FUE UNA DE LAS MÁS ESPLÉNDIDAS RESIDENCIAS DE SANTIAGO, CONSTRUIDA EN UNA ÉPOCA DONDE LA ARQUITECTURA DEBÍA REFLEJAR LA OPULENCIA QUE ALCANZARON ALGUNAS FAMILIAS DE NUESTRA SOCIEDAD. HABITARON SUS PATIOS LOS HEREDEROS DEL MARQUESADO DE MONTEPÍO, Y MÁS TARDE ALBERGÓ LA IMPRENTA DEL CONOCIDO DIARIO EL MERCURIO, EL MÁS INFLUYENTE DEL SIGLO XX.
LA DÉCADA DE 1980 CONDENÓ EL INMUEBLE AL ABANDONO Y RUINA, PERO TRAS AÑOS DE TAMBALEAR COMO UNA FACHADA INERTE APUNTALADA PARA NO CAER; VIO UNA LUZ DE ESPERANZA CUANDO UN LLAMATIVO PROYECTO COMERCIAL SE PROPUSO RESCATARLO, CONVIRTIÉNDOLO EN EL PRIMER SLOW MALL DE CHILE.
LA DÉCADA DE 1980 CONDENÓ EL INMUEBLE AL ABANDONO Y RUINA, PERO TRAS AÑOS DE TAMBALEAR COMO UNA FACHADA INERTE APUNTALADA PARA NO CAER; VIO UNA LUZ DE ESPERANZA CUANDO UN LLAMATIVO PROYECTO COMERCIAL SE PROPUSO RESCATARLO, CONVIRTIÉNDOLO EN EL PRIMER SLOW MALL DE CHILE.
LA CASA LARRAÍN RESGUARDA MÁS DE 450 AÑOS DE HISTORIA CHILENA, HITOS DE NUESTRO PASADO QUE SON AUN PALPABLES EN ESE VIEJO CASCARÓN DE LA CALLE COMPAÑÍA ESQUINA MORANDÉ.
Es 1880.
Son decenas los transeúntes que caminan por la ajetreada calle de la Compañía, recientemente pavimentada con elegantes adoquines ingleses. El bullicio mezcla los gritos de vendedores ambulantes y las carcajadas de las quinceañeras que cubiertas con el tradicional manto se dirigen a la misa de mediodía. No hay tiempo para responder al coqueteo de los carismáticos jóvenes reunidos en una esquina, ni tampoco para escuchar a la vieja tía solterona que atónita mira las ruinas de la Iglesia de los Jesuitas -la favorita de su niñez- perdida entre el andamiaje que cubre los muros grecolatinos del futuro Congreso Nacional.
El polvo que levantan las carretas y coches permite divisar a lo lejos la silueta de una elegante residencia cuyo portón se abre para recibir un lujoso vís a vís esmaltado que ingresa lentamente a un patio empedrado rodeado de una brillante galería de mármol. Todo es silencio en este íntimo espacio dispuesto para recibir a las orgullosas dueñas de casa que no hubieran soportado descender en la vía pública pues un acto como ése se consideraba impropio en la susceptible sociedad del siglo XIX.
Calle Compañía, entre Ahumada y Bandera. Colección Santiagonostalgico |
Más de un siglo después, se nos hace curioso pensar que el hermetismo de este mismo lugar se vería completamente desvirtuado cuando hoy son cientos de personas las que circulan por ese patio convertido en el primer slow mall de Chile. No es muy común en nuestro país que una vivienda de estas características subsista en parte gracias al desarrollo de un proyecto tan contemporáneo, ni mucho menos si pensamos que la fachada inerte de este inmueble se mantuvo por casi 25 años apuntalada esperando caer, ante la mirada de una sociedad indiferente e inculta.
Merece entonces el solar que enfrenta la esquina sur poniente de las calles Morandé con Compañía, una reconstrucción de su historia, tarea que nos propusimos asumir hace ya bastante tiempo. Su importancia no se limita tan sólo a la fachada que sirvió por muchos años a la imprenta de El Mercurio, sino que su historia se vuelve aun más fascinante a medida que retrocedemos a los umbrales del refinado siglo XIX chileno.
Sobre los orígenes hispanos del solar tan sólo hemos hallado una referencia de su pertenencia hacia 1563 a don Miguel Martin, quien se había desempeñado en Osorno como Factor (encargado de vender los bienes adeudados al Rey); y ejercido los cargos de Justicia y Contador Real en Concepción.
Ciento cincuenta años después la propiedad pertenece al Maestre de Campo don Pedro de Lecároz Berroeta, conocido vecino que ofició como Regidor y Alcalde Ordinario de Santiago. Su casa, a una cuadra de la Plaza de Armas, tenía la particularidad de contar con pozo y acequia propia, lo que significaba un notable adelanto en esos tiempos, porque con el pozo se podía conseguir agua potable diariamente sin necesidad de esperar al agüatero que la traía desde el río Mapocho; y la corriente de la acequia servía como un perfecto transportador de los desperdicios, en una época en que los baños no existían.
En 1729 éstas cualidades son apreciadas por el exitoso comerciante don Juan Nicolás de Aguirre y Barrenechea, quien compra la casa solariega de calle Morandé con Compañía. Desde sus verdes patios el señor Aguirre dirigirá su brillante ascenso político, que lo hará convertirse en pocos años en Corregidor de Santiago, y ejercer diversos cargos con gran popularidad. Sin embargo, los honores gubernamentales parecen haber sido insuficientes para este ilustre vecino, quien esperando perpetuar el nombre de su familia, adquiere uno de los cuatro títulos nobiliarios que el Rey Fernando VI había concedido al reyno de Chile con la finalidad de fundar ciudades en la Araucanía. Aguirre entonces se convirtió en el Marqués de Montepío.
Lo que pocos saben, es que a él le debemos también la denominación de una de las principales calles de Santiago -la de Huérfanos- bautizada con ese nombre por el Hospicio de pobres, Asilo de arrepentidas y Casa de acogida de niños que el marqués fundó en 1758 aspirando que su título se ligara estrechamente con una obra de beneficencia. La iniciativa fue recompensada con el reconocimiento del Rey Carlos III, quien entusiasmado le envió sus agradecimientos y la suma de $1000 pesos anuales para contribuir a su mantención.
Firma de Juan Nicolás de Aguirre. Material proporcionado por Ignacio Rioseco Martín. |
Juan de Aguirre pensó que su descendencia debía conservar los privilegios de la riqueza que tanto le había costado amasar. Se amparó entonces en la figura legal del derecho castellano denominada Mayorazgo, que no era otra cosa que un conjunto de bienes indisolubles que eran transferidos de forma sucesoria a un heredero determinado –generalmente el hijo mayor- quien se encargaría de velar por ese patrimonio, evitando así las particiones forzosas por herencias que culminaban casi siempre en la pérdida de las fortunas.
El famoso Mayorazgo traería más tarde algunos bullados pleitos familiares, problemas de sucesión y uno que otra anécdota, pero cumplió el objetivo de mantener el poderío económico de su descendencia. Desde el umbral de la casa de calle Compañía los orgullosos marqueses de Montepío salían en dirección del cercano Tribunal del Consulado, a la Real Audiencia o la casa de gobierno. Eran activos participantes del gobierno leal a su majestad española, y cuando los primeros aires libertarios inundaron la capital, fue la casa de Montepío un bastión realista casi impenetrable. A tal nivel llegaron las convicciones de la familia, que al estallar el motín de Figueroa en 1811, el segundo Marqués de Montepío –don José Santos Aguirre- esperó en vano la victoria realista vestido con traje de Gran Parada.
Paradójicamente, el marqués tenía en su propia casa –y bajo su protección- a uno de los más enérgicos patriotas, don José Martín de Larraín y Salas.
Era este joven el jefe del bando de “los 800”, nombre que se le había conferido a un grupo prestigioso e influyente de hombres apellidados Larraín que gracias a los lazos de parentesco se ubicaron estratégicamente en la política, la iglesia, la economía y la intelectualidad, contribuyendo desde su privilegiada posición al movimiento independentista chileno como ninguna otra familia criolla.
Martín José Larraín y Salas (1756-1835)- Gentileza Ignacio Rioseco Martín |
Larraín se había casado con una nieta del marqués, doña Josefa de Aguirre y Boza, quien heredará el título y el mayorazgo. Juntos tendrán veinticuatro hijos, y vivirán sus primeros años en el fundo de Manquehue, donde el férreo patriota se trasladará para pasar sus días en las faenas agrícolas, alejado ya de las turbulencias de la política.
Josefa de Aguirre sobrevivirá hasta los 90 años, será visitada por parientes y amigos, pero son sus nietos los que nos permiten conocer algunas vivencias de esa anciana amable, pero algo distraída, pues parece ser que la vejez había trastornado un poco su cabeza.
Roberto Larraín Dueñas, casado con Elvira Latorre Troncoso; escribe en sus memorias sobre las visitas semanales que hacía a su abuela Josefa acompañado de primos y hermanos. En un dormitorio de calle Compañía los esperaba la anciana, y cuando los veía les preguntaba “¿quién es más bonito, la mula de la calesa o tu?”. Los niños respondían obviamente que “la mula era más bonita”, y ante la respuesta, la abuela soltaba grandes carcajadas, y como recompensa recibían monedas de oro. Muy pronto se cansaba, y los despedía diciendo que la guagua que había nacido en la noche no le permitió dormir; historia que oirían una y otra vez.
Menos agradables eran las visitas de su hija María del Carmen casada con el General Gregorio Las Heras, porque doña Josefa encontraba insoportable a su yerno, decía que arrastraba el sable y cuando lo oía entrar al patio gritaba: “Qué no entre el soldado...!”, humillando fuertemente a este importante héroe de la independencia americana.
La anciana morirá casi centenaria en su querida casa, iniciándose entonces una nueva etapa que traerá desafíos y transformaciones.
DE SOLAR COLONIAL A PALACIO
El IV marqués de Montepío no tendrá mucha suerte, será asesinado en Valparaíso dejando un heredero riquísimo pero muy joven. Este niño era don Ignacio Larraín y Landa, que con apenas 15 años quedó bajo la tutoría de un tío, quien administró de mala forma los bienes familiares. Muy pronto los chismes comenzaron y cuando lo veían pasar, la gente susurraba “ahí va el marqués de Montepío, ya le quitaron el monte y no le queda más que el pío…”. Consciente de que la situación debía cambiar, sus tías lo instaron a casarse para adquirir mayor independencia, y aunque él se consideraba demasiado joven, aceptó diciendo que sólo lo haría si le entregaban a su querida prima Carolina. Era ella una de las más carismáticas hijas de don Dámaso Zañartu, y aparece con su inconfundible cabello pelirrojo entre los personajes que pintó Raymond Monvoisin en el retrato de la familia en 1844.
Tenía apenas 13 años cuando según se cuenta, su padre le dijo que vendría un caballero al día siguiente que le haría unas preguntas y ella debía decir que sí. Obediente Carolina contestó “si, su merced”, y al otro día le pusieron su vestido dominguero y respondió las preguntas del Notario Eclesiástico que la casó con don Ignacio Larraín, recibiendo como regalo una muñeca muy grande que ella atesoró hasta su ancianidad. Se había concertado entonces un matrimonio muy conveniente, que hoy parece una atrocidad, pero que en esos años era algo tan común como el dulce de almíbar.
Ignacio Larraín y Carolina Zañartu, 1865. Gentileza Federico Larraín Morandé |
Los jóvenes tuvieron 13 hijos que criaron cariñosamente entre los muros de la vieja casa de Compañía, la que conforme al refinamiento que produjo el avance del siglo XIX, se fue haciendo anticuada para los requerimientos modernos.
Los muros blancos de cal contrastaban con los finos mobiliarios importados de Francia o Inglaterra, las oscuras habitaciones desteñían ante el refulgente brillo de las lámparas de lágrimas, y los zaguanes se habían hecho demasiado discretos para los anhelos de monumentalidad que deseaban los exigentes hijos del romanticismo. No era propio tan sólo de la familia Larraín ésa sensación de sencillez demasiado ligada a la precariedad, sino que era un pensamiento que descomponía a toda la sociedad de la época, buscándose por doquier alternativas que pudieran mejorar las condiciones de vida a estándares mucho más ostentosos. Estas necesidades son resueltas con la llegada de dos arquitectos franceses, Francois Brunet DesBaines y Lucien Ambroise Hénault, quienes iniciarán la construcción de novedosos edificios que cambiarán la cara de nuestra capital.
Es Brunet DesBaines quien parece ser el autor original de la residencia Larraín, así lo asevera el historiador Carlos Ossandón en su guía de Santiago, afirmación que se complementa perfectamente al relato de Roberto Larraín Dueñas, quien manifiesta que el General Bulnes al ver la construcción de la casa de su amigo Ignacio Larraín y Landa, le dice “préstame tu gabacho, José Ignacio, para arreglar mi casa” (1) . Gabacho era un término peyorativo durante la primera mitad del XIX para referirse a los franceses, y es sabido por fuentes fidedignas que la casa del General Bulnes en Compañía con Amunátegui fue obra de Brunet DesBaines.
El arquitecto Lucien Hénault, 1862. Colección particular. |
Henault había nacido en Bazoches (Francia) en 1822, e ingresa a estudiar arquitectura a la École des Beaux Arts de Paris, combinando las clases de su maestro L. H. LeBas, con los talleres de Artes Plásticas de los artistas Ingres y Horace Vernet. En 1856 acepta la propuesta del Almirante Blanco Encalada para venir a Chile, embarcándose en el vapor D’Alambert rumbo a Valparaíso. “Por el Ministerio de Instrucción Público, se ha expandido un decreto del tenor siguiente: Santiago, enero 12 de 1857. Con lo supuesto en la nota que precede i documentos adjuntos, apruébese en todas sus partes la contrata celebrada en Paris, el 31 de diciembre de 1856, entre el Ministro Plenipotenciario de Chile en Francia don Manuel Blanco Encalada a nombre del gobierno de la espresada República, i el arquitecto don Luciano Hénault en su propio nombre. –Tómese razón i comuníquese-. Montt, Waldo Silva” Diario El Ferrocarril, 15 enero 1857.
Se instaló en Bandera n°138, donde dispuso su colección de arte y antigüedades, la que abrió a los vecinos convirtiéndose en una de las primeras galerías del país. No tardaron los encargos, el gobierno le propuso continuar los trabajos del Teatro Municipal y el Congreso Nacional, además de los planos para la construcción del edificio de la Universidad de Chile. Se le encomienda también la finalización de los portales Fernández Concha y Bulnes, el diseño de la casa de la familia Ovalle, la del senador Álvaro Covarrubias, la del Almirante Blanco Encalada y la del senador Luis Pereira. (más información en: http://brugmannrestauradores.blogspot.com/2011/09/palacio-pereira-la-ruina-mas-suntuosa.html)
En la casa Larraín, el arquitecto Hénault tuvo que ceñirse al programa original de tres patios que ya había levantado Brunet DesBaines, inspirándose en el tan bien ejecutado esquema del “petit hotel particulier” parisino, destinado albergar distintas ramas de una familia numerosa pero conservando el confort y la elegancia de espacios comunes dignos de las grandes residencias patricias.
Aun así, el tratamiento estilístico de la fachada principal revela la majestuosidad que Hénault pretendía impregnarle a sus construcciones particulares. Como buen alumno de LeBas supo manejar magistralmente la disposición de los elementos decorativos del edificio, sin recargarlo ni abusar de los estucos. Optó por disponer la sobriedad del orden dórico en el primer nivel, y la suntuosidad del corintio en el segundo, dividiendo la fachada por una amplia cornisa, bandas en cada ventana, y un cuerpo central coronado por un tímpano sustentado por cuatro columnas adosadas. Ventanas con arco de medio punto y balconajes de fierro forjado completaban el discreto tratamiento ornamental.
Presumiblemente la casa Larraín –como otras tantas viviendas similares del período- concentró un cuerpo de dos niveles sólo hacia la calle Compañía, distribuyendo por la de Morandé una fachada de un piso que repetía los mismos elementos decorativos, dejando al final del solar un pabellón donde se ubicaba el ingreso de coches y los servicios. El mismo esquema presentó en sus orígenes la casa Pereira, por lo que no es raro que esta obra de Hénault haya sufrido modificaciones y ampliaciones posteriores.
Es difícil reconstruir los cambios que experimentó el edificio desde su construcción. Uno de los primeros antecedentes que obtenemos proviene de la mano de María Inés Larraín Dueñas, quien deja un certero testimonio de su infancia en la casa a fines del siglo XIX, cuando pertenecía a su abuela Carolina Zañartu.
Podemos rescatar este primer extracto: “en el que hoy es el Hall, había un patio empedrado de piedrecitas chicas de distintos colores, formando dibujos y tenía alrededor un corredor de mármol blanco y gris con tres escalones de mármol también…”(2). El patio finalizaba en una mampara grande, iluminada por dos esculturas con antorchas. Se desprende además en el mismo relato, que el segundo y primer nivel hacia calle Compañía eran utilizados por dos de los hijos que vivían de forma independiente en departamentos privados, compuestos por un dormitorio amplio y al menos tres salones cada uno.
El palacio entonces, habría estado compuesto por tres grandes casas, siendo la principal la numerada en el 1214 de la calle Compañía, avaluada en $119.000 pesos; y las secundarias, las numeradas con el 1210 y 1218, ambas con un avalúo de $8.000 pesos, como constata el Anuario Prado Martínez de 1901.
Un acceso secundario pudo haber estado en el módulo ubicado en el extremo oriente, desapareciendo tras la remodelación que hizo el Diario El Mercurio cuando adquirió la propiedad a principios del siglo XX. El otro ingreso secundario, es la puerta que aún se conserva en el extremo poniente de la fachada; su uso lo revela María Inés Larraín, quien relata: “del patio para la lavandería partía un callejón que llegaba a la calle Compañía. Yo corría muerta de miedo, abría la puerta y volvía…”. Ésta entrada se convertirá más tarde en un ingreso alternativo de la Imprenta El Mercurio.
Así podría haber lucido el Patio de Honor de la casa Larraín en su etapa original. (5) |
A la casa principal se entraba a través de una mampara al fondo del patio. Hacia el oriente existía un pequeño recibidor blanco con finísimos muebles forrados en brocato del mismo color iluminados por flecos dorados, las cortinas seguían similares tonalidades y destacaba la presencia de una enorme vitrina con decenas de objetos de marfil y porcelana. Seguía luego un salón de similares dimensiones tapizado con seda verde que cumplía la función de antecámara para el Gran Salón Rojo, que daba a la calle Morandé y tenía unos 17 metros de largo. El lujo sin parangón se daba cita en este espacio, cubierto por una alfombra enorme de tonos blancos y flores rojas, que armonizaban perfectamente con el mobiliario laminado en oro, compuesto por 2 sofás, 4 sillones y 24 sillas, dispuestas entre consolas doradas, porcelanas y espejos dorados. Una lámpara de cristal de roca iluminaba todo el lugar, y en los meses de invierno cuatro chimeneas de mármol con sus respectivos relojes de sévres y candelabros, servían para temperar el frío ambiente. Los retratos de José Ignacio Larraín y Carolina Zañartu pintados por Monvoisin completaban el ya sorprende aspecto de la sala.
Al otro extremo de la mansión se encontraba el Comedor Principal, con su chimenea de mármol negro y una enorme mesa con 24 sillas de cuero pirograbado con las iniciales “L.Z.”. Un aparador empotrado resguardaba la vajilla familiar, porcelanas y cristalería, todas grabados con una corona dorada con el nombre de Carolina Zañartu. El Comedor era atendido por dos mozos que transportaban diariamente los enormes azafates con las delicias preparadas por alguna de las dos cocineras que trabajan en la casa, y que nutrían su despensa semanalmente con los frescos productos que llegaban del fundo Lo Aguirre y la chacra La Blanca, propiedad de la familia.
La singularidad de mansiones como ésta permitía la convivencia de espacios públicos junto con otros de carácter mucho más doméstico, distribuidos en torno a patios con corredores que generaban una especie de división interna. El palacio Larraín organizó en su primer patio los recibos, un oratorio y algunos departamentos privados, como el de la dueña de casa compuesto por un dormitorio y un vestidor.
Seguía entonces otro patio de menores dimensiones, rodeado por un corredor de mármol, y en el centro árboles de camelias junto con un pequeño cerrito con juegos de agua. A éste espacio daba el departamento privado de una de las hijas, compuesto por un dormitorio y recibidor; también las cuatro piezas de alojados y la despensa.
Al sur de la construcción se ubicó el último patio, con un pabellón de dos niveles que albergaba en el primero las cocheras, caballerizas, bodegas y leñero; y en el segundo los dormitorios de servicio, incluyendo el del ama de llaves, doña Dolorcitas. Otro patio contiguo servía para albergar la lavandería, donde un corredor resguardaba los braseros donde se calentaban las planchas. Desde ahí partía un callejón que terminaba en la calle Compañía.
La casa fue conocida por sus inigualables manifestaciones sociales, fiestas brillantes y bien masivas que combinaban todo el refinamiento de las nuevas maneras que intentaban igualar la opulencia de las temporadas parisinas o londinenses. Las señoritas Larraín Zañartu eran todas conocidas por su belleza, y cuando alguna de ellas ofrecía un baile en su casa, los jóvenes solteros deambulaban como luciérnagas bajo el brillo de las lámparas de cristal del gran salón rojo. Llegaban ahí las señoritas donde recibían el codiciado carné de baile, un librillo impreso en dorado con el nombre de Carolina Zañartu rodeado de una filigrana celeste, que contenía la lista de cuadrillas, lanceros, polkas, valses y mazourkas que se bailarían, y con un lápiz dorado inscribían a los galanes que deseaban compartir cada pieza con ellas. Los mozos circulaban con grandes bandejas llenas de copas de champagne, y para los banquetes se servían más de ocho platos, que eran suavizados con el aroma de vinos franceses, pues Carolina Zañartu encontraba demasiado común beber vinos nacionales.
Parte del servicio de vajilla de Carolina Zañartu. Gentileza Berenice Martín Larraín. |
No sólo la sociabilidad se daba cita en la casa Larraín, sino que la política tenía un espacio recurrente en los salones. La amistad de Ignacio Larraín con Antonio Varas y Manuel Montt hizo que por mucho tiempo, y a raíz de las continuas reuniones que ahí se realizaban, la casa fuera llamada como el Club Monvarista. Años más tarde, en plena efervescencia política previa a la revolución de 1891, Ignacio Larraín demostró su lealtad a Balmaceda en el momento en que el cortejo Presidencial se dirigía a oficiar su última sesión en el Congreso, y pasando por la calle Morandé, vio salir todos los coches de Larraín decorados con cintas rojas, que reflejaban su adhesión al gobierno. Balmaceda no pudo sino exclamar: “Yo sabía que los Larraín no dejarían jamás de ser fieles”. (3)
Los hijos del matrimonio también se verán vinculados a la política y los cargos públicos; Eduardo Larraín oficiará diversos ministerios, fue diputado y un incansable corredor de bolsa, especulaciones que lamentablemente a fines de la década de 1920 perdió la vida agobiado por la pérdida de su fortuna. Su hermano José Ignacio se tituló de abogado, y fue Ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago; mientras que Joaquín cultivó en los altos de la casa de Compañía una estrecha relación con los vínculos intelectuales, especialmente luego de su incorporación como redactor del famoso periódico El Ferrocarril, donde hacía gala de su faceta de periodista y escritor, bajo los seudónimos Athos, El Ingenuo y Ursus. Recibió el título, convirtiéndose en el VII Marqués de Montepío.
Lucía Larraín Zañartu. Gentileza Patricia Larraín Zavala. |
Luis Larraín se destacó como novelista, y desde su profesión ejerció como Juez Letrado y Defensor Público en Quillota. Sirvió además como bombero, y entre las anécdotas de su actuar, se cuenta que en las postrimerías del XIX había llegado a Chile el primer “Gallo” –una especie de carreta para tirar las mangueras-, y cuando se decretó un incendio en el convento de las Agustinas, encontraron los bomberos motivo propicio para estrenarlo. No se imaginaron nunca que al llegar al portón y pedir que éste se abriera, las religiosas responderían con una tajante negativa. Los minutos pasaron peligrosamente, y luego de un rato la Monja Superiora abrió una ventanilla y les dijo: “Señor, antes que un Gallo entre a nuestro convento, preferimos morir quemadas…”, y esto era porque la monja pensaba que el “Gallo” era uno de los señores Gallo, conocidos miembros del radicalismo chileno. (4)
Lucía Larraín Zañartu, considerada una de las bellezas de la época, vivió junto a sus padres en la casa de Calle Compañía. Heredera de una considerable fortuna, era habitual verla figurando con protagonismo en todas las manifestaciones sociales. Su figura se destaca en el baile de fantasía de la familia Echaurren Valero en 1885 (más información en: http://brugmannrestauradores.blogspot.com/2011/08/un-baile-el-evento-social-que-siempre.html), de cuya descripción se desprende “Lucía Larraín Z. Vestida de Reina de Lahore; cual mariposa de vívidos matices, maravillaba en aquel vergel, brillando entre las más gallardas flores, así por su belleza como por el picaresco ingenio que la caracteriza”. El Ferrocarril, suplemento especial Baile de Fantasía 1885. Colección particular
Extrañamente su belleza y carisma no fueron suficientes para que lograra casarse como sus hermanas, hay quienes dicen que la riqueza le jugó en contra, pues jamás encontraron sus padres un marido adecuado que pudiera ser digno de la favorita de sus hijas. Se dedicó entonces a cuidar a su madre y sus sobrinos. Una de ellas, María Inés Larraín Dueñas recordaba con emoción sus paseos junto a su tía Lucía al parque Cousiño, en su vís a vís, “era un lindo paseo- las damas elegantes elegían tarimas con quitasoles de encaje y marfil- los jóvenes a caballo o en coches ligeros trataban de estar cerca de la dama de sus preferencias. La vuelta por la calle Ejército era emocionante, a veces era espectacular y las niñas se desmayaban con mucha frecuencia”.
Lucía Larraín continuó viviendo en el palacio, luego de la muerte en 1892 de don Ignacio Larraín y Landa. Disfrutará de los generosos departamentos privados del segundo patio, hasta que tras la muerte de su madre a inicios del 1900, los herederos deciden poner en venta la propiedad. Se traslada entonces junto a sus hermanos Elías y Florencio, a la casa vecina, numerada en el número 1228 de la calle Compañía. Culminando así la tradición familiar que se gestó en ese viejo solar colonial.
NUEVOS PROPIETARIOS, NUEVOS USOS
Pedro Félix Vicuña (1805-1874). Archivo Brügmann |
Los problemas económicos parecen haber obligado a traspasar el edificio y su imprenta a Agustín Edwards Ossandon, el que desde 1877 dejará la empresa en manos de su hijo Agustín Edwards Ross quien dará nuevos bríos a la publicación y la hará un imprescindible de las casas porteñas. El éxito obtenido hizo pensar a los inversionistas que sería una buena idea llegar ahora al importante público capitalino, como competencia directa a los matutinos El Ferrocarril y el Diario Ilustrado, los más importantes de la época. Es Agustín Edwards Mac Clure el encargado entonces de fundar El Mercurio de Santiago en 1900, cuyo primer ejemplar circuló por las calles el 1 de junio, y era de carácter vespertino.
Dos años después, pensando en lanzar ahora una publicación matutina y vespertina, Agustín Edwards compra a la sucesión de doña Carolina Zañartu, su palacio en $130.000 pesos; para instalar las oficinas administrativas e imprenta. Es él quien inicia una remodelación total del inmueble, techando el patio principal para convertirlo en un elegante hall, construye el segundo nivel por la calle Morandé siguiendo los mismos lineamientos estéticos originales. Incorpora rejas de fierro forjado con la distintiva “M” de El Mercurio en las ventanas, elimina el acceso oriente para transformarlo en una oficina, dispone una emblemática escultura del dios Mercurio y dos cóndores sobre el frontón central; se eliminan los patios para albergar las maquinarias de la imprenta, y comienza una paulatina subdivisión de los espacios con el fin de reacondicionar el edificio para los nuevos requerimientos.
Agustín Edwards Mac Clure (1878- 1941). Fundador de El Mercurio de Santiago |
Antigua fachada de la Imprenta de El Mercurio. En: Historia del Diario El Mercurio 1827-1913. Imprenta La Ilustración. Santiago de Chile. Colección Biblioteca Nacional de Chile. |
Edwards se preocupó personalmente de conservar la decoración original de algunos salones, muebles y las valiosas lámparas de cristal de roca que decoraban las salas más grandes. Encargó además a la Casa Muzard los muebles para las oficinas y el recibo, el que “era más parecido al hall de un hotel del lujo que a una oficina de un diario”. Vial, G. Agustín Edwards Mac Clure: periodista, diplomático y político : los cuarenta primeros años del siglo XX chileno. Ediciones El Mercurio. 2009
Éste espacio contenía dos sofás grandes de estilo inglés; un mesón de contabilidad con sus rejas de bronce; un escritorio alto grande; cuatro sillas giratorias de escritorio; dos sillas bajas; seis de madera tallada, estilo antiguo; seis mesas bajas como para fumar; dos columnas altas para poner estatuas o plantas y dos sillones cómodos estilo inglés. El valioso conjunto sería sólo una parte del mobiliario que decoraría los distintos sectores del Dario, entre los que se contaban dos salitas de espera, las oficinas del Gerente, Administrador y Contador; un espacioso comedor, un gran salón de recepciones, un vestíbulo en el segundo nivel, una biblioteca, y las oficinas de los Reporters, vida social y cronistas.
Galvarino Gallardo Font, propietario de El Ferrocarril. |
El Mercurio había ingresado a la vida pública no sólo como un medio de comunicación escrito, sino que su presencia abarcaba estratégicamente distintos ámbitos de la vida social, y sus lujosas dependencias servían de marco perfecto para atraer a los santiaguinos, que disfrutaban a diario de exposiciones artísticas, charlas literarias y animadas reuniones sociales efectuadas en honor a algún intelectual, artista o diplomático que visitaba el país. De ese modo, El Mercurio pasó a formar parte de la vida cotidiana de la alta sociedad santiaguina.
El centenario de 1910 trajo consigo la supremacía de El Mercurio, y la caída de un grande del periodismo nacional. Galvarino Gallardo agobiado por la competencia y las deudas, se ve obligado a cerrar para siempre su querido diario El Ferrocarril. Agustín Edwards, ahora convertido en el rey indiscutido de la prensa nacional, aprovechó la brillantez de los festejos de nuestro primer aniversario patrio para convertir a El Mercurio de Santiago en el principal periódico del grupo económico, y conforme a las nuevas orientaciones pensó en ampliar las instalaciones para poder hacer frente a la cada vez más numerosa demanda. Decidió entonces adquirir la casa vecina, que pertenecía a doña Lucía Larraín Zañartu, quien aburrida de los sonidos estridentes que hacían las maquinarias de la imprenta, comenzaba a buscar un nuevo sitio donde trasladarse para vivir un poco más tranquila.
Mientras las conversaciones avanzaban para su compra, el 4 de noviembre de 1910 se decretó un voraz incendio en la sección de linotipia de la imprenta, que rápidamente se propagó por todo el inmueble. Además de la pérdida de maquinarias, las llamas destruyeron gran parte de la ornamentación original de los salones de la casa. Culminaban así los últimos vestigios residenciales del honorable marquesado de Montepío.
Incendio de El Mercurio. Revista Sucesos, noviembre 1910. |
Incendio de El Mercurio. Revista Sucesos, noviembre 1910. |
Aspectos de los daños en la Imprenta de El Mercurio, en la calle Morandé. Revista Sucesos, noviembre 1910. |
La destrucción al interior de la imprenta y la sección de Linotipia, donde se originó el incendio. Revista Zig Zag, noviembre 1910. |
El 22 de noviembre de 1910 Lucía Larraín Zañartu traspasa la propiedad número 1228 de la calle Compañía a Agustín Edwards. La casa de tres patios y dos niveles, fue reacondicionada para su nuevo uso, uniéndola a su vecina por medio de corredores. El viejo palacio Larraín también fue reconstruido, los salones simplificaron su decoración pero siguieron igual de elegantes, el hall perdió sus ornamentos pero mantuvo su estampa palaciega con una escalinata central de mármol y barandas de fierro, que conducía al segundo nivel. Hacia el sur, se organizaron las oficinas técnicas de fotografía, linotipia, prensa, compaginación, fotograbado, telégrafos y un conjunto de modernas rotativas Goss importadas, que reducirían el tiempo de impresión.
Reconstrucción de la planta de la Imprenta El Mercurio. Diseño de los autores, 2013. |
Desde la casa de calle Compañía, El Mercurio de Santiago continuó su importante labor informativa hasta 1980, cuando un incendio destruyó totalmente el edificio. Tres años más tarde El Mercurio se traslada a sus oficinas actuales en la avenida Santa María, dejando en abandono el derruido palacio que sirvió por tantos años a la imprenta.
El terremoto de marzo de 1985 debilitó aun más la estructura, se optó por demoler todo el interior y cuando la picota estaba a punto de derribar la emblemática fachada, la declaratoria como inmueble de conservación histórica dentro de la “Zona Típica Plaza de Armas, Congreso Nacional y entorno” por parte del Consejo de Monumentos Nacionales, logró salvar ese vestigio histórico de nuestra vida nacional.
Así la inerte fachada permaneció apuntalada por más de 25 años. Todos pudimos ver esa silueta blanca manchada por el abandono y el olvido, como un viejo testigo moribundo de un pasado más que esplendoroso. Los ecos de la demolición también los escuchamos, y no hace mucho, aludiendo a su fealdad, inutilidad y peligro para los transeúntes. Paradójicamente fue el enemigo declarado del patrimonio, un centro comercial tipo Mall, quien arrojó un salvavidas para la vieja fachada. El proyecto del arquitecto Gonzalo Martínez de Urquidi fue aprobado el 2008 por el Consejo de Monumentos Nacionales, contemplaba la construcción de una torre en altura junto con un centro comercial, pero que respetaría la historia y arquitectura del palacio. Para esto se establecieron requisitos fundamentales como que debían distinguirse los tres momentos fundamentales de la memoria del edificio: los restos de su fachada (testigo de sus orígenes), los reforzamientos metálicos (para sostenerla durante su abandono) y finalmente el edificio nuevo. Se debía además restaurar la fachada exterior, pero no la interna para dar cuenta de la pátina del tiempo.
La imprenta de El Mercurio. En: www.piensachile.com |
Fachada de la Imprenta de El Mercurio, en la década del 2000. Fotografía en Flickr, Jaime Troncoso. |
El resultado fue un pequeño centro comercial denominado como el primer slow Mall de Chile, la torre de 10 pisos se dispuso semioculta en el área sur del solar; mientras que en el sitio eriazo por calle compañía se construyó un edificio nuevo de vidrio, que respeta la altura y permite dar continuidad a una trama urbana que por décadas estuvo quebrada. El entorno de la plaza del Palacio de Justicia, con el cercano edificio del Congreso, volvió a recuperar su merecido espacio urbano dentro de la capital. El rescate de la fachada del palacio Larraín Zañartu, fue el primero de muchos proyectos en ejecución que buscan revitalizar ésta importante arteria de Santiago que alberga otros iconos arquitectónicos como el Museo de Arte Precolombino, el actual Tribunal Calificador de Elecciones, el palacio Alhambra, el palacio Ovalle, la casa Goycolea y el palacio Matte.
El palacio Larraín Zañartu - El Mercurio, convertido en Espacio M. Fotografía de los autores, 2013. |
Hitos arquitectónicos que rodean actualmente al palacio Larraín Zañartu, hoy Espacio M. Fotografía El Mercurio. 2012 |
Retrocedamos nuevamente en el tiempo, a ese instante que quedó en la retina de los transeúntes que cruzaban la calle de la Compañía. Miremos nuevamente la silueta blanca de la casa Larraín, y recorramos sus vastos patios mientras la brisa trae consigo el suave olor de las camelias en flor. Ocultémonos un segundo entre sus postigos para presenciar el agónico paso del Presidente Balmaceda camino al suicidio, o la puesta en marcha de los tranvías eléctricos que acortarán las horas de viaje a miles de santiaguinos. Miraremos con temor las turbas enardecidas que recorren las calles durante el Mitín de 1905, y nos maravillaremos con los coches cubiertos de flores que conducen a las delegaciones extranjeras que se dirigen a La Moneda durante los festejos del Centenario. Los bomberos irán a nuestro auxilio cuando las llamas consuman el edificio, y asistiremos a la inauguración de los nuevos Tribunales de Justicia. Los vientos de cambio vendrán junto al cortejo que lleva a Alessandri, y la crisis repercutirá en nuestras calles con gran dolor. Veremos ascender y caer estrepitosamente a Presidentes, y los terremotos nos harán tambalear para quedar desnudos bajo el sol cuando la maquinaria demuela los umbrales que tantos secretos resguardaron durante años.
Despertando de ese letargo nos vemos protegidos por pilares de concreto, que conectan la vieja albañilería de ladrillo con los materiales contemporáneos que componen ese peculiar centro comercial oculto tras la fachada de un palacete histórico. El progreso no actuó tan mal, y nos permitió seguir el transcurso de los sucesos de una historia que tuvo su protagónico pasar, por la esquina de Morandé con Compañía.
Mario Rojas Torrejón
Fernando Imas Brügmann
Bibliografía:
-Allamand, Ana. Raimundo Monvoisin, retratista neoclásico de la elite romántica. Ediciones Origo. 2008
Agradecemos afectuosamente a Ignacio Rioseco Martín, quien aportó los valiosos antecedentes familiares que permitieron la realización de este reportaje.
Bibliografía:
-Allamand, Ana. Raimundo Monvoisin, retratista neoclásico de la elite romántica. Ediciones Origo. 2008
-Bernedo, P. y Arriagada, E. Los inicios de El Mercurio de Santiago en el epistolario de Agustín Edwards Mac Clure. Revista de Historia (Santiago) v.35, Santiago 2002.
-Larraín, Roberto. El Mayorazgo de Aguirre y el Marquesado de Montepío. Ediciones Arco. Santiago de Chile, 1952.
-Martínez, Gonzalo. Espacio M, Slow Mall en el casco histórico de Santiago. Revista AUS (Valdivia), n.11. Valdivia, Chile. 2012.
-Monckeberg, María. Los Magnates de la Prensa: Concentracion de los medios de Comunicacion en Chile. Editorial Debate . 2009
-Prado, P. Anuario Prado Martínez, 1901.
-Soto, A. y Earle, R. Entre tintas y plumas: historia de la prensa chilena en el siglo XIX. Ediciones UAndes, 2004.
-Vial, G. Agustín Edwards Mac Clure: periodista, diplomático y político : los cuarenta primeros años del siglo XX chileno. Ediciones El Mercurio. 2009
-Wiener, C. Chili et Chiliens. Librairie Leopold Cerf. Paris. 1888
Revista Zig Zag. Agosto 1906
Revista Zig Zag. Abril 1907
Revista Zig Zag, 1908
Revista Zig Zag, noviembre 1910.
Revista Sucesos, noviembre 1910
Diario El Ferrocarril, 15 enero 1857.
(1) Larraín, Roberto. El Mayorazgo de Aguirre y el Marquesado de Montepío. Ediciones Arco. Santiago de Chile, 1952. Gentileza de Ignacio Rioseco Martin. (2) Diario de María Inés Larraín Dueñas. Gentileza de Ignacio Rioseco Martin.
(3) Larraín, Roberto. El Mayorazgo de Aguirre y el Marquesado de Montepío. Ediciones Arco. Santiago de Chile, 1952. Gentileza de Ignacio Rioseco Martin.
(4) Larraín, Roberto. El Mayorazgo de Aguirre y el Marquesado de Montepío. Ediciones Arco. Santiago de Chile, 1952. Gentileza de Ignacio Rioseco Martin.
(5) Wiener, C. Chili et Chiliens. Librairie Leopold Cerf. Paris. 1888
(3) Larraín, Roberto. El Mayorazgo de Aguirre y el Marquesado de Montepío. Ediciones Arco. Santiago de Chile, 1952. Gentileza de Ignacio Rioseco Martin.
(4) Larraín, Roberto. El Mayorazgo de Aguirre y el Marquesado de Montepío. Ediciones Arco. Santiago de Chile, 1952. Gentileza de Ignacio Rioseco Martin.
(5) Wiener, C. Chili et Chiliens. Librairie Leopold Cerf. Paris. 1888
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