrozos ocasionados por la revolución de 1891. Con la familia Vicuña lejos nadie parecía preocuparse de esa antigua residencia, en la que se dieron cita las más brillantes recepciones sociales y la más cruel de las destrucciones artísticas del país. 
Sin embargo un transeúnte se paseaba a diario por los grandes portones de calle Compañía 118 (actual n°1340), contemplando paciente esos arabescos interminables que seducían aun con su evocadora estampa. Era este soñador don Julio Garrido Falcón, conocido abogado de Santiago, que a la par de revisar escritos legales, se había volcado a las letras e incursionado en el periodismo, convirtiéndose en el redactor del "Diario Oficial" de Lima, durante la ocupación chilena en esa ciudad por la Guerra del Pacífico. Ya en nuestro país, se ocupó también de otra pasión: la agricultura, haciendo próspera las ricas tierras de su fundo Los Tilos de Buin, y construyendo en él uno de los más hermosos parques de la zona. 
La belleza parece haber sido una necesidad en la vida del señor Garrido, pues adquiría todo tipo de objetos artísticos en Chile y en el extrajero, todas piezas excepcionales que lo llevaron a formar una valiosísima colección, que no dudaba en prestar para exposiciones, pues deseaba en lo más profundo difundir el arte en nuestro país. 
Quizás previendo el destino de la mayoría de los edificios de Santiago, compra en 1894 a don Claudio Vicuña su querido palacio de La Alhambra, emprendiendo el desafío de devolver a esta pieza arquitectónica única en la capital, su viejo esplendor.
El esfuerzo de Julio Garrido se centró en recuperar muchas de las pinturas murales originales de los patios, reconstruir pavimentos y restaurar los espacios interiores que sufrieron los efectos de la destrucción; pintando nuevamente las paredes con motivos árabes de vivos colores, recuperando la boiseire e instalando hermosas chimeneas de mármol, como puede apreciarse en los grandes salones del ala norte, que parecen haber sido obra de Garrido por el tratamiento ornamental y materiales utilizados.
El segundo patio sufrió la mayor de las transformaciones, construyéndose una gran estructura de fierro y cubierta de vidrio sobre el pórtico de acceso. Además se eliminó el antiguo jardín de arrayanes, disponiéndose la mítica fuente de los leones al centro del espacio, junto con la incorporación de baldosas en todo el patio. 
El nivel superior del inmueble también parece haber sido acondicionado para la numerosa familia, formándose departamentos amplios con un tratamiento muy sencillo en la decoración, acorde a las modernas instalaciones del siglo XX. 

Interior del palacio Alhambra en 1948, tan sólo unos pocos años después de que la familia Garrido abandonara el inmueble. Se puede apreciar la decoración de los muros del segundo patio, con pinturas a media altura, las que fueron sucesivamente ocultas por capas de pintura blanca. Fotografías en: Catalogo Ilustrado del Salón Nacional de 1948 de la Sociedad Nacional de Bellas Artes. 
1 y 2- Interior de los salones del ala norte del palacio Alhambra, re acondicionados por la familia Garrido en estilo morisco. Fotografías de los autores, 2012. 3- Gran salón que da hacia la calle Compañía, donde se aprecia la boiserie, muros pintados y una gran chimenea de mármol. Fotografía en snba.cl
Decoración en los salones del ala norte de La Alhambra, destaca el intrincado diseño en tonos rojos del salón principal, la simbólica ornamentación que da paso a la caja fuerte, las representativas columnas que decoran el segundo patio y parte de las pinturas geométricas que ostenta el cielo del antiguo escritorio. Fotografía de los autores, 2012.

Julio Garrido estaba casado con Clemencia Matte Pérez, la hermana de los conocidos políticos Domingo y Augusto Matte, del pedagogo Claudio y de la extravagante Delia, quien escandalizaba a la sociedad santiaguina con sus estrambóticos sombreros. 
El matrimonio tuvo nueve hijos, quienes se criaron en el paradisíaco ambiente arabesco de la Alhambra, el que a inicios del 1900 lucía como en sus mejores años. “En la suntuosa residencia que posee el señor Garrido en la calle de la Compañía, se efectuó una lucida y brillante recepción ofrecida por la distinguida señorita Rosa Garrido Matte a sus relaciones sociales…”, publicará la revista Zigzag en 1906. 


Una recepción en el segundo patio del palacio Alhambra. Fotografía en la revista Zig Zag, 1906. 
Recepción en la Sala de Verano del palacio Alhambra, ofrecida por Rosa Garrido Matte en 1914. Revista Sucesos, 1914. 

La familia Garrido hizo de La Alhambra su hogar por más de 30 años. Don Julio se vinculó estrechamente con obras de filantropía, que además de sostener lazaretos e instituciones de caridad, se centraron en fortalecer las artes en el país apoyando a distintos artistas nacionales. Gracias a esto, se relacionó con las nuevas corrientes artísticas y entabló amistad con el conocido pintor Pedro Reszka, quien era Presidente de la Sociedad de Bellas Artes, entidad que había nacido en 1918 de la mano del pintor Juan Francisco González como un espacio para fomentar las artes plásticas en Chile, y promover su estudio.
Zaguán de La Alhambra, 1943. SNBA
La institución organizaba anualmente salones de pintura, retrospectivas y promovía a nuevos artistas que se iniciaban en el mundo intelectual. Tuvo como presidentes al destacado pintor Álvaro Casanova Zenteno, y como miembros honorarios a Virginio Arias, Enrique Swinburn y Onofre Jarpa, entre muchos otros importantes exponentes del arte chileno. El Museo Nacional de Bellas Artes acogía anualmente los salones de la sociedad, pero se hizo urgente contar hacia la década del 30 con un espacio definitivo, donde atender los alumnos y montar salas de exposición permanente.
En la década de 1940, el anciano Julio Garrido comienza a pensar en su paso al otro mundo, y temiendo que la belleza que tanto se esforzó por cultivar se perdiera, dispone algunos de sus más preciados bienes en donación a distintas instituciones que velen por su conservación. Así el fundo Los Tilos de Buin es donado al Ministerio de Agricultura para formar ahi un centro experimental con el nombre de su mujer, Clemencia Matte, el que aun existe y sigue prestando gran utilidad al país de la mano de la CONAF.
Parte de su colección artística fue vendida en beneficio de la Hermandad de Dolores, y su querido palacio de la Alhambra fue donado a la Sociedad Nacional de Bellas Artes en 1940 junto con algunas importantes obras de arte, en un deseo profundo por ofrecer a las futuras generaciones esta maravilla arquitectónica, buscando una institución que supiera valorarla, y no alterar su noble carácter y estilo.  

El 14 de agosto de 1940, el palacio fue oficialmente traspasado a la SNBA, siendo Pedro Reszka designado como conservador vitalicio del palacio. Años más tarde, el 15 de julio de 1973, por decreto Nº723, se declararon como Monumento Histórico los restos náufragos de la corbeta Esmeralda, la casa de la cultura de Ñuñoa y el Palacio Alhambra, protegiéndose por fin para alivio de sus antiguos propietarios este emblemático inmueble.

La mansión sufrirá con el paso de los años leves transformaciones, como el traslado de la pila central del salón de verano al primer patio, lo que desvirtuó el carácter de los recintos. Interiormente algunas habitaciones fueron unidas para dar cabida a salas de clases, y a medida que los azulejos y pinturas sufrían deterioros, se optó por ocultarlos bajo una capa de pintura blanca.  Los sismos de 1985 y 2010 dañaron irremediablemente parte importante del inmueble, se perdió una de las torrecillas de la fachada, la tabiquería interior sucumbió y muchos elementos ornamentales quedaron en el suelo, situación que el equipo Brügmann constató en terreno. Los daños provocados obligaron su clausura parcial en marzo de 2010.
Este año -2013- gracias a gestiones de la Dirección de Asuntos Culturales del Ministerio de Relaciones Exteriores de Chile, la Sociedad de Bellas Artes, el reino de Marruecos, la Corporación de Patrimonio Cultural e importantes colaboradores, se anunciaron los inicios de la restauración del Palacio de La Alhambra en tres etapas, a cargo de la oficina del arquitecto Raúl Irarrázabal y Walter Bee, donde participará el Centro CREA y la gestora cultural Anne Marie Garling; además de artesanos expertos que vendrán de Marruecos para apoyar las obras.
Daños en el palacio Alhambra: La pintura de los muros deteriorada fue tapada por diversas capas de pintura, que hoy vuelven a ver la luz gracias a los trabajos de restauración. Las torrecillas de la cornisa en la fachada sufrieron los mayores daños por los terremotos, perdiéndose una de ellas. Fotografía de los autores, 2009 y 2012.
Una de las ideas de la restauración es mejorar el palacio estructuralmente y restaurar los espacios exteriores e interiores, para devolverles su antiguo esplendor. Fotografías gentileza de Jade Cea Nachar, 2013. 

La restauración del Palacio de La Alhambra es una oportunidad única en Chile para recuperar ese sueño de traer una parte de Granada a estos lejanos rincones. El inmueble es una obra artística en sí mismo,  que no se limitó como muchos dicen a imitar los recintos de la vieja fortaleza nazarí, sino que los adaptó a la realidad chilena para conseguir formar espacios confortables, habitables y acordes a las aspiraciones de vida de una sociedad perdida en el tiempo.
Conservar la estructura del palacio, acondicionarlo para su uso moderno y por sobretodo respetar y recrear nuevamente el aspecto original, son parte de los desafíos que tiene el grupo de profesionales a cargo, que han puesto todo sus conocimientos para lograr devolver satisfactoriamente a nuestro país, uno de sus edificios más importantes y emblemáticos, el último remanente de esa arquitectura romántica del siglo XIX chileno que queda en pie…

Fernando Imas Brügmann
Mario Rojas Torrejón

Vista desde el peristilo del primer patio. 

Bibliografía

(1) Gomez-Moreno, M. El Arte en España- La Alhambra. Comisaría regia del turismo y cultura artística. Ediciones Thomas. 1911
(2) Portada La Revista Cómica, el arquitecto Manuel Aldunate, dibujo de Luis F. Rojas.  1898
(3) Caricatura Claudio Vicuña que alude al vinculo político entre él y José Manuel Balmaceda,  "La Aparición: Claudio! apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos... Y don Claudio ha entendido que se trata de los de Bucalemu". Revista Zig Zag, 1905. 

Balmaceda, E. Del Presente y del pasado. Ediciones Ercilla, Santiago de Chile, 1941
Balmaceda, E. Un mundo que se fue. Editorial Andres Bellos, Santiago de CHile, 1969.
Barros, M. Recuerdos de mi vida. Ed. Orbe, 1942.
Imas, F. Rojas, M. Palacios al norte de la Alameda: el sueño del Paris americano. ARC editores, Santiago de Chile, 2012. 
Latcham, R. Estampas del nuevo extremo: antologia de Santiago. 1541-1941. Editorial Nascimiento, 1941.
Pereira Salas, E. Arquitectura chilena en el siglo XIX, Anales de la UCH. Santiago de Chile, 1956.
Orrego Luco, L. Memorias del tiempo viejo. Ediciones de la Universidad de Chile, 1984.
Ossandon, C. Guia de Santiago. Editorial Zig Zag, 1961
Subercaseaux, R. Memorias de ochenta años. Editorial Nascimiento, Santiago de Chile. 1936
Wiener, C. Chili & CHiliens, Paris. 1888
Villalobos, S. Origen y ascenso de la burguesía chilena. Editorial Universitaria, Santiago de Chile. 2006

Catalogo de la Exposición de la Sociedad de Bellas Artes 1942.
Catalogo de la Exposición de la Sociedad de Bellas Artes 1943.
Catalogo de la Exposición de la Sociedad de Bellas Artes 1948.

Diario El Mercurio de Valparaíso, 11 octubre de 1864.
Diario El Ferrocarril 21 junio 1877
Diario El Mercurio de Valparaiso, 12 julio 1877
Diario La Republica, 13 julio 1877
Diario El Ferrocarril, 18 julio 1877
Diario El Ferrocarril, 19 julio 1877
Diario El Ferrocarril, 20 julio 1877


Se prohibe la reproducción parcial o total del artículo. Derechos de propiedad intelectual protegidos en safeCreative.

2 comentarios:

Nine Lives dijo...

Impresionante, aprendí a hacer el tallado en yeso en año 2011. De hecho, los marroquíes prefirieron el yeso Chileno para hacer sus tallados acá en Chile para la construcción de la Mezquita en Cqbo. Es un trabajo de mucha paciencia y destreza manual, y la gracia de la hechura del yeso, es que modifica la técnica permitiendo la frescura del yeso hasta por 4 meses en época de frío y hasta 1 mes en época veraniega. Maravilloso trabajo y regalo cultural.

Unknown dijo...

Hay posibilidad que actualicen el estado de las obras? se los agradecería.