jueves, marzo 1

EL VERANEO EN LA PLAYA: AUGE Y CAIDA DE LOS BALNEARIOS DE MODA.




Mi bisabuela jamás se arriesgó a meter sus pies en el mar. Pero mi abuela incursionó entre las olas con incómodos trajes de lana... Mi mamá gustaba de tomar el sol con pequeños trajes de baño y yo, ya me zambullo todos los veranos en alguna playa.
Esta tan cotidiana tradición no era algo común hace poco más de una centuria, pues en Chile no existía esa costumbre de veranear en la playa. Pero cuando en Europa se pusieron de moda los balnearios, los chilenos quisimos imitarlos iniciando a fines del siglo XIX una larga carrera por crear el más paradisiaco y elegante rincón donde zambullirse pasó a ser un estilo de vida. 
Pocos balnearios perdudaron intactos en el tiempo, otros se están transformando y algunos con menos suerte desaparecieron bajo la sombra del progreso. ¿Qué pasó con nuestros balnearios?, ahora lo sabremos...




 
Desde tiempos inmemoriales el uso del agua se asoció a rituales de purificación, usados comúnmente en ritos religiosos pero también en parte importante de la vida de los ciudadanos. Es en la India donde se conservan las más antiguas ruinas de una Casa de Baños, en la localidad de Mohenjo- Daro, datándose en una fecha anterior al 2.000 A.C. Le siguen algunas instalaciones en la Isla de Creta, otras en Egipto, en el Imperio Persa, los países escandinavos y Japón. 
Reconstrucción visual de las Termas de Diocleciano. En blog Argargos.
Los Baños alcanzan su apogeo en el Imperio Romano, quienes crean enormes complejos que contenían piscinas con agua fría, templada y caliente, salas de gimnasia, vestuarios, sala de masajes, zonas de descanso, tiendas, bibliotecas y jardines. Uno de los más conocidos fueron los Baños de Diocleciano, construidos a inicios del 350 D.C. y con capacidad para más de 3.000 personas. Con el cristianismo desaparecen los baños por considerárseles un “lugar de perversión”, perdiéndose la mayoría de estos edificios y dejando esta práctica para un uso más privado. La llegada de los musulmanes a Europa y otras culturas de oriente medio, pusieron nuevamente en boga el uso de los baños como centro de recreación, aunque no pudieron por mucho tiempo quitarse el estigma como lugares decadentes y de baja reputación. Los baños utilizaban agua de ríos transportadas por largos acueductos, o se situaban en zonas donde afloraban fuentes termales, beneficiosas para la salud y el ocio.


Entonces ¿de dónde viene la costumbre de bañarse con agua del mar?

Durante el siglo XVIII junto al advenimiento de la Razón, se instauró como parte del hombre moderno el concepto de Higiene. El Mar era un elemento de la tierra al que se le temía, por ser desconocido, catastrófico y principalmente porque la férrea creencia católica no veía beneficios en el lejano mundo submarino. Sin embargo, con la llegada del Siglo de las Luces, la medicina adquiere nuevos conocimientos y ve en la salinidad del mar novedosos favores. En Inglaterra los médicos de Cambridge en 1619 enviaban a sus pacientes a “tomar aire marino” a Great Yarmouth. En otras localidades se comenzó a beber agua de mar por considerársele beneficiosa para curar algunas enfermedades, y los médicos multiplicaron sus escritos sobre los beneficios de la hidroterapia, siendo uno de sus mayores partidarios Richard Russell (1750).
Balneario de Bath, en Inglaterra. Fotografía en romanbaths.co.uk
Es en este país donde vuelven a utilizarse las playas como centro medicinal y luego vacacional, creándose famosos Balnearios (con aguas termales y frías), como Scarborough, Brighton y Bath, cerca de Londres.  Esta última ciudad era frecuentada por la popular Duquesa de Devonshire, Georgiana Cavendish, que animaba con su estrafalaria presencia y atractiva personalidad, las calurosas noches del lujoso balneario.
Desde muy temprano los bañistas (apelativo que se le daba a la gente que asistía a los baños), pertenecían a círculos sociales elevados, asociándose a la Realeza, nobleza y alta burguesía, quienes podían viajar largas temporadas, hospedarse en el lugar y crear con ello un animado itinerario, que paulatinamente se convirtió en una Norma Social de todos los veranos.
De Inglaterra se extiende esta tradición por toda Europa y Norteamérica. Scarborough, por ejemplo,  era el centro vacacional de la realeza británica; el Balneario del Wannsee era su homólogo Alemán. Zoppot atraía a miles de turistas a las costas polacas; Niza y Biarritz eran los balnearios de moda entre la nobleza y alta burguesía francesa;  Capri  se impulsó como el balneario de más cotizado de Italia. Montecarlo en Mónaco era un lujoso paraíso para banqueros, industriales y estrellas de cine. San Sebastián y el Getxo era el sitio predilecto de la nobleza y realeza española; y Newport en Estados Unidos se catapultó como el balneario más exclusivo del Atlántico norte. En Japón la nobleza y la familia real se trasladaba a la apacible ciudad de Osaka. Mientras que los emperadores chinos disfrutaban del Lago Kunming, donde edificaron un espectacular Palacio de Verano, que alcanzó su esplendor bajo el reinado de la Emperatriz Cixi.

1.Postal antigua del Balneario del Wannsee 2. Familia en playa alemana. Gentileza Fernando Imas Brügmann
Grupo de amigos y pareja en playa alemana. Gentileza de Fernando Imas Brügmann
La Playa de Montecarlo en Monaco, se convirtió en un icono del Mediterraneo, siendo visitado por millonarios europeos, norteamericanos y las mediáticas estrellas de Hollywood, que la hizo mundialmente conocida.
Biarritz es uno de los balnearios más exclusivos de Europa. A él viajaban cientos de chilenos a inicios del 900 quedando fascinados con el lugar e intentado imitar este paraíso en las costas de nuestro país.

Una calle de Biarritz, que mantiene su viejo esplendor.
Cannes era muy popular entre los millonarios americanos y europeos. El paseo más concurrido era La Croissete, una larga avenida junto al mar. Esta costanera era la fuente de inspiración de los forjadores de balnearios en Chile y Sudamérica.
Newport junto a Atlantic City, y balnearios más tranquilos como Palm Beach, fueron los paraísos junto al mar de las familias más connotadas de Estados Unidos.
El Getxo y San Sebastián (en las fotos) era el balneario de moda para la burguesá y nobleza española, que llenó de preciosos chalets la bahía, y que hoy sigue siendo un recurrente paseo para los residentes país vasco.

La llegada de la Belle Époque hizo su parte en Sudamérica, sobresaliendo elegantes balnearios por toda la costa del Pacífico y Atlántico sur. En Perú destaca el balneario de Chorrillos (destruido por los chilenos en la Guerra del Pacífico) y la playa de la Herradura. En Argentina se posicionaba la lujosa ciudad de Mar del Plata, con su extensa Rambla de hermoso estilo neoclásico. En Uruguay, Capurro y Piriapolis eran los centros de moda, y en Brasil la famosa playa de Copacabana se llenaba de hoteles y lujosos chalets para acoger la alta demanda de turistas. En Chile surgía el balneario de Viña del Mar, también Papudo, Pichilemu, Constitución y Cartagena.
Jack Criscaut y un amigo en la rambla de Mar del Plata - Jack Criscaut y Fanny Nun de Criscaut en Mar del Plata, 1951. Fotografías gentileza de Patricia Feldman.
Mar del Plata en Argentina fue por muchos años un preciado rincón europeo a orillas del Atlántico sur. Sus lujosos edificios, grandes chalets y el animado flujo de turistas, ayudó que se mantuviera a través de los años como uno de los destinos más atractivos de sudamérica.
Jack Criscaut en Mar del Plata en 1921- Jack Criscaut y Fanny Nun de Criscaut mar del plata 1941. Fotografías gentileza de Patricia Feldman 
El Balneario de Chorrillos (en la foto 1) era un próspero balneario en costas peruanas, que fue destruido por las tropas chilenas en la Guerra del Pacífico. En su reemplazo surgieron otros balnearios como La Herradura, donde jóvenes señoritas se paseaban por la cuidada costanera junto al mar.

Los bikinis y automóviles fueron un must en el Balneario de La Herradura en Lima de los años 50. Fotos Lima La Unica

La Playa de Copacabana en Brasil era el lugar ideal para disfrutar de las olas. Su rápido crecimiento permitió construir hoteles del mejor nivel, grandes chalets y atractivo comercio. El surgimiento de playas como Ipanema en los años 60 no hizo decaer el número de turistas, siendo hoy uno de los destinos predilectos de todo América.



Pero,  ¿Dónde veraneábamos los chilenos en el siglo XIX?

Srtas.Ravalhie, en Peñaflor. 1912. Foto Durandin
No está claro si la palabra “Veranear” estaba dentro del subconsciente masivo en época colonial. Existen antecedentes de vacaciones en los meses de calor desde el medioevo, pero no es hasta fines del siglo XVIII en que aparecen en Europa las primeras referencias del turismo moderno. En las postrimerías de diciembre, todo enero y todo febrero, las familias chilenas –generalmente las más adineradas- se trasladaban a alguna ciudad cercana o fundo donde pasar la temporada. Eran estas grandes posesiones las que se llenaban de visitantes, donde el dueño de casa demostraba su hospitalidad y reunía a la numerosa familia, parientes y amigos más cercanos.
Eran comunes las excursiones, caminatas, paseos y “garden parties" bajo la sombra de los altos pinos.La música, la buena mesa, el canto y el baile era protagonista durante las noches calurosas, y en algunas zonas se disfrutaba además de las tan folklóricas celebraciones de la Trilla y la Vendimia.

No era necesario viajar largos trechos para respirar el campo criollo, porque Santiago era una ciudad pequeña, siendo comunas como Peñalolén, Las Condes, San Bernardo, Maipú o Renca, parte de las zonas rurales que rodeaban a nuestra capital y que eran elegidas como destino para capear los calurosos días de verano.

Al fundo Peñalolén viajaba la familia Arrieta para disfrutar de su elegante mansión campestre, oculta en las laderas de la cordillera, entre centenarios árboles, esculturas y grandes piletas. (Más información en http://brugmannrestauradores.blogspot.com/2011/08/el-olvidado-parque-arrieta.html ).
La familia Riesco se iba a pasar la temporada a sus posesiones en El Salto, en ese palacete afrancesado que dominaba lo alto del extenso fundo, cuando aun no existía la autopista, el cementerio, ni el metro. La familia Gandarillas se iba a Santa Rosa de Apoquindo, entre las actuales Avenida Padre Hurtado y Cristóbal Colón; y aunque parezca increíble la familia de Loreto Cousiño pasaba algunos meses del año en su fundo de Los Leones, hoy pleno Providencia, donde se levantará el Rascacielos del Costanera Center.

La propiedad campestre de la familia Arrieta dio origen a la Comuna de Peñalolén, y fue un sector rural hasta los años 60. Sus propietarios disfrutaban de un gran parque, cabalgatas, subidas a la Quebrada y una de las primeras piscinas de Santiago. En la fotografías: Ximena y Soledad Arrieta (gemelas), Matilde Pérez Cerda (la pintora) y una amiga en distintos lugares del parque. Archivo Brügmann.

El Fundo El Salto perteneció a la familia Riesco, quienes edificaron una suntuosa residencia de verano, que estuvo en manos de sus descendientes hasta inicios de la década del noventa. 2. El Fundo Santa Rosa de Apoquindo fue residencia estival del Almirante Blanco Encalada. Hasta el año 2004 perteneció a la familia Gandarillas, sus últimos propietarios.



1 y 2- Al centro del Fundo Los Leones estaba el chalet edficado por Emile Jecquier como residencia de verano de la familia Lyon Cousiño. Caballerizas, piscina, árboles frutales y extensas zonas para cabalgar eran parte del fundo, cuyo loteo dio origen a un sector de la comuna de Providencia y el Barrio El Golf. El ingreso del parque era custodiado por dos esculturas francesas de leones, que erroneamente son mitificadas como botín del ejército Chileno en su campaña en el Perú. Fotografías Revista Selecta, 1910, Archivo  Brügmann. 3- Isidora, Luis, Ricardo y Loreto Lyon Cousiño. Fotografía en "Barrio El Golf", Miguel Laborde.
La familia de doña Elena Errázuriz de Sánchez se iba un poco más lejos a su fundo El Carmen del Huique, mientras que la familia de Maximiano Errázuriz convirtió su fundo Panquehue en un paradisiaco rincón europeo, con laguna, una villa pompeyana y un templete romano que contenía una invaluable galería de pinturas.

1- Doña Elena Errázuriz de Sanchez "la misiá", junto a su familia en un moderno automovil, 1917. Colección MHN. 2- El Fundo San José del Carmen  de El Huique, propiedad de Misiá Elena Errázuriz. Su capilla (en la foto) sucumbió al terremoto de 2010.

El fundo Panquehue, propiedad de los descendientes de Maximiano Errázuriz era un sofisticado vergel con laguna, un palacio pompeyano, obras de arte y un popular viñedo, que sucumbió ante el terremoto de 1906. En las fotografías una Vista del Viñedo y el Templete Romano que albergaba la Galería de Arte. Archivo Brügmann.

La familia Aspillaga disfrutaba de Tanumé, su campo al sur de Pichilemu, donde habían construido una casa al más puro estilo egipcio, con amplias galería de columnas palmiformes, resguardada por dos grandes esfinges hechas en 1912 por el famoso escultor B. Foliá. 

La Hacienda Tanumé propiedad de la familia Aspillaga tenía una enorme casa patronal a la orilla del mar, inspirada en un templo egipcio. Las esfinges que custodiaban la entrada fueron realizadas por el conocido escultor J.B. Foliá en 1912. Un incendio destruyó la casa a principios de los años 90, conservándose sólo algunas columnas y las esfinges. Fotografías del sitio PichilemuNews.

Asimismo los Salas Undurraga se trasladaban al Fundo Los Nogales, los Caviedes a su Hacienda Machalí en el Cachapoal y la familia Lyon al paradisiaco palacete que poseían en su Hacienda Quilpué, en San Felipe. Esta costumbre aun sigue siendo una de los más tradicionales veraneos.

Las Casas del Fundo Los Nogales, propiedad de la familia Salas Undurraga, 1915. En: Album de Santiago y Vistas de Chile, Jorge Walton. 2- La familia Pereira Iñiguez en Santa Rita de Quinta, 1914. Fotografía Revista ED.

1- La familia Covarrubias Lyon en el parque de la Hacienda Quilpué en San Felipe, 1932. Fotografía del libro "Siempre habrá poesía" de María Filomena Lyon. 2-La familia Caviedes en un paseo por las playas de sus posesiones en El Cachapoal. 1920. Fotografía Archivo Brügmann
Los Pacheco se trasladaban a principios de siglo a su fundo de Renca, para disfrutar de la tranquilidad de la vida campestre, una piscina y divertidos juegos entre árboles frutales.


A fines del siglo XIX se ponen de moda también los Baños Termales. Uno de los más antiguos y populares eran las Termas de Chillán, conocidas desde época indígena. También existían baños en Cauquenes, en Panimávida, en Colina e incluso en el rural Apoquindo, donde se trasladaban familias completas a pasar largas temporadas en los primeros ejemplos de confortables hoteles a la francesa. “Apoquindo es aristocrático, porque además de reunir todo el confort que la familia necesita, su proximidad a la capital lo hace el punto de reunión de los excursionistas, siendo todas las tardes, los sábados, domingo y días festivos de una animación extraordinaria. Momento a momento llegan los autos de uniformados chauffeures, conduciendo elegante juventud que en busca de horas de baile, de sport y de buena sociedad visitan el balneario; de ahí que la estada del veraneante en Apoquindo se llena de atractivos”.  Alda de A. A. V., para revista Familia, 1922.
La llegada del ferrocarril en la década de 1860 hizo posible que las grandes urbes se acercaran, que los tiempos de viaje se redujeran y que paulatinamente las costas –y otros sitios de difícil acceso como bosques, lagos y  montañas- se impulsaran como focos turísticos. 
Los baños de Apoquindo se ubicaban cerca de las avenidas Vital Apoquindo y Cristobal Colón, en parte de los terrenos del  actual Hospital de Carabineros. Estaba en la propiedad rural de la familia Guzman Montt -el Fundo Santa Rosa de Apoquindo-; poseía un confortable hotel y numerosas piscinas termales a las que acudíó gran parte de la sociedad santiaguina hasta su cierre en 1942. Fotografias: Aspecto del Hotel de los Baños y El gran Comedor. Archivo Brügmann.

 En el norte los puertos salitreros comienzan a ceder espacio a sitios de recreo como playas y baños termales. Cavancha (Iquique) se posiciona como la playa a la que acuden la mayoría de los residentes ingleses, mientras que la cercana ciudad de Pica – con su popular baño termal de “La Cocha”- es el lugar de veraneo de la clase dirigente Peruana y Boliviana, donde disfrutaba del infatigable calor el Presidente peruano Remigio Morales Bermúdez y su familia. Más al sur el puerto de Mejillones se llena de chalets y animada bohemia; y Caldera se convierte en un tranquilo balneario con sabor campestre. 

Baños Mauri en Antofagasta. Archivo Brügmann
En la zona central el ferrocarril también tiene incidencia en la formación de balnearios pero es otro el factor que determinará su aparición. Los grandes hacendados deciden a fines del siglo XIX lotear parte de sus posesiones costeras, para crear pequeñas ciudades a la usanza Europea, teniendo en su mayoría Biarritz o Montecarlo en la retina para trazar la urbe. El ejemplo más conocido es el de la familia Vergara, que impulsa la llegada del ferrocarril a sus haciendas de las “Siete Hermanas” y “Viña del mar”, loteándolas y construyendo lujosos chalets, que lentamente dominaron la bahía. El mismo caso se da en la caleta de Papudo, donde el Marqués de la Pica- don Fernando Yrarrázaval Mackenna- ordena la construcción de un moderno balneario. Su parte hará Agustin Ross Edwards con Pichilemu y don Olegario Ovalle con Zapallar. 
El tren también contribuye al auge de  Cartagena, el balneario más próximo a Santiago y que se catapultó como un exclusivo sector a orillas del mar, con una costanera inspirada en la  de Capri.
Más entrado el siglo XX los fiordos, bosques y lagos del sur también se convierten en parte de la oferta turística. En las termas de Puyehue se construye un moderno y confortable hotel,  y  Pucón atrae a los turistas que disfrutan del calor y la pesca. Las áreas más australes tímidamente comienzan a recibir turistas que se aventuran entre escarpadas montañas y bosques milenarios, cimentando una industria turística que sería a inicios del siglo XXI la más importante del país.

El siglo XX y los cambios en las playas chilenas.

Ya hemos hablado de dónde y por qué veraneamos en las zonas costeras. Pero no nos hemos detenido a pensar cómo veraneábamos, y qué usábamos a hora de entrar al mar. ¿Nos bronceábamos?, ¿nuestras bisabuelas usaban bikini? Pues no lo creo…

Mujeres en la playa, 1905. Colección MHN
La arena siempre ha estado ahí, pero parece que hasta bien entrado el siglo XIX la gente no se había percatado de su existencia. Es más, las primeras ciudades costeras no privilegiaban la ubicación de las casas a orillas de una playa o costanera, sino que simplemente daban la espalda al mar, como queriendo evitar el contacto. Viña del Mar es un buen ejemplo, porque a pesar de impulsarse durante el 1900 como el gran balneario chileno, en sus primeros años construyó sus edificios  teniendo como punto neurálgico la Quinta Vergara y no las amplias zonas costeras.

La llegada a la playa se hacía por carro, auto, tranvía o tren –Cartagena contaba con un servicio que llegaba hasta el centro mismo de la ciudad-, y desde ahí se iniciaba una peregrinación diaria donde la sociedad en pleno se congregaba a la orilla del mar para enterarse de los últimos acontecimientos, en largos paseos matutinos o vespertinos, que terminaban en banquetes en casas de amigos o algún hotel, bailes en el Casino o una visita al Club de Tenis. Parece ser que el Tenis tuvo un auge en las playas, se impulsó como un deporte de elite desde 1920, construyéndose exclusivos clubes en Zapallar, Pichilemu, Papudo y Viña del Mar, donde acudía toda la juventud para divertirse y disfrutar de los primeros campeonatos.
Las mujeres vestían largos trajes livianos y de tonos claros, con sombrilla y amplios sombreros que las ocultaran del sol. El  bronceado en la piel no era algo bien visto. La blancura se asociaba a la pureza femenina, su abnegación al hogar y la pertenencia a un sector social elevado.
Tampoco era algo usual que se bañaran en el mar, y los trajes de baño que existían era un complicado conjunto de enaguas, camisas, sombreros y gruesos calcetines, que ocultaran la mayor parte del cuerpo, herencia de la tradición inglesa.
Los caballeros vestían también trajes claros –el blanco era el preferido- , con una “hallula” en la cabeza, zapatos livianos y corbata. La galantería y el flirt eran comunes en las largas caminatas, donde se hacían amigos y las elegantes señoritas exhibían su acalorada pero esbelta figura, con apretados corsé.

Bañistas en la playa de Atlantic City en Estados Unidos, luciendo la moda playera que causaba furor en 1910.

Ya a inicios del 1900 comienzan a utilizarse los trajes de baño, hechos generalmente de lana, tafetán o el popular jersey. El traje era largo, poco ceñido al cuerpo, tapaba los hombros e incluía gruesas calcetas para ocultar las piernas. El vestuario era complementado por un sombrerito para el agua, una capa para la orilla del mar, una toilette y zapatos de goma. Los hombres un poco más liberados en su vestir, usaban también estos largos trajes, o un derivado más corto, que dejaba ya ver el torso.
Eran eso sí los más jóvenes quienes se atrevían a entrar en el mar, mientras los más grandes veían con horror esa osadía juvenil, envueltos en capas, chaquetas e incluso pieles.  Al principio las playas aptas para el baño como Las Salinas en Viña del Mar, tenían cuerdas que se adentraban en el mar, para que los bañistas pudieran entrar al agua sin temor a ahogarse. Otras ofrecían un servicio de carros tirados por caballos, donde las señoritas –generalmente por pudor y miedo- entraban al agua cómodamente sentadas, sin ser vistas por los curiosos.

Grupo de bañistas en la playa Miramar en 1915. Otro grupo de bañistas y carros para baños de mar en la playa de Constitución.

En 1915 el traje de baño ya era una moda impuesta. Se ofrecía en las revistas modelos de Toilette para las más recatadas, y los nuevos ejemplos parisinos para confeccionar atractivos “trajes de mar”, ahora más escotados y sin calcetines.
Después del año 20 se imponen los cortes rectos en el vestir. Las señoras salían con abrigos de un solo botón, con larga caída y muy livianos, que se ponían sobre los vestidos y hacían juego con la sobrilla. Los trajes de baño se acortan, los hombres ya usan un pequeño pantaloncillo con cinturón, mientras que las mujeres tienen trajes más ajustados, que muestran ahora las piernas y los hombros  ¡horror para las  madres!


Bañistas de Miramar en 1915. Revista familia. Archivo Brügmann
La carrera del traje de baño seguirá en auge. Desde Hollywood llegan los populares modelos usados por las celebridades. Son ajustados, muy cortos y permiten ver la figura femenina. El hombre usa un pequeño pantalón de gruesa tela.
En 1923 Coco Chanel impone la moda de broncear el rostro, cuando se presentó en un desfile parisino exhibiendo una “morena” silueta luego de un viaje en crucero hasta Cannes. Con su gracia característica supo sacar provecho a la situación, e impuso el bronceado como un símbolo de status, riqueza y salud; sacando a la venta los primeros bronceadores en la década del 20. Quien no se bronceaba no estaba a la moda, y con el tiempo el bronceador se unió al conjunto de accesorios para bajar a la playa, junto con las carpas, toallas, sillas, reposeras y quitasoles.
Como los trajes se hacen incómodos para el bronceado y la sociedad paulatinamente se libera, los trajes de baño se transforman en pequeñas piezas textiles, cada vez más ajustadas, cortas y escotadas. El hombre sigue usando un pantaloncito, sin experimentar muchos cambios, pero el traje femenino se complementa con vivos colores, telas llamativas y cortes que realzan la figura.
Michelin Bernardini en bikini
En 1946 aparece por primera vez el traje de baño de dos piezas, inventado por un ingeniero francés llamado Luis Réard. Hizo su aparición en la Piscina Monytor de Paris, cuando una reconocida nudista francesa –Michelin Bernardini- osó a entrar en el agua con esa “pecaminosa” prenda. El modelito fue conocido como Bikini, porque se cuenta que en esa época eran muy famosas las investigaciones nucleares que se estaban haciendo en las Islas Bikinis, y cuando Bernardini era entrevistada por un periodista sobre el traje de baño, tuvo la ocurrencia de exclamarle a su creador “!Réard, su bañador va a ser más explosivo que la bomba en bikini…¡”.

El primer “bikini” representó toda una liberación femenina, convirtiéndose en un ícono de los nuevos tiempos, comenzando a ser utilizado en las eufóricas playas europeas y las liberales playas de California, cuna de las grandes estrellas de Hollywood. En Chile mientras tanto aun se prefería el uso de trajes de baño de una pieza, como los famosos “Catalina”, que eran populares en los balnearios  y piscinas.
Los 60 hacen ingreso del Rock&Roll y el Bikini en tierras chilenas. El bikini era considerado de mal gusto, reservado a niñas de dudosa reputación. La recatada sociedad chilena acostumbrada a los bañadores de una pieza, veía con consternación el paulatino uso del traje de dos piezas por las señoritas, no sin problemas, llegando algunas a ser expulsadas de piscinas privadas o playas. Con gracia cuenta Anita Brügmann que en 1961 con apenas 19 años, y despampanante figura germana,  se atrevió a entrar en la Piscina de La Reina con un nuevo Bikini, causando furor entre los asistentes masculinos pero  horror entre las féminas, que en masa acudieron al encargado para pedir su expulsión, abogando una ofensa a la moral y la buenas costumbres.
Con el tiempo la popular actriz Brigittte Bardot ayudó a mejorar la “reputación” del bikini, cuando comenzó a usarlo en sus veraneos por Cannes.

Anita Brügmann en Viña del Mar, 1961. Archivo Brügmann
A fines de los 60 se crea la Lycra, que permite achicar aun más los bañadores. El estilista Rudi Genreich idea en Estados Unidos el Monokini, un bañador de una pieza sujeto por largos tirantes. Diez años más tarde en Brasil se crea La Tanga.
Los 80 traen nuevos modelos con trajes de baños más elásticos, y en los 90 se popularizan los mini bikinis, trikinis y el topples, frecuente ya en las playas francesas. Los nuevos aires del siglo XXI hacen perdurar la tendencia en bañadores, siendo cada día más pequeños, permitiendo gran movilidad y la posibilidad de hacer más cómoda la tan divertida rutina playera: Caminatas, tomar sol, ver a los amigos, deleitar el paladar con delicias marinas e ir de fiesta hasta la madrugada.


Evolución del traje de baño desde el siglo XIX hasta los años 60. Las décadas del 70, 80 y 90 traen nuevos cambios pero nada tan trascendental desde la llegada del bikini. Créditos de los autores, 2012


Los Balnearios tradicionales

Es difícil hacer un ranking de los balnearios más atractivos o de moda a lo largo de nuestra historia, porque todos en su momento se impulsaron como sectores exclusivos y casi prohibitivos, lo que los hizo conocidos y configuró su fisonomía. Con el tiempo la mayoría dio un giro, se hicieron masivos y permitieron a más personas disfrutar de sus bondades,  causando en algunos casos destrucción y en otros su permanencia a lo largo del tiempo. Las dificultades surgen al acercarnos a las postrimerías del siglo XX, cuando los chilenos ya no optamos por un turismo tradicional y buscamos nuevas experiencias que no se relacionan necesariamente con el confort, la activa bohemia o el gran comercio. Estamos en un punto donde se busca la tranquilidad, a orillas del mar o lejos de él, sintiendo el encanto de rincones olvidados, lagos vibrantes o simplemente caletas donde aun se respire ruralidad.
La era de los balnearios de moda ha terminado, y qué mejor que dejar un vivo testimonio de sus épocas más doradas. La naturaleza de la investigación no permite extendernos más, y obviamente muchos quedan en el tintero. Exponemos nuestro listado, con los balnearios tradicionales que consideramos los más importantes en la historia chilena:

Cavancha
El puerto de Iquique fue uno de los enclaves salitreros más importantes de Sudamérica, comenzó su auge bajo administración Peruana y logró su apogeo en el 900 cuando ya pertenecía a Chile.
El Teatro Municipal de Iquique, 1950. Foto: Hernán Pereira
La riqueza que otorgaba el mineral permitió a sus habitantes –en su mayoría extranjeros- gozar de un elevado tren de vida que era  tangible en el lujoso comercio, la animada oferta cultural con un Teatro de primer orden, hermosos paseos públicos y animada bohemia, concentrada mayoritariamente en el conocido Chalet Suisse, donde deleitaba con su habilidad musical Teresa Wilms Montt.
Como toda gran urbe costera, construyó largas costaneras con ajardinados paseos, donde acudía la sociedad iquiqueña para disfrutar del cálido sol todo el año. La Playa de Cavancha era el destino predilecto de los turistas y residentes, por su gran tamaño, arena blanca y alborotadas olas, que hicieron de ella un icono turístico del norte de nuestro país.
Aunque los años han pasado, las palmeras han crecido y de los residentes ingleses ya no hay ni rastro, el Surf y los festivales musicales han logrado mantener el atractivo del otrora cosmopolita puerto.

La avenida Cavancha y su costanera (en la foto), era el más concurrido paseo de Iquique. Sus palmeras y algunos monumentos son hoy el mudo testigo de un antiguo esplendor. Fotografía: Archivo Brügmann

Pica
Muy cerca de Iquique se encuentra el Oasis de Pica, un vergel en medio del desierto. Lo que muy pocos saben es que Pica era un concurrido balneario a fines del siglo XIX, donde acudía la buena sociedad del Perú y Bolivia, para disfrutar de la vida campestre los meses del verano y sumergirse en las medicinales aguas de “La Cocha”, el popular centro termal.
Pica estaba lleno de grandes quintas de veraneo, construidas bajo el modelo inglés, en madera y con grandes porches para disfrutar de la calidez vespertina. Ahí tenía su casa de verano el militar peruano Remigio Morales Bermúdez (nacido en Pica en 1830), quien luchó férreamente contra el ejército chileno en la Guerra del Pacífico y ocupó la presidencia del Perú en 1890. Como él otros grandes dignatarios peruanos poseían casas en Pica, y luego del auge salitrero, los ingleses hicieron de la pequeña ciudad un animado centro vacacional, hasta que la decadencia del dorado salitre resintió toda la región y Tarapacá se fue quedando cada vez más vacía. Hoy Pica es famosa por el limón que es plantado en su oasis, y la Cocha sigue atrayendo a numerosos turistas que mantienen vivo el pequeño poblado.

1- Mujeres en el jardín de su casa en Pica. 2- Una Casa quinta de Pica. Fotografías Colección Museo Regional de Iquique.

Caldera y Bahía Inglesa
Fernando Imas Brügmann en Bahia Inglesa.
El puerto de Caldera se liga estrechamente a los inicios del ferrocarril en Chile. Se le otorga por Decreto Supremo la denominación de Puerto en 1850, construyéndose un nuevo lugar de embarques y una estación de trenes que recibiría el primer tren que hacía un largo recorrido hasta Monte Amargo, para recoger el valioso cargamento de las minas de Chañarcillo y Tres Puntas.
El desarrollo comercial no tardó, ni tampoco su fama, recibiendo gracias al tren cientos de visitantes que iban a hacer transacciones comerciales o simplemente conocer el atractivo Puerto, que contaba ya con una Aduana, Hoteles, una iglesia diseñada según planos de Eiffel y atractivos sitios aledaños que podían ser recorridos a pie o a caballo.
Turistas de las ricas ciudades nortinas iban a disfrutar de los paseos que ofrecía, instalados en alguna de las elegantes casas construidas bajo modelos ingleses o franceses. Rápidamente se percataron de una atractiva Playa al sur, de arena blanca y aguas turquesa, que era conocida como El puerto del inglés, porque en 1687 había sido visitada por el conocido pirata Edwards Davis. Años más tarde la playa cambiaría de nombre a Bahía Inglesa, por la enorme cantidad de turista ingleses que recibía. Recordemos que las riquezas nortinas estaban en su mayoría en manos de Ingleses, que residían en ciudades importantes como Iquique, Copiapó y por supuesto el puerto de Caldera, desde donde vigilaban sus negocios.
Cuando las riquezas mineras se extinguieron en el norte, Caldera fue herida casi mortalmente, perdiendo su importancia y sumiéndose en el anonimato. Continuó siendo un tranquilo poblado y una más de esas ciudades fantasmas con un pasado esplendoroso.
La Playa de Bahía Inglesa siguió recibiendo turistas, y aunque la visita del Pirata Davis no dejó ninguna moneda de oro, la playa se perfiló como un gran tesoro que mantiene aun activa la ciudad gracias al rentable turismo.
1- La Plaza de Caldera a inicios del siglo XX, en "Balnearios tradicionales de Chile y Arquitectura". Boza, C. et al. 2- Playa Bahía Inglesa.


Papudo
Fernando Yrarrázaval y Mercedes Fernández
La bahía era ocupada por indígenas Changos regidos por el gordo Cacique Carande, cuyo rostro ostentaba una doble papada. Los españoles para reconocerlo le dieron el apelativo de “El Papudo”, dando origen al nombre.
Dos sucesos hicieron conocido el puerto: El primero se relaciona al desembarco del famoso pirata Francis Drake para descansar, lo que desencadenó una leyenda sobre la Cueva del Pirata y un tesoro oculto en los acantilados. El segundo es la Batalla Naval de Papudo en 1865, donde los jóvenes oficiales Prat, Condell, Latorre y Uribe capturan una Cañonera española que bloqueaba las costas chilenas.
A fines del siglo XVIII el puerto pertenece a la gran Hacienda Pullally, propiedad de la familia Yrarrázaval, Marqueses de La Pica. Desde 1860 las aventuras del pirata Drake hicieron que la playa recibiera algunos visitantes que disfrutaban del buen clima, incrementándose con los años. Esta situación hizo que en 1897 el heredero de Pullally, don Fernando Yrarrázaval Mackenna decidiera fundar el Balneario de Papudo, loteando la zona costera de la hacienda.
Fundada una sociedad que tenía por objetivo realizar un buen negocio al vender los paños para erigir residencias, y conformar un moderno balneario que incluiría un Hotel de categoría mundial, comenzó el rápido crecimiento del pequeño puerto.
Nuevamente es don Josué Smith Solar quien recibe los grandes encargos para edificar en el balneario características residencias y trazar la urbe. Recibe como pago un pequeño terreno donde erige su propia casa de verano, mirando a la Playa grande.
Playa Papudo y la Casa Ortúzar.  Gentileza Ilustre Municipalidad de Papudo
En Papudo se encarga Smith de edificar la casa más distintiva del balneario, el Chalet Recart, un romántico castillo de altas techumbres y puntiaguda torre que sirve hoy como Municipalidad. Edificó también la enorme masa simétrica que era la Casa Ortúzar, hoy demolida; y el gracioso chalet de don Julio Zamora Larraín, una construcción que había sido edificada como el Pabellón de la Compañía de Cervecerías Unidas de Limache en la Exposición del Centenario en la Quinta Normal. Desmantelada y comprada por el señor Zamora fue a parar a Papudo, siendo demolida por el progresivo deterioro a fines de los años 90.

El Chalet Recart Novion fue contruido por Josué Smith en 1912. Su emplazamiento domina la Playa de Papudo, convirtiéndose en un hito del lugar. La Municipalidad tiene ahi sus dependencias, manteniendo ciertos aspectos del interior original. 1- Chalet Recart en "Smith Solar &Smith Miller Arquitectos", Mario Perez de Arce.   2- Vista actual del Chalet.  3- El Hall. Fotografías de los autores, 2012.
1- El chalet del señor Zamora en los años 90. 2- El chalet como Pabellón de la Exposición de la Quinta Normal en el Centenario. 3- El Hotel Melo de Papudo. 4- Casas junto al mar, entre ellas (con techo a dos aguas y blanca) la Casa de Josué Smith Solar.

 Sin duda el proyecto más atractivo de Josué Smith en Papudo fue El Gran Hotel, que desapareció tras un incendio en 1946. El edificio tenía cuatro pisos, más una alta techumbre que era rematada por un torreón en una de las esquinas, costando la alta suma de 350.000 pesos oro de la época. Con un alhajamiento de primer nivel, mobiliario importado de Estados Unidos, un servicio excepcional y el lujo de amplios dormitorios con baño privado; el Gran Hotel se convirtió en un icono del balneario, ayudando a dar categoría a la ciudad que se convirtió rápidamente en un aristocrático destino.  
El Gran Hotel Papudo y un grupo de veraneantes. Al fondo se ve la casa de Julio Zamora. Revista Sucesos 1915. Archivo Brügmann
1- El Gran Hotel de Papudo en 1917. en "Smith Solar &Smith Miller Arquitectos", Mario Perez de Arce. 2- Personal de servicio del Hotel en los años 40. Gentileza de la Ilustre Municipalidad de Papudo. 3- El Incendio del Hotel. en "Smith Solar &Smith Miller Arquitectos", Mario Perez de Arce.

 El arquitecto Alberto Cruz Montt también contribuyó a la belleza del balneario, erigiendo la Iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes de Papudo, en estilo neo colonial. Construye además la Villa de la familia Yrarrázaval, también en el mismo estilo. Hoy no existe.
El auge de Papudo continuó durante el siglo XX: se construye un muelle, llega el telégrafo y el ferrocarril. Se crea un Club de Tenis y un Club de Yates, el poblado se expande hacia los cerros. Continuará Papudo siendo un atractivo destino turístico, entre bosques y playas de arena blanca, que actualmente acoge a numerosos turistas todo el año.

La iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes de Papudo fue construida en 1918 por el arquitecto Alberto Cruz Montt por encargo de doña Mercede Fernández  Bascuñán, esposa de don Fernando Yrarrázaval. 1-La iglesia en los años 20, y atrás la casa de la familia Yrarrázaval construida también por Cruz Montt, hoy demolida. 2- Vista actual de la Iglesia. 3- El interior en estilo neocolonial. Fotografías de los autores, 2012
Leticia Fuenzalida de Franceschini junto a su familia en la playa de Papudo. Gentileza de Miguel Timoner.
Fiesta de disfraces en el Club de Yates de Papudo en la década de 1970. Gentileza de Cecilia Iglesis Stagnaro.

Zapallar y Cachagua
Marta Valdivieso en Zapallar. Foto Revista ED
Don Procopio Rabadilla debe hacer frente a una situación importante: ir a veranear a Zapallar.
Ya lo ha anunciado la revista Zigzag, que el distinguido señor junto a su familia y criados, pasará toda la época estival en el elegante balneario. Pero la crisis ha sido grande, y sin más remedio guarda las apariencias tras el cerrojo de su puerta, encerrándose todo el verano en el Zapallar que tiene plantado en el patio…  Así ironizaba Eduardo Valenzuela la importancia del balneario a inicios del siglo XX en su obra de teatro “Veraneo en Zapallar”. Las peripecias de don Procopio dieron origen a un mito popular, y reflejaba la importancia de un balneario modelo que se convirtió en una regla social de todos los que se consideraran “gente bien”.

Zapallar (“lugar de calabazas”), era parte del fundo Catapilco que pertenecía en 1599 a un militar de la Guerra de Arauco, don Francisco Hernández de Herrera.  Muchos dueños tuvo hasta que en siglo XIX la adquiere la familia Ovalle, quienes construyen un puerto menor en la caleta para transportar sus productos. El heredero de la Hacienda Cachagua, dentro del fundo Catapilco- don Olegario Ovalle- era un artista que estaba enamorado de su hacienda. Viajando por Europa se le ocurrió la idea de fundar un balneario Europeo, trayendo un diario con anotaciones y gran cantidad de materiales, entre ellos enormes bloques de mármol de carrara que guardó en un almacén de Valparaíso, que se derrumbó por el peso, debiendo pagar los daños.
Terraza de la sra. Lynch de Morla en Zapallar
Entre la vorágine de balnearios que se creaban en la zona central (Viña del Mar, Papudo, Pichilemu, Cartagena) el problema de don Olegario era poblar su nuevo paraíso. Tuvo la ocurrencia de regalar sitios a sus amigos más cercanos, con la única condición de levantar casas de buen gusto en un máximo de dos años, tal como se hizo en St. Petersburg. Muchos inconvenientes se le presentaron a don Olegario, porque Zapallar era un roquerío desolado con una playa microscópica, muy alejado de las grandes ciudades, algunos lo creyeron demente.
Pasaron años hasta que pudo ver por fin su balneario con ocupantes, y más de alguien habrá dicho después lo arrepentido que deben haber estado los que rechazaron el ofrecimiento del Sr. Ovalle, cuando ya los cómodos balnearios de Viña del Mar o Cartagena habían sucumbido a las masas y el descarnado turismo.
Doña Carmen Vicuña de Pinto Agüero construyó los cimientos de su casa, alegando ser la fundadora del balneario. Pero lo cierto es que la primera casa propiamente tal la construyó Manuel Valledor en 1893, que luego paso a la distinguida Luisa Lynch de Morla, donde las populares señoritas Morla hacían sesiones escalofriantes de espiritismo, siendo tildadas de brujas. No fueron chilenos los primeros en poblar Zapallar, algunos dirían que “el chileno no disfruta de la naturaleza”, y es cierto. El colono alemán Adolfo Petzold construyó la segunda casa, y a él siguieron los Müller, Schaffer, Moller, Johov y Lenz. Todos tomaron terrenos que don Olegario y un fiel capataz había trazado años antes con sólo un a huincha de medir, a mano alzada, privilegiando la pendiente e imaginando las vista de las elegantes construcciones con las que soñaba.

Zapallar desde el Cerro La Cruz en 1920 y 2012. La permanencia de su apacible estilo campestre es un gran mérito. Archivo Brügmann
Dos vistas de la playa de Zapallar en los inicios del 1900.
 Y su balneario gracias a los alemanes floreció, plantándose bosques y jardines, delineándose caminos sinuosos entre los cerros, que configuró la agreste pero cuidada fisonomía que conserva hasta hoy. Luego del terremoto de 1906 que destruyó la mayoría de las incipientes casas, viene una etapa de re- formación, teniendo como aliados ahora al prestigio que había tomado el lugar y conocidos arquitectos que llenaron de Villas los cerros. El arquitecto Josué Smith Solar es nuevamente el autor de las más representativas casas, como la de la Familia Aldunate hoy sede de la Municipalidad y la espléndida “Casa Hildesheim”, réplica de una espectacular casa de Baviera del siglo XVII, que Smith reinterpretó en la ladera de un cerro Zapallarino para doña Marie Luise Mc Clure de Edwards.
Don Carlos Casanova se construye un castillo con puente levadizo, desde donde se disparaba todos los días el cañonazo de las 12. Desde Argentina – donde poseía un opulento palacio hoy Museo de Artes decorativas de Buenos Aires- don Matías Errázuriz viajaba todos los veranos a Zapallar, construyendo una espléndida villa italiana que después pasó a Mario Matta. Otras notables casas se construyeron, todas con cuidados jardines y divertidas anécdotas.
Bosquejo del diseño de la Casa de don Carlos Aldunate Solar en Zapallar y la casa terminada en 1915. Hoy es la Ilustre Municipalidad de Viña del Mar. Fotografías en "Smith Solar & Smith Miller Arquitectos", Mario Pérez de Arce
Fachada de la mansión inglesa de la familia de Fernando Aldunate en Zapallar y vistas interiores. Revista familia, 1924. Archivo Brügmann.

1- Casa Ossandón en estilo neocolonial.  2- Corredor exterior 3- El señor Carlos Ossandón y su familia en el parque de la casa. Archivo Brügmann. 4- La cancha de tenis en la casa, donde se realizaban algunos de los torneos. Fotografía revista ED.
Casa de doña Maria Luisa McClure de Edwards. 1- La fachada lateral. 2- Un salón. 3- Vista actual. Archivo Brügmann

Chalet de don Alejandro Fierro. 1- Vista de la casa. 2- El gran salón. 3- La escalera principal. 4- La familia Fierro en la entrada de la casa. Archivo Brügmann.

Don Matías Errázuriz construyó una gran casa en la ladera de un cerro con vista a la bahía de Zapallar. Al enviudar abandonó su suntuoso palacio en Buenos Aires y vivió sus últimos días en el tranquilo balneario. 1-Matías Errázuriz en revista Caras, Argentina 1932. 2-La Casa Errázuriz en Zapallar. 3- El palacio Errázuriz de Buenos Aires. 4- Josefina Alvear de Errázuriz,retratada por Boldini.
Junto a la subida al Cerro La Cruz está la Casa que perteneció a Irene Wilson, la más extravagante habitante de Zapallar, quien hospedaba a intelectuales, artistas y políticos, animando las noches del balneario. Muy cercana a la gente, pidió expresamente que en su funeral todos los pescadores de la caleta estuvieran presentes; y hoy a su figura se le rinde homenaje en una escultura que la recuerda sobre las rocas.
Irene Wilson
Don Manuel Mackenna se traslada a Zapallar e inicia la laboriosa tarea de crea una municipalidad, situación que se concreta en 1916, siendo el primer alcalde don Alejandro Fierro. Años más tarde don Carlos Ossandon asume la alcaldía, adquiriendo para sí todos los terrenos de la Sociedad de Zapallar, que traspasó paulatinamente a la Municipalidad para crear jardines y plazas. Organizaba además torneos en su cancha de tenis privada, instauró la Semana Zapallarina y construyó un pequeño muelle, no sin detractores que veían en él un comerciante. “Una atroz oposición despertaba en Zapallar este caballero; se le criticaba duramente; se decía que todo lo comercializaba, pero los que estábamos al margen de estas disputas lugareñas, veíamos que los únicos progresos notorios del lugar debíanse a Ossandón”, decía Eduardo Balmaceda Valdés en sus memorias.
El Gran Hotel, creado a fines del 800 por un hermano de don Olegario, fue adquirido por Madame Gardot, organizando memorables bailes, fiestas de fantasía y  banquetes, todo en la más absoluta simpatía y gracia.
Este ambiente de glamour, sofisticación y tranquilidad cautivó a toda la sociedad, que en el siglo XX se agolpaba por comprar terrenos en el “despreciado sueño de don Olegario”, solares que no se vendían a cualquiera y cuya exclusividad contribuyó a mantener ese ambiente casi familiar que se respira hasta hoy.
Asistentes a un torneo de tenis en la casa Ossandon. 1915. Archivo Brügmann
1- Ignacio Undurraga Barros y Sergio Tagle Montt frente a la Iglesia de Zapallar. 2- Anita Brügmann de Imas frente a la bahía de Zapallar. Archivo Brügmann.
1- El Cesar, un restaurant cerca de la playa se convirtió en uno de los sitios más tradicionales del balneario. 2- El Gran Hotel de Zapallar. 3- Familia Larrain Echeverría, Echeverría Yañez, Sr. Piñeira, Sra. Amanda Labarca de Huberstone y srta. Olga Echaurren en el jardín del Gran Hotel, 1915. Archivo Brugmann.

1- Familia Fuenzalida Valledor. 2- Sras. Lynch de Baeza, Achaval de Patrón Costa y Garcés de Cifuentes. 3- Niños en la playa. Archivo Brügmann

Veraneantes y la playa de Zapallar en 1915. Archivo Brügmann

1- Grupo de veraneantes. 2- El ministro de Cuba y señora, junto al Sr. Heiremans. 1915. Archivo Brügmann

El pintor Álvaro Casanova Zenteno (al centro) junto a su familia en Zapallar. De derecha a izquierda: Mariano Casanova Vicuña, Adelina Casanova Vicuña de Vidal, Beatriz Larrain de Cruz Montt, Edith Larrain de Casanova y su hermana Batriz Larrain del Campo y René Prieto Prieto. De pie aparece Magdalena Casanova Vicuña de Prieto, quien después de un viaje a Venecia en los años 30 diseñó la vela con la flor de lis, que se convirtió en un icono de la playa. Fotografía e información, gentileza de Juan Antonio Casanova Mora.

Cachagua
Un poco más al sur el encanto pueblerino de Cachagua se posiciona en el siglo XXI como uno de los balnearios de moda. Sus pequeñas playas con aguas cristalinas son ideales para el baño, o realizar el popular deporte del Surf, también parapente o excursiones entre los grandes bosques. La más popular de las playas es Las Cujas, que aunque pequeña, acoge a la mayoría de los residentes en la mañana, y por la tarde a los turistas que se agolpan para conocerla.

Las casas se distribuyen entre sinuosos caminos que bajan hacia la playa, con grandes árboles. Los estilos son variados pero el tono “playero” se impone en las casas con techos cubiertos con coirón. Numerosos intelectuales, políticos – el Presidente Piñera por ejemplo- empresarios, futbolistas y diseñadores tienen casa en Cachagua, lo que le ha dado el apelativo de “Balneario de todos”. Cachagua es un eterno paseo, un sitio ideado para el descanso, un amable sector “light” y llenó de atractivos todo el año.
Playa Las Cujas, Cachagua. Fotografía de los autores. 2010.
1- Eugenia Velasco de Aguirre leyendo en la arena. 2- Andrea Albornoz Nelson tomando sol en Las Cujas. Archivo Brügmann.

Quintero
Luis Cousiño Squella
 En 1536 llegó don Alonso de Quintero a una apacible bahía, que bautizó como Quintero. Años más tarde el Corsario inglés Thomas Cavendish se dirigía con 3 buques y más de 120 hombras a saquear Valparaíso, pero una espesa neblina lo obliga a viajar unos kilómetros al norte para descansar y tomar provisiones en Quintero. Lo que no sabía el pirata era que don Alonso de Molina lo esperaba, iniciándose la primera lucha colonial contra un invasor extranjero.
A inicios del 1800 Sir Thomas Cochrane compra la Hacienda Quintero, empezando la construcción de una sencilla casa que sucumbe tras el terremoto de 1822.
En la década de 1860 la Hacienda Quintero es comprada por don Luis Cousiño, quien traza una urbe con el fin de crear un sofisticado balneario. Su repentina muerte detiene la construcción, que es continuada por sus descendientes. En 1912 se consigue la ampliación del ferrocarril, construyéndose una Estación de trenes en estilo normando, y la Armada instala una base Aeronaval, que atrae más residentes. Quintero se posiciona como un heterogéneo lugar, con una arquitectura de puerto, entre inglesa y francesa. Las casas son de solución tipo villa, emplazadas en grandes terrenos, que dan carácter a toda la ciudad.
Hoy Quintero es un popular sitio turístico con grandes playas apacibles, rodeadas de bosques

1- La Playa de los enamorados, en Quintero. 2- La Estación de Trenes en estilo normando. 3- La Playa El Durazno.


Con Con
Casas en la Playa Negra, 2012.
Parece ser la cultura Bato y posteriormente los changos quienes ocupan las dunas de concon, muy cerca del Río Aconcagua. Es el marino Juan de Saavedra quien lo descubre para la Corona Española, y Pedro de Valdivia le da utilidad como pequeño puerto y astillero.
Un pequeño poblado de no más de 20 casas se mantiene hasta bien entrado el siglo XIX, adquiriendo nuevamente importancia tras la batalla de ConCon en 1891, durante la Guerra Civil.
Su cercanía con Viña del Mar, y los fundos del Aconcagua lo hacen un foco turístico en los años 20, llegando a ella cientos de personas que disfrutaban de las dunas, las tranquilas Playas, siendo la más concurrida la Playa Amarilla.
La caleta cercana y los bosques le dieron un aspecto campestre, altamente valorado por algunas personas, que construyen grandes casas ajardinadas a orillas del mar, que se mantienen a pesar del boom inmobiliario que ha experimentado los últimos años.

La Playa Amarilla de Concón en 1948. Fotógrafo Jacques Cori
Niños en la Playa Amarilla de Concon, en los años 70. Gentileza de Miguel Timoner.

Reñaca
En Playa Cochoa, Carmen Edwards y María Teresa Zañartu, 1941. Revista ED
El heredero de las Haciendas de Viña del Mar, don Salvador Vergara propuso en 1905 la urbanización de un alejado sector costero, construyendo una avenida y una carretera que conectaba con la caleta de Con Con. El proyecto tímidamente empezó a dar resultados a fines de los años 20, construyéndose algunas villas entre los bosques, porque la playa se consideraba inhóspita, no apta para el baño y demasiada ventosa. Cuando la familia Borgoño –dueña también de parte de Reñaca- inicia el loteo de su hacienda, más personas llegan al incipiente balneario buscando la tranquilidad. Eran villas construidas por viñamarinos, como Agustín Edwards quien tenía una enorme casa con un parque cerca del estero.
El balneario moderno se empieza a gestar desde 1940, acercándose familias de Santiago para construir nuevas casas a orillas de la playa, disfrutando del sol, la arena y cabalgatas. Uno de los pioneros en construir moderna residencia fue la familia Yarur Bascuñán que encomiendan su casa a  los arquitecto Bolton- Larraín- Prieto, que aun existe.
A partir de la década del 60 se re urbaniza el borde costero, ante la gran demanda de turistas. La playa reúne a los más jóvenes, que viajan desde Viña del Mar o Santiago. Diez años más tarde se hacen comunes las carreras en moto o jeep por la playa, y comienzan a llegar los primeros turistas argentinos, iconos del balneario.
En los 70 y 80 es el balneario de moda en Chile, y sus terrenos se cotizan entre los más caros del país. Toda la juventud va a Reñaca, pero sólo los más atractivos van al “Cementerio”, el exclusivo sector 5, donde se reúnen jóvenes de doradas melenas a lo Farrah Fawcett, que cubrían su escultural figura con Rayito de Sol -puesto de moda por los argentinos-, y aceite solar Copertone. El juego de paletas era una obligación.
Entre coqueteos, risas y ánimos de fiesta, terminaban la tarde los jóvenes en el popular Long Beach, para comer papas fritas, hamburguesas con Ketchup –recién llegado al país- y coca cola; todo en un ambiente muy norteamericano.
Las noches se pasaban en la discotheque Topsy, con pistas de baile en distintos niveles, toboganes y una espectacular rueda gigante que trasladaba a la gente a los diferentes pisos; mientras sonaba en el ambiente Abba, los Bee Gees y Andy Gibbs. Las acaloradas tardes y noches en Reñaca fueron parte de una generación entera, icono del apogeo económico de los 80 y las libertades propias del inicio de una ruptura cultural que eclosionó en los años 90.
La discotheque Topsy dio paso a una farmacia, Long Beach a un restaurant y del cementerio sólo quedan algunos cadáveres. Reñaca hoy sigue siendo un destino apetecido por todos, pero que se ahogó en su propia vanidad, convirtiéndose en una sombra de lo que fue en sus tiempos dorados.
Reñaca en los años 50 y en 2010.


Viña del Mar

Paseo en Miramar, 1925.
No podemos hacer un reportaje sobre los balnearios chilenos, y olvidar al más grande de todos: Viña del Mar.
don José Francisco Vergara -heredero de las Haciendas Viña del Mar y Las Siete Hermanas- decide en la década de 1860 crear un balneario para la gente de Valparaíso y Santiago, que quisiera tener una villa para alejarse del ajetreo citadino. Contribuye a su inicio la creación de la línea ferrea entre Santiago y Valparaíso, que tenía una parada en el Cerro Barón y en la Hacienda de los Vergara.
El Sr. Vergara reserva una enorme quinta en donde estaba la Casa Principal de la hacienda (ver más información en http://brugmannrestauradores.blogspot.com/2010/07/la-joie-de-vivre-de-dona-blanca-vergara.html), trazando la urbe en torno a una Plaza Central, a la que daban pequeñas calles arboladas, que rápidamente se llenaron de chalets, siendo uno de los primeros el que construyó la familia Barazarte.
1- Los baños del Dr. Von Schroeders en el Paseo La Marina. 2 y 3- Residencia de los Vergara y Casa del sr. Ilse después del terremoto de 1906.
 En la zona costera el conocido Dr. Von Schroeders instaló unos concurridos baños, en lo que hoy es el Hotel Cap Ducal, dando cierto prestigio a la costanera e impulsando la construcción residencial en el Cerro Castillo. El terremoto de 1906 destruyó la mayoría de los grandes palacetes que se habían levantado en los cerros, entre ellos la Casa de Ricardo Daneri, el señor Ilse y la propia mansión de la familia Vergara. Este hecho desencadenó que los habitantes de Valparaíso se trasladaran a Viña del mar, y que un nuevo proceso constructivo se iniciara. Con una velocidad abrumadora el balneario fue invadido por palacios de todos los estilos, algunos ahora construidos en la costa. Blanca Vergara manda a construir un elegante palacio veneciano, mientras que la familia Rioja ordena la construcción de un suntuoso palacete francés. El señor Carrasco encarga un castillo galo, don Gustavo Wulff un castillito sobre un roquerío en el mar. La familia Lyon un soberbio castillo en lo alto del Cerro Castillo, los Brunet otro castillo en el mismo cerro. La familia Valle construye un palacete veneciano en lo alto de una colina, los Wilms Montt una casa Georgiana donde habitara la célebre poetisa; los Astoreca un gran cottage, el arquitecto Larraín Bravo una sólida residencia neo colonial y cientos de otros pueblan las elegantes avenidas con pretenciosas casas. 
1- Palacio de don Rafael Ariztía. 2- Chalet de la familia Riesco. 3- Palacio de Agustín Ross. 4- Castillo Carrasco.
1- Chalet del Almirante Simpson. 2- Palacio de Ricardo Daneri. 3- Palacio de Blanca Vergara
Castillo de la familia Brunet. 2- Castillo Carrasco, 2010. 3- Una de las últimas grandes casas de Avenida Libertad. 4-El Palacio Rioja, hoy Museo de Artes decorativas.
Las calles son flanqueadas por árboles, se construyen puentes, un Teatro, un Club privado, el Sporting Club y en 1930 se inaugura un lujoso Casino en el borde del Estero Marga- Marga. Diez años más tarde se inaugura el Hotel O’Higgins, centro de la vida social viñamarina, que vino a reemplazar al Gran Hotel, la decimonónica construcción georgiana que fuera centro de las grandes fiestas y veladas del incipiente balneario, rememorado por tantos cronistas, entre ellos Benjamín Vicuña Mackenna.
1- El Gran Hotel de Viña del Mar. 2- El Palacio del Casino Municipal. 3- E Cap Ducal.
El Club de VIña del Mar, fotografía de la fachada y el Gran Hall, 1916. Archivo Brügmann
El Hotel O'Higgins en 1948. Archivo Brügmann
 Viña del Mar comenzó su esplendor junto a las fiestas del Centenario en 1910, que en el balneario fueron opulentas. Las grandes familias de Santiago se trasladaban a sus villas todos los veranos, creando una peculiar atmósfera de elegancia y diversión. La Playa Miramar fue una de las primeras en ser utilizadas, aunque pequeña, atraía a los turistas como un paseo donde se llegaba temprano, con sombrillas y elegantes trajes, para conversar. A la Playa de Recreo iban los que querían bañarse entre las olas, porque ofrecía un moderno establecimiento de baños, con camerinos y cuerdas para los bañistas, que podían además disfrutar de la tibia arena. Este sector desapareció por la ampliación del camino que lleva a Valparaíso, sepultándola.

Bañistas en la Playa Miramar en 1911.  Archivo Brügmann
Evolución de la Playa Miramar desde fines del siglo XIX a los años 30. De un pequeño paseo se convirtió en un gran centro social, con costanera y amplia playa, resguardada por suntuosos chalets como el de la familia Lyon, la familia Arrieta y el señor Ross. Archivo Brügmann
El balneario de la "Playa Grande", que entregaba a los bañistas modernas instalaciones y un acceso directo al mar. Archivo Brügmann.
El concurrido balneario de Recreo. Sepultado bajo el camino que lleva a Valparaíso, hoy sólo se conserva un conjunto de departamentos de renta junto al cerro, en estado deplorable. Archivo Brügmann.
La playa Las Salinas se hizo popular a partir de los años 40.
   
Chalet Saint George, propiedad de Marie Luise McClure.
"Cada mañana bajábamos temprano en fila india por la estrecha vereda del camino amurallado que llegaba hasta la playa. Ibamos acompañados por nuestras mamas, todas vestidas con delantales blancos. Hermanos y primos, todos con su chupalla de paja puesta, caminábamos hasta la playa Miramar, que era como propia, porque nunca había nadie. Eugenio, el jardinero, encabezaba este desfile, llevando la carpa de lona de rayas rojas al hombro, para instalarla en la playa.
Pasada la una de la tarde, desde una ventana en las torres del castillo (Chalet San Jorge, en la cima del Cerro Castillo), nos anunciaban que el almuerzo estaba listo haciéndonos señas con un mantel blanco. Nos dábamos una última zambullida en el mar y luego nos aprontábamos para subir caminando por el empinado camino hasta la casa".  Comenta María Filomena Lyon en su libro, Siempre habrá poesía. 2006
Se hacía una pausa para ir a Misa, y a almorzar, continuando el paseo a media tarde en la Plaza Vergara, donde era común ver a la estrafalaria Felicitas Astoreca, de quien se rumoreaba había quedado trastornada luego de la muerte de su marido en un accidente a caballo. Todos los días Felicitas vestida a la moda parisina salía a caminar a la Plaza, y aunque los años pasaron y las modas cambiaron, ella siguió usando sus finos trajes del año 20, como si la vida se hubiera detenido el día que enviudó. Verdad o un mito popular, Felicitas Astoreca (una de las herederas de la riqueza salitrera) fue todo un personaje, una excéntrica que vivió la Belle Epoque de Viña del Mar intensamente.
Felicitas Astoreca Granja. Archivo Brügmann


El balneario se convirtió en uno de los destinos turísticos más importante de sudamérica, sus autoridades estaban convencidad de hacer de la ciudad un icono: "Hagamos de Viña del Mar un Balneario Moderno. Es inconcebible que nadie se preocupe de fomentar el turismo. Un balneario elegante puede constituir una verdadera fuente de riqueza (...) A Viña del Mar le falta el alma que anima los grandes balnearios del extranjero, que aunque menos dotados por la naturaleza, las iniciativas y las actividades de sus habitantes lo han convertido en un sitio de atracción general al cual recurren turistas de todos los países (...) ¿Qué podría hacer Viña del Mar para ponerse a la altura del balneario de Mar del Plata, Piriápolis, Biarritz, San Sebastián y los de la costa del Mediterráneo? (...) Entre las medidas que la Municipalidad debiera propiciar, estaría en primer lugar la fundación de un establecimiento moderno de baños, dotado de todas las comodidades apetecibles; la fundación de un casino y mil otras actividades que harían de Viña del Mar un sitio ideal y que atraería a turistas de todos los países." El Mercurio de Valparaíso, 17 de diciembre de 1922.

1- La futura Alcaldea de Providencia, Alicia Cañas Zañartu en Viña del Mar, 1915. Archivo Brügmann 2- Olga Matte y amigas en Miramar, 1914. Colección MHN. 3- Grupo de veraneantes en el paseo de Miramar, 1915. Archivo Brügmann.
De izquierda a derecha:  Rita Correa Vial de Moller, Fernando Moller, Eugenia Correa Vial y Delia Correa Vial en la playa Las Salinas, Viña del Mar. Gentileza de Cristóbal Fernández Labbé.
Los años 30 y 40 hacen del balneario de Viña del Mar uno de los más elegantes de Sudamérica, según la revista Life. Es que su silueta blanca, con cuidados jardines, lujosas mansiones y atractivos veraneantes no dejaba indiferente a nadie. Viña del Mar era lo más.
En los años 50 se puso de moda la Playa Casino, a los pies del edificio. También Las Salinas seguía manteniendo su reinado a la hora del baño, siendo un centro juvenil. Por las noches se iba a bailar al Casino Municipal, con vaporosos trajes y la más estricta etiqueta.
Jardines del Casino en 1948. Fotografía Jacques Cori. Archivo Brügmann
El Castillo Brunet en el Cerro Castillo ha presenciado los cambios que vivió la ciudad de Viña del Mar por más de 90 años.
 
Los jóvenes iban a bailar a Reñaca, a El Pelicano o al Topsy. Los más viejos disfrutaban de veladas en clubes o casas particulares. Famosa era doña Marie Luise Mc Clure por organizar divertidísimas reuniones en su castillo frente a la Playa Miramar –el Chalet Lyon construido por Josué Smith en 1911- donde asistían amigos cercanos, políticos, presidentes y artistas.
El  boom inmobiliario reconstruye el borde costero, levantándose grandes edificios de varios pisos. El Acapulco y el Hanga Roa son pioneros, y ponen de moda la Playa que custodian, conocida como Playa Acapulco.
1- Vista dela playa Acapulco desde el edificio Hanga Roa. Archivo Brügmann. 2- Jacqueline Schröder Lübbert y Veronica Altmann Brügmann en la Playa Acapulco. Archivo Brügmann.
 Por las mañanas se recorre la Avenida Valparaíso, con elegante comercio y el popular Café Samoiedo. Por las tardes se  recorre la Avenida Perú, donde se congregaba toda la sociedad del balneario desde inicios del siglo XX. No podían faltar las idas a comer en el Chez Gerald o el San Marcos, y los paseos en auto hasta Reñaca.
Avenida Valparaiso y el Café Samoiedo en los '60. Foto Grupo Viña del Mar Patrimonial
El Festival de Viña del Mar fue una iniciativa para divertir a los residentes en 1960, tuvo tal éxito que se organizó todos los años, logrando generar un certamen con artistas de buen nivel. Con el tiempo se convirtió en uno de los más importantes de América, construyéndose un impecable anfiteatro en el Parque de la Quinta Vergara, incrementado el ingreso de turistas.
Viña del Mar se ha hecho más heterogéneo, cada día son más los turistas que visitan la ciudad, sea por el día o por temporadas. En algunos lados se mantiene la tranquilidad de barrios, y en otros la delincuencia hizo decaer magníficos paseos. De todo hay en Viña del Mar, es una ciudad moderna. Lo que comenzó como un apacible balneario con olor a campo, se ha convertido en una activa metrópoli. Aun así Viña del Mar es y seguirá siendo el gran balneario chileno.
Playa Miramar en 1911. Colección MHN

Valparaíso y Playa Ancha
Valparaíso en 1925. Archivo Brügmann
El rico puerto de Valparaíso y el cercano sector de Playa Ancha concentraban la riqueza de todo el país. Sus habitantes disfrutaban de grandes lujos, entre ellos los primeros baños de mar establecidos en la Playa Las torpederas, un interesante balneario donde acudían las grandes damas porteñas a refrescarse, bajo la sombra de una elegante sombrilla inglesa, totalmente ataviadas con la última moda parisina. Pasaban la Caleta el Membrillo (donde años más tarde el sr. Echaurren construiría un colosal castillo entre los botes de pescadores), llegar a los pies del Cerro Playa Ancha, para acudir a los baños de Las Torpederas o seguir una larga costanera con finas balaustradas que conducían a diferentes miradores. Recibía este nombre porque ahí en esa caleta se habían resguardado las naves “torpederas” que sirvieron activamente en la Guerra del Pacífico, y que fueron desmanteladas en 1895. También en esta playa fue construido el primer submarino chileno, el Flach.
Su cercanía con “el plan” y los aristocráticos barrios de Playa Ancha, hicieron del sector uno de los más exclusivos de la zona central, donde los bañistas podían entrar al agua en pequeños cajones que flotaban, por medio de gruesas cuerdas o los populares carros de caballos.
El Balneario de las torpederas en 1911. Los primeros automóviles recorrian la costanera Altamirano y conducian a los turistas de Playa Ancha y Valparaiso al balneario. Archivo Brügmann.
La arquitectura de Playa Ancha refleja el lujoso tren de vida que alcanzaron ciertas familias extranjeras de Valparaíso. El barrio inglés de graciosa prestancia victoriana se mantiene casi intacto y domina desde lo alto el Cerro Playa Ancha. Sus residentes disfrutaban del balneario Las Torpederas. Fotografías: Mario Rojas Torrejón, 2012.
El Parque Las Torpederas en la Costanera Altamirano, era un exclusivo paseo con jardines delineados, piletas y grandes parrones, que conducía a la popular Playa y miradores desde donde contemplar toda la Bahía de Valparaíso. Fotografías: El Parque de Las Torpederas, y bañistas en la Playa, 1911. Archivo Brügmann.
Cuando Valparaíso se derrumbó tras los avatares del salitre, la crisis de 1929 y la apertura del canal de Panamá; sus habitantes más adinerados abandonaron el puerto, cediendo el espacio a los habitantes de los pobres cerros. Ellos hicieron de Las Torpederas su playa, disfrutando del lugar hasta la actualidad, donde aun se puede ver el Castillo Echaurren y la extensa costanera, entre miles de turistas.
El Balneario de Las Torpederas a inicios del siglo XX. Archivo Brügmann
El Castillo Echaurren en la Caleta El Membrillo, camino a Las Torpedera, refleja el grado de sofisticación que alcanzó el sector, contándose entre una de las más importantes residencias particulares de Valparaíso. Hoy se mantiene en pie y es parte del Instituto Oceanográfico de la Universidad Católica de Valparaiso. Foto Archivo Brügmann.

Juanita Pacheco de Ríos en el Parque de Las Torpederas, década '40. Archivo Brügmann

Algarrobo
Casa típica del Balneario.
Se puede decir que la tónica de los antiguos balnearios fue que en su origen casi todos fueron caletas con muelles menores. Algarrobo no es la excepción y desde 1854 era un activo puerto desde donde mandaban los hacendados de la zona sus productos agrícolas a California. La pionera del balneario sin quererlo fue doña María Rodríguez Ballesteros y Taforó –la abuela del Presidente Balmaceda- quien construye casas en la caleta para vigilar sus cosechas.
La atractiva dama ofrecía a sus amigos paseos por la caleta, invitándolos a sus casas de Algarrobo. El apacible clima, hizo que muy pronto los amigos más cercanos de la familia, en su mayoría políticos de tendencia MonttVarista utilizaran el lugar para veranear.
Era común ver al Presidente Montt y a don Antonio Varas con sus familias; a los que luego se sumaron los Iñiguez, Echenique, Ochagavía, Santa Cruz, Gandarillas y Valdés.
Recién en 1940 adquiere el apelativo de Balneario propiamente tal, cuando don Carlos Alessandri Altamirano dota de la infraestructura necesaria al pueblo para recibir turistas y vivir cómodamente, entre ellas un Club de Yates.

 Carlos Rieder Sottoriva junto a un grupo de amigas en la playa del Yachting Club de Algarrobo, 1950. Foto gentileza de Gustavo Rieder.
Las casas de sabor colonial aun sobreviven entre los jardines y casas más modernas. Los amplios pórticos, el uso de la teja, madera y piedra, dan un carácter singular al balneario. Dos divertidas anécdotas se recuerdan del balneario: En la casa de los Ortúzar eran frecuentes las sesiones de espiritismo, presididas por Chala Ortúzar. Eran tan fuertes sus conexiones fantasmales, que una mesa caminaba y bajaba la escalera, ante la mirada atónita de los asistentes.
La otra es mucho más amena, y sabrosa. En la Panadería Algarrobo, su dueño Alberto Rieder -un experimentado cocinero alemán-  inventó las "palmeritas", ese delicioso y popular tentempié que hoy es frecuente en todas las playas del país.
Hoy Algarrobo enfrenta los problemas del siglo XXI: delincuencia, éxodo de sus residentes y descuido, sobre todo por la llegada de turistas de El Quisco y El Canelo, sitios más populosos que no han respetado la naturaleza apacible del balneario.

Patricia y Ximena Montero en Algarrobo en la década de los 80. Archivo Brügmann

Las Cruces
Castillo Negro
El balneario de Playa Blanca –como era conocido a principios del siglo XX- era vecino al Puerto de San Antonio y al elegante balneario de Cartagena. En 1914 una sociedad de inversionistas deciden adquirir un extenso paño frente a la costa, para construir un balneario. Los planos se encomiendan a Josué Smith Solar, los jardines al paisajista Dubois y los estudios de captación de agua a los ingenieros Weyssner &  Lewandowesky.
El arquitecto Smith se inspiró en el entramado de la recién creada ciudad de Camberra, capital de Australia. Consideró un eje principal llamado Avenida Chile que remata en la costanera. Desde una plaza central y en diagonal se extienden las calles y las manzanas a edificar. Un sistema de tranvías de sangre conectaría la ciudad con Cartagena y se prestaría especial atención al uso de antejardines, que mantuvieran un esquema de ciudad-jardín.
Lamentablemente el proyecto no prosperó, aunque se logró construir el alcantarillado, algunas calles y los cimientos de la iglesia.
Si bien los inversionistas desecharon el proyecto por conflictos internos, Las Cruces prosperó, creándose barrios completos, con graciosas mansiones que miraban al mar. Uno de los sectores más conocidos era El Vaticano, un elegante barrio de cómodas residencias que recibió ese nombre por la tendencia conservadora-cristiana de los residentes.
Ahí construyó su casa don Florindo Labbé, en un ecléctico estilo inglés. También el que fuera Alcalde de Santiago, don Rodolfo Marín, quien edificó un gran castillo con alto torreón, que se conoció como Castillo negro. También don Pedro Errázuriz, don José Tomás Matus, el pintor Juan Francisco González y el destacado senador Alfredo Barros Errázuriz. Esta casa fue centro de reuniones, y a ella llegaban varios ministros de iglesia, entre ellos Monseñor Casanueva, quien era hermano de la dueña de casa, doña Isabel Casanueva Opazo.
También la familia Cousiño Mira disfrutó del Balneario, y más tarde construiría su casa el conocido pintor Pacheco Altamirano. En los años 60 el poeta Nicaror Parra adquiere el castillo negro, utilizándolo como residencia hasta su triste incendio en los años 90.
El sector de Las Cruces mantuvo su carácter de barrio durante los años, sus tranquilas calles y la apacible playa conserva el bienestar que quiso darle Josué Smith, y aunque su proyecto no se haya concretado, el Balneario de Playa Blanca tiene su espacio en la historia.

El plano original de "La Playa Blanca", un dibujo y el chalet del sr. Labbé, diseños de Josué Smith Solar.
Cartagena
Paseo a Cartagena, 1908. Colección MHN.
El balneario más popular de Chile comenzó como un exclusivo sector de la costa del Pacífico, destinado a satisfacer las necesidades turísticas de las familias más adineradas de Santiago, quienes acudían en masa al balneario, dotándolo de las mejores comodidades y lujos. No ir a Cartagena era casi un pecado, y cómo no serlo, si era un paraíso con largas costaneras, suntuosos chalets, grandes hoteles y hermosas playas, cuya costa permitía a los bañistas disfrutar como en ningún otro lado  de las refrescantes olas. Debe su nombre a sus más importantes dueños en época colonial, los descendientes de Juan de Cartagena, escribano de don Pedro de Valdivia. El sector se conoció como “la playa de los Cartagena”, derivando a inicios del siglo XIX sólo en el apellido.
La llegada del ferrocarril a San Antonio contribuyó a su establecimiento como balneario. Era el lugar más cercano a Santiago, y desde el puerto se podía hacer una corta ruta en coche o automóvil, para llegar a la ciudad.  En 1921 la importancia de Cartagena hace que las líneas del tren se prolonguen hasta el mismo balneario, terminando el recorrido en una graciosa estación de corte inglés que existe hasta hoy.

Veraneantes en la Playa Grande de Cartagena en 1924. Archivo Brügmann
Muy pronto los veraneantes se hicieron residentes, construyendo suntuosos chalets tipo villa que dominaron los cerros. La arquitectura de Cartagena era homogénea y de gran coherencia, primando el uso de la madera. Los chalets eran construidos bajo modelos italianos, ingleses o franceses, son comunes las grandes galerías vidriadas, puntiagudas torres, miradores, escalinatas abalaustradas y un sinfín de elementos que hicieron de la ciudad, un opulento rincón europeo.
1- La Estación de Trenes de Cartagena. 2- El Castillo del Diputado Guillermo Förster Gebauer, . 3- El chalet Ferreira. 4- Las ruinas de la Iglesia gótica del Sr.Berguecio.
La costanera de Cartagena está inspirada en la de Capri, y recorre la Playa Grande y la Playa Chica, junto a suntuosos hoteles con vista al mar. Coronando este grado de elegancia don Eugenio Berguesio ordena construir junto a la Playa Chica una iglesia privada en estilo gótico, conjunto que se transformó con el tiempo en la más reconocida postal del balneario.

1-Aspecto de la costanera de Cartagena, y la playa Grande, con cientos de turistas y numerosos automóviles. 2- Veraneantes en Cartagena a inicios de 1900. En los cerros se aprecian los primeros ejemplos de villas y chalets con torres que pronto serian algo común en la arquitectura del balneario.
Nelly Jorquera Kunst, 1948. Archivo Brügmann
El señor José Francisco Fabres ordena la construcción de una villa al arquitecto Josué Smith; Abdón Cifuentes, Pedro Fernández Concha, Agripina Labbé, Juan Domingo Dávila, Enrique Foster Recabarren, Ramón Valdivieso, el diputado Guillermo Förster Gebauer, Luis Calvo Mackenna, José Pedro Alessandri, Enriqueta Larrain de Ruiz Tagle, Enrique Soro, Galvarino Gallardo, Eugenio Ortúzar, Juan Esteban Montero; entro otros ilustres personajes mandan también a edificar residencias. Miguel Magallanes Moure hizo del balneario su hogar, así como también el poeta Vicente Huidobro.
Pero así como el esperado ferrocarril impulsó el auge del balneario, catapultó su transformación rápidamente. Su cercanía con la capital, los mayores ingresos de obreros y empleados públicos, permitió a la clase media en la década del 30 a tener merecidas vacaciones, trasladándose a Cartagena por su fácil acceso. La masividad que adquirió el balneario cambió el cariz del tranquilo lugar, siendo abandonado por sus antiguos ocupantes, dejando sus residencias para servir de hotel, comercio o restaurant.
Vicente Rodriguez Corredoira y  Dolores Ortiz Martos junto a sus hijos Vicente, Manuel, Matilde y Dolores en Cartagena. El Mercurio
En los años 50 Cartagena es un popular destino turístico, con amplia oferta gastronómica y hotelera, que progresa y comienza a demoler los muy deteriorados edificios antiguos, perdiéndose el encanto de antaño. Con un presente entre moderno, decadente y masivo, Cartagena se presenta todos los veranos hasta hoy, como el balneario más popular de Chile, y aunque sus elegantes veraneantes ya se han ido, basta solo mirar la bahía para encontrar esa magia que lo hizo el balneario más representativo de principios del siglo XX.
1- Raquel Ramírez y Jorge "Koke" Delano. 2- Rogelia Ojeda y sus hijas. 3- Dos amigos en la playa.

Hermanas Palacios Ureta, Undurraga Alemparte y Lezaeta Melo en las playas de Cartagena. Archivo Brügmann


Llo Lleo y Tejas Verdes
Hilda Galleguillos de Rojas en LLoLLeo, 1946. Archivo Brügmann
El pequeño balneario residencial de Llo Lleo se empezó a gestar desde 1912, con la llegada del ferrocarril. Era conocido desde el siglo XIX por su microclima, que se decía era adecuado para personas con afecciones cardiacas. Muy pronto entonces y para alejarse de la vorágine que era Cartagena, se decidió urbanizar el pueblo para construir un pequeño balneario costero con  villas y largas avenidas flanqueadas por Palmeras.
Llo LLeo se hizo popular, atrayendo a familias que buscaban la tranquilidad. A partir de los años 40 el pueblo acoge a visitantes en su mayoría de clase media, asentándose muchas personas en el lugar y generando un continuo flujo de turistas.
Cerca de Llo LLeo estaba el elegante balneario de Tejas Verdes, en la rivera del Río Maipo. Era una sólida construcción neo colonial que pretendía ser el más moderno hotel de la zona central: tenía hermosos comedores con vista al río, terrazas, embarcadero, salas de entrenamiento,  elegantes dormitorios para familias con sala de Toilette (con agua fría y caliente), calefacción central y teléfono; cocina de primer nivel y la novedad de contar con estacionamientos en el mismo hotel.
Hoy la Hostería Tejas Verdes pertenece a la Escuela de Ingenieros del Ejército de Chile.
1- El balneario de Tejas Verdes, 1948. Fotografía Jacques Cori. Archivo Brügmann. 2-Casa en Llolleo en los años 80.

Las Rocas de Santo Domingo
Casas en Santo Domingo
Cuando Llo Lleo, Cartagena y las Cruces se popularizaron, surgió la necesidad de contar con otro balneario al sur de la zona central que pudiera mantener la tranquilidad que la gente buscaba. Se optó por un extenso solar costero que había pertenecido a la Orden de los Dominicos en época colonial, y que pertenecía en los años 40 a doña Griselda Vera Chacón.
Los empresarios Carlos Cariola, Ernesto Bozo y Alfredo Bouey deciden contratar a Smith Solar & Smith Miller arquitectos para urbanizar el sector, y crear un balneario moderno inspirado en el elegante Palos Verdes de California, EEUU.
Se plantaron árboles ornamentales, trazaron caminos y se dio un buen acceso a la playa, vendiéndose los primeros terrenos de 1000 m2 en 1942, alzándose grandes casas de estilo norteamericano, con amplios ventanales, porches y miradores con vista al mar.
En 1946 sesionó la primera junta municipal, siendo su primer alcalde Arturo Phillips. Años más tarde se construye un Club de Golf y un Club de Jardines, que funcionan hasta la actualidad.
La playa es de arenas oscuras, muy sinuosa y solitaria. Los acantilados son parte del paisaje que se complementa con los altos árboles, elementos ornamentales que han contribuido a mantener en Santo Domingo la calma que buscaron sus primeros propietarios.
Santo Domingo en construcción y el Restaurant del Club de Golf. Fotografía Jacques Cori, 1948. Archivo Brügmann.
Municipalidad de Santo Domingo


Pichilemu 
Agustin Ross Edwards
La familia Ortuzar Cuevas era propietaria de un extenso fundo en Colchagua. El heredero de la hacienda, don Daniel Ortúzar, construyó en la bahía de Pichilemu un pequeño puerto para embarcaciones menores que dio origen a un minúsculo poblado.
En un viaje don Agustín Ross Edwards recorre la bahía, enamorándose de ese poblado campestre y de la olvidada playa que tranquila se ocultaba entre bosques. Decide entonces con gran empuje construir en el lugar un nuevo balneario, trazado por el mismo y sus más estrechos colaboradores.
La visión de don Agustín fue una urbe a la francesa, cuyo eje central fuera una larga avenida y no la típica plaza. Se hizo una costanera abalaustrada, con largas escalinatas que bajaban al mar y miradores desde donde contemplar la playa.
“A Pichilemu acude mucha gente que huye de los grandes calores de las capitales. Don Agustín Ross, su propietario, ha querido enseñar a vivir a la gente, procurándole a sus visitantes todos los adelantos de la higiene y de bienestar más moderno”. Revista Familia. Enero, 1926.
El señor Ross quiso realzar la magnificencia de su balneario construyendo un moderno hotel de sofisticada arquitectura y elegantes interiores. Además de contar con más de 100 habitaciones con baño privado, amplio Comedor y el Primer Casino de Chile; el Hotel Ross –como era conocido- ofrecía el servicio de Baños tibios de mar, que se realizaba en salas especialmente acondicionadas con más de 70 finas tinas de mármol. El agua se traía directamente del mar por cañerías, y una caldera la calentaba, distribuyéndola por el edificio.
El Hotel Ross. En "Balnearios tradicionales de Chile: su arquitectura". Cristián Boza.
Pichilemu contó con grandes adelantos como la instalación de un gasómetro, alcantarillado, estanques de almacenamiento de agua, lavandería, Pastelería, Peluquería, Botica, Herrería y una moderna Cancha de Tenis. Era este balneario un derroche de buen gusto y elegancia.
Los visitantes no tardaron en llegar, y se cuenta que don Benjamín Berstein iniciaba la temporada cuando bajaba a la playa. El gran Hotel se llenaba de música, alegría y grandes banquetes. De Santiago llegaban muchos turistas, pero también de los fundos y ciudades de Colchagua.
Veraneantes en Playa de Pichilemu en la década de 1920.
El Mirador de Pichilemu. 1920
Don Agustín Ross murió en 1926, dejando como herencia el balneario a todos los Chilenos, craso error de un alma filántropa, porque es ya sabido que en Chile poco se cuida de lo bello. Pichilemu se mantuvo como un concurrido centro vacacional, pero paulatinamente decayó, fue descuidado, sus monumentos olvidados y el glorioso casino desmantelado. Pasó años en el más absoluto abandono mientras sus tejuelas italianas caían, sus puertas eran robadas y el fino cemento de Portland era carcomido por el paso de los años.
Recientemente Pichilemu ha recobrado vida, el casino fue totalmente restaurado y la playa vuelve a estar en óptimas condiciones para recibir a los turistas, que hoy llegan para realizar comentados campeonatos de Surf.  La costa de Colchagua está recobrando su antiguo balneario.
La gran escalinata de la Costanera de Pichilemu refleja la sofisticación y belleza que alcanzó el balneario.

don Samuel Ovalle Valdés en la playa de Pichilemu. Fotografía revista ED.

Constitución
Jorge Pacheco García, Restaurador. Archivo Brügmann
“Las personas muy nerviosas que no pueden soportar el clima de las playas, se imaginan que por esta razón no pueden soportar el aire de mar, se encontrarán en cambio, admirablemente bien de salud en Constitución, que es una playa encantadora, con un aire purísimo y un clima templado”. Revista Familia, Enero 1926.

Cuando los españoles se asentaron en el valle del río Maule agradecieron las cualidades apacibles del clima, el rico río y los grandes bosques. Jesuitas y vascos crearon una pequeña villa de astilleros, que en 1794 se llamó Villa de la Nueva Bilbao de Gardoqui. Muy pronto se convirtió en un activo puerto industrial, y junto a su nombramiento como Puerto Mayor en 1828 se cambió su nombre por Constitución, en homenaje a la Constitución Política de O’Higgins promulgada ese mismo año.
Una crecida del Río Maule cambió la zona costera, impidiendo a los barcos poder llegar al puerto. Sin más remedio que buscar otra fuente de subsistencia, se valió la ciudad de los hermosos bosques, playas y roqueríos, creando un balneario. Las largas calles se llenaron de pretenciosas casas de fachada continua en el más puro estilo francés, y los paseos en la playa se hicieron frecuentes entre los turistas, que disfrutaban además del apacible clima y las grandes rocas, ideales para tomar un descanso.
Fue cuna esta ciudad de don Enrique Mc Iver, Luis Cousiño y Germán Vergara. Además contó con un filántropo, don Enrique Donn, quien embelleció la ciudad creando importantes obras, y donando terrenos a instituciones o la municipalidad.
El balneario de Constitución era frecuentado por importantes personajes de Talca y Santiago. Los Presidentes Manuel Bulnes y Manuel Montt pasaban temporadas enteras, y ya en el siglo XX, el presidente Pedro Montt y Arturo Alessandri también disfrutaron de su playa.
Hasta 1940 fue uno de los más famosos balnearios del país, decayendo paulatinamente ante el boom de sectores más dinámicos como Cartagena o Viña del Mar.
Veraneantes en las rocas de Constitución en 1911. Revista ZigZag. Archivo Brügmann.

Veraneantes en las rocas de Constitución en 1911. Revista ZigZag. Archivo Brügmann.
Jorge Pacheco García junto a sus hijas Inés y Juanita en las Rocas de Constitución. Archivo Brügmann

Cauquenes
Los Baños de Cauquenes en la actualidad
Nuestro país es famoso por la gran cantidad de baños termales que posee, siendo los más conocidos las famosas Termas de Chillán, los Baños de Colina, Las Termas de Panimávida, los Baños de Apoquindo y el deslumbrante balneario de Cauquenes.
En la rivera sur del Río Cachapoal se extendía la Hacienda Cauquenes, en cuyo interior afloraban aguas termales, que desde época colonial eran utilizadas por sus cualidades curativas. Desde el Abate Molina a San Martín, pasando por O’Higgins y José Victorino Lastarria. También los científicios Darwin, Domeyko y Phillipi, quienes alaban las cualidades de sus aguas.
A fines del siglo XVIII la propiedad es vendida a la familia Larraín. Uno de los herederos de la Hacienda –don José Toribio Larraín- construye un costoso establecimiento termal, con todas las comodidades, siendo su principal pabellón una hermosa construcción de reminiscencias góticas que sorprende por su altura, detalles y las numerosas salas, que conservan las antiguas tinas de mármol.
El complejo turístico se hizo mundialmente conocido sobre todo por las cualidades curativas de sus aguas, atrayendo a turistas chilenos y extranjeros. Los baños además contaban con un moderno hotel con grandes comedores, salas de juegos, sala de baile y un hermoso parque con delineados jardines a la francesa, que dominaban el escarpado cerro sobre el río Cachapoal.
Los Baños de Cauquenes en 1915. Colección Archivo fotográfico de la Bilbioteca Nacional.
La fama de Cauquenes duró hasta los años 30, cuando la propiedad pasa a distintos dueños, quienes desmantelan el lugar, deteriorando el edificio y los complejos sistemas hidráulicos.  A comienzos de los años 80 la familia Acklin compra Cauquenes, iniciando un lento trabajo de reconstrucción y modernización del recinto, devolviéndole la vida que perdió tras el abandono. Hoy Cauquenes se apunta como uno de los más concurridos balnearios termales de Chile.
Vista del corredor del Hotel de Cauquenes, en 1916. Archivo Brügmann
Pucón y Puyehue
Publicidad Hotel Pucon, 1937. Revista En Viaje.
Al norte del Lago Villarica llegó un contingente del ejército chileno para mantener la paz, sentando un pequeño poblado que se llenó de inmigrantes alemanes que basaban su economía en la madera y el ganado, embarcando los productos en un pequeño muelle desde donde partían hacia ciudades más importantes como Osorno o Valdivia.
El establecimiento del primer hotel en 1923, el Hotel Gudenschwager, permitió a personas de urbes cercanas visitar el lago, disfrutando de los apacibles bosques. Fue tal el nivel de turistas que hacia los años 30 se atrevía a incursionar en otro tipo de aventuras que no fuera el campo o la playa, que un grupo de inversionistas deciden construir un enorme complejo hotelero, el Gran Hotel de Pucón, que contaba con grandes habitaciones, comedores, servicios de agua caliente y fría, canchas de tenis, servicio de excursiones, piscinas y amplios parques. El tren que llegaba a Villarrica dejaba a los pasajeros frente al lago, quienes se embarcaban y tras un entretenido viaje desembarcaban en el muelle privado del Hotel.
A partir de los años 40 se hace conocida la zona por su abundante pesca, creándose un Club de pesca, atrayendo a miles de turistas que disfrutaban de ese deporte. Los intelectuales, políticos y artistas dieron ambiente al sector, que ya en los 70 se perfilaba como uno de los 10 destinos turísticos de Chile. El apogeo de Pucón continúa en el siglo XXI, atrayendo a sus playas cientos de personas todo el año.
Los deportes en el lago eran un gran atractivo para los turistas de Pucón. Fotografía Jacques Cori, 1948. Archivo Brügmann.

Un poco más al sur, en el gran Parque Nacional Puyehue, se crea otro moderno Hotel en la década de los ‘40. Las termas de Puyehue eran ampliamente conocidas, construyéndose ahí un hotel con más de 60 habitaciones en 1910. A inicios de 1940 se decide construir el Hotel actual, dotándolo de gran lujo y confort, en un enorme edificio revestido en piedra, con confortables espacios interiores, muy luminosos y de gran perspectiva, que permite tener diferentes vistas de los bosques. En su interior se dispuso una cocina de primer nivel, un elegante comedor de amplios ventanales, una Sala de Baile, dormitorios amoblados lujosamente, piscinas temperadas y salas acondicionadas para baños de barro, el preciado secreto de la juventud en la época.
En 1957 un incendio destruyó parte del Hotel.
En la actualidad Puyehue encanta a los turistas con remodeladas instalaciones, que se complementan a un activo itinerario entre milenarios bosques y centenarios acueductos, todo en perfecta armonía.
Vista exterior e interior del Gran Hotel Puyehue, uno de los más modernos de sudamérica en la década del 40. Fotografía Jacques Cory, 1948. Archivo Brügmann.
Los turistas llegaban al Hotel Puyehue a través de un embarcadero privado, y podían disfrutar de deportes acuaticos, toda una novedad en la época. Fotografía Jacques Cory, 1948. Archivo Brügmann

Un comentario final
Cuando nos propusimos junto al equipo a realizar esta investigación sobre los balnearios chilenos, teníamos en nuestra retina la Playa como elemento principal. Al poco andar nos percatamos de la importante historia termal de nuestro país, y cómo no de algunos buenos ejemplos hoteleros en las regiones más australes. Pero no sólo se veraneaba fuera de las ciudades, porque la vida moderna hace ya 50 años obligaba a muchos pasar sus veranos en la capital. Para suplir la necesidad de sitios de recreo nacen las Piscinas públicas y privadas, en su mayoría pertenecientes al gobierno, clubes, comunidades extranjeras o instituciones. Fueron famosas las Piscinas de la Quinta Normal hacia el año 30; los 40 vieron nacer la Piscina de Las Condes, y las del Estadio Italiano e Israelita. Más tarde sectores alejados como La Reina cuentan con piscinas municipales, y el gran Cerro San Cristóbal estrena las piscinas elevadas de Antilén y  Tupahue. Eran estos balnearios capitalinos parte también de gran tradición.
Piscina en el balneario de Piedra Blanca y Piscina del Club de Golf Los Leones, Las Condes, 1948. Fotografía Jacques Cory. Archivo Brügmann.
En la Piscina de la Quinta Normal, 1927. Archivo Brügmann.
 Quienes no tenían dinero para vacacionar podían disfrutar de balnearios modelos financiados por el Estado o alguna empresa. Uno de los primeros ejemplos fue el famoso Balneario de El Retiro de Quilpué, propiedad de la Caja de Crédito Hipotecario. Ofrecía cómodas habitaciones, un espectacular recinto con piscina, parques, comedores y salones de juegos, para que sus ocupantes disfrutaran de una temporada llena de relajo. Este precursor de 1925 marca el precedente para futuro Clubes de Campo de empresas, bancos e instituciones gubernamentales.
Balneario El Retiro, Quilpué.
El auge de los balnearios vino a suplir una necesidad de competencia turística que tanto necesitaba nuestro país en una época en que los Hoteles eran escasos y de mala calidad. No faltan los cronistas que corroboran este hecho, era inaceptable que siendo Chile un país rico tuviera que alojar a sus huéspedes más distinguidos –como el Infante de Borbón o el Príncipe de Piamonte- en viviendas particulares, por carecer de Hoteles de Primer nivel.
En el sur de Chile también se desarrollaron importantes enclaves turísticos, ya citamos a Puyehue y Pucón como los más conocidos, pero también el balneario de Frutillar, Puerto Varas y Pelluco cerca de Puerto Montt, recibían cada año a las familias sureñas.
Con estos balnearios se cimentó la industria turística de nuestro país, configuró un estilo de vida característico en cada lugar y marcó generaciones hasta el día de hoy, que traspasan a sus hijos o nietos, recuerdos de un pasado reciente, que hizo de nuestras costas y valles un paraíso sudamericano.

Mario Rojas Torrejón
Fernando Imas Brügmann

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Bibliografía 

Retratos de mujer 1880-1920. Museo Historico nacional. 2010
Pérez de Arce, M. Smith Solar & Smith Miller arquitectos. Ediciones Universidad finis terrae, 2010.
Laborde, M. Barioo El Golf. Ediciones Imprust. 2009
Lyon Subercaseaux, M. Siempre habra poesia. Ed Cuatro vientos, 2006
Cori, J. Chile. 1948
Album Chile Al Dia, tomo II. Hume &Walker editores 1916.
Boza, C. Balnearios tradicionales de chile: su arquitectura.Editorial Montt Palumbo, 1986.
Rodriguez, C. et al. Palacio Riesco, historia y restauración. Empresas Telex Chile. 1995

Revista Selecta, abril de 1910.

Revista Familia Enero 1915
Revista Familia Enero 1924
Revista Familia Enero 1911
Revista Familia Febrero 1927}

Revista ZigZag 1906
Revista ZigZag  1911
Revista ZigZag  1916

Revista Sucesos 1915 

la Ilustración artística. Barcelona, España. 1891

13 comentarios:

David Pino dijo...

Estupendo articulo como siempre! Y cuanta imagen :) Gracias por los créditos, saludos!

Anónimo dijo...

Muy bueno,un gran trabajo.

Cata S. dijo...

Que wen articulo. El otro dia me llegaron muchas fotos de mis abuelos, y varias eran de veraneos entre los años 20 y 40 en Cartagena, Las Salinas, Algarrobo, todos muy elegantes, los hombres de traje y las mujeres con vestidos largos. Linda epoca.

Anónimo dijo...

buenisimo, tantas fotos¡¡¡ felicitaciones...

Camila dijo...

Amo la playa! Me cuesta creer como nuestros antepasados no les gustaba... No hay vacaciones en las que no me meta en el mar. Seguro que si hubieran ido a playa del carmen, por ejemplo, habría sido diferente, jaja

Anónimo dijo...

excelente, aparece mi casa de Concon en 2 magníficas fotos.

Luis Alamos

Karin Wachtendorff dijo...

Muy interesante, felicitaciones!!!

Juan Patricio Silva dijo...

Excelentisimo reportaje!!

Lastima que cierta gente no respete su trabajo. En un grupo de fotografias antiguas de Viña del mar en Facebook, hay cierto personaje que se ha tomado por costumbre venir a este blog, tomar fotos de el y postearlas en el grupo sin credito alguno. Y lo peor que sus escaneos, que tienen la marca de Brugmann, se ha tomado el trabajo de borrar en photoshop la marca

Ejemplo

http://3.bp.blogspot.com/-HXVmW1kIJF8/T0mQly8LK_I/AAAAAAAAA8w/xg6QutvCc5A/s1600/Trajes+de+ba%C3%B1o+en+miramar+1915+brugmann.jpg

Y la fotografia adulterada

https://www.facebook.com/photo.php?fbid=2745795618891&set=o.399958436691267&type=3&src=https%3A%2F%2Ffbcdn-sphotos-g-a.akamaihd.net%2Fhphotos-ak-ash4%2F479325_2745795618891_1800111828_o.jpg&smallsrc=https%3A%2F%2Ffbcdn-sphotos-g-a.akamaihd.net%2Fhphotos-ak-ash3%2F580822_2745795618891_1800111828_n.jpg&size=1164%2C1139

Una verguenza que exista gente asi de aprovechadora y mal agradecida con el tremendo trabajo patrimonial que ustedes hacen.

Un saludo y agradezco el tremendo trabajo que hacen por el patrimonio del Pais.

antmarzu@hotmail.com dijo...

Hay dos fotografías que están mal identificadas y no corresponden. Se trata de las que se asignan a la casa del señor Zamora en la década de los 90 en Papudo. Dichas fotografías no corresponden a dicha casa ni a ninguna otra de Papudo.

Rainier Zundapp dijo...

NOTABLE ARTICULO, COMPLETISIMO Y MUY AMENO, GRACIAS BRUGMANN

Ange dijo...

Que linda investigación; me recibí de arquitecto en la Universidad Mayor el año 2007 y mi proyecto de título precisamente fue la"puesta en valor y restauración del Castillo Förster de Cartagena". El tema fue especialmente escogido ya que el abuelo de mi papá fue Guillermo Förster Guebauer quien en 1938 decide construir su casa de veraneo para él sus hijos y los nietos que habían nacido hasta la fecha. He escuchado mil historias del castillo y siempre he tenido curiosidad de entrar pero el actual (y segundo propietario)de apellido Nazar no permite el acceso al interior de las propiedades que tiene actualmente en Cartagena(ha comprado la mayoría de las casonas de playa chica)he intentado presentar proyectos para darle un nuevo uso al sector playa chica pero no he podido conseguir un equipo de trabajo y financiamiento, en la municipalidad están abiertos a nuevas propuestas.

Bárbara dijo...

Hola! La fotografia que dice ser reñaca en los años 50 es mia y es de los años 80. Yo la publique en el grupo de facebook "viña del mar del ayer". Aclaro esto porque me parece importante destacar que no hace mucho Reñaca era un lugar muy diferente. Saludos!

Unknown dijo...

Gracias por considerar a mi bisabuela Irene Wilson de Moreno, en Zapallar. La Casa se conserva en poder de la Familia, con sus muebles antiguos, y cuando quieran pueden visitarla.