jueves, mayo 12

CHILENOS EN EL CEMENTERIO DE PÈRE-LACHAISE

                                                                                               

El más famoso cementerio de la capital francesa fue elegida como último lugar de descanso de reconocidos personajes de la historia mundial: desde el frenético escritor Honoré de Balzac a la legendaria actriz Sara Bernhardt, pasando por el irreverente Oscar Wilde, los pintores Corot y Delacroix, el compositor Frederic Chopin, Marcel Proust, la soprano Maria Callas, la cantante Edith Piaf y hasta el rockero Jim Morrison. 
Pero entre esos mausoleos cubiertos de hiedra y resplandecientes vitraux que parecen inexorables al tiempo, se esconden también algunos célebres personajes chilenos, que por decisión propia o los avatares del destino, yacen olvidados por el tiempo y la distancia en esta prestigiosa ciudad de los muertos.
Acompáñennos en nuestra búsqueda por el Cementerio de Père-Lachaise en Paris…





Hace algunos años tuvimos la suerte de visitar este famoso camposanto francés, hogar de tantas historias, leyendas y último descanso de interesantes personajes que ejercieron en su momento, cambios e innovaciones trascendentales para la historia mundial. En ese momento, además de conocer el lugar, nos motivaba la tímida esperanza de encontrar la olvidada tumba de la escritora Teresa Wilms,  la que desafortunadamente –a pesar de nuestros intentos- no pudimos hallar.

Esa inspección infructuosa se convirtió en una obsesión, una misión inconclusa que rondó nuestras mentes hasta febrero de 2016, cuando casi por azar logramos por fin descubrir una lápida erosionada con la inscripción “Teresa Wilms de Balmaceda”. Este asombroso hallazgo abrió -sin querer- un mundo de sorpresas al constatar que la escritora chilena no estaba sola en esta lejana necrópolis, sino que era acompañada por un puñado de compatriotas que habían decidido pasar a la eternidad en uno de los más cotizados y magníficos cementerios de Europa.  


Pero Père-Lachaise no fue siempre tan solicitado. Al momento de su inauguración en 1804 fueron pocos los parisinos que se atrevieron a levantar sus tumbas en este nuevo cementerio, pues su ubicación tan lejos de la ciudad lo convertía en un lugar muy poco atractivo para la mayoría de los habitantes. Por este motivo, las autoridades, iniciaron la implementación de diversos incentivos para hacerlo más llamativo, comenzando por construir monumentos escultóricos conmemorativos y crear un portal neoclásico como ingreso principal. Decidieron además trasladar al cementerio, los restos de diversos personajes franceses para estimular la llegada de propietarios adinerados e intelectuales; y plantaron un jardín de corte inglés, que con sus grandes árboles no tardó en otorgar ese sombrío y necesario ambiente de recogimiento a la nueva necrópolis. 
Vista del Cementerio de Père-Lachaise, por Christophe Civeton, 1829. Colección Biblioteca Nacional de Francia

Los años y los numerosos conjuntos funerarios que se erigieron,  hicieron entonces de Père-Lachaise el cementerio más elegante y requerido de Paris, debiendo ser ampliado en cinco oportunidades hasta alcanzar las 43 hectáreas y las setenta mil tumbas que alberga hasta hoy. 

Al traspasar el umbral neoclásico frente a la Rue de la Roquette, se abre un mundo silencioso, en el que los visitantes no son más que manchas multicolor en un paisaje inalterado hace más de doscientos años. Árboles gigantescos ensombrecen los senderos adoquinados, mientras nos adentramos entre cientos de tumbas que parecen haber brotado desde la tierra. Ángeles, demonios, ánforas y un sinfín de simbolismos funerarios se entremezclan con el brillo de bronces y vitraux que resplandecen entre las polvorientas puertas de hierro de los mausoleos. ¿Quién puede no querer descansar entre tanta belleza?, pensamos.
Cementerio de Père-Lachaise en Paris. Archivo Patrimonial Brügmann, 2012

No queremos distraernos, nos queda un largo camino para atravesar el cementerio hasta la división 82 en el extremo norte, donde según nuestras averiguaciones descansaría la escritora chilena. Nuestros pasos se aceleran mientras subimos una pequeña colina, de repente un nombre en uno de los mausoleos se nos hace conocido: “Famille Monvoisin”. Ya cerca, entre telas de araña, miramos por la puerta desvencijada para ver quiénes están sepultados en ahí: “J.P. Monvoisin”, “Marguerite”, “Jeanne”, son algunos de sus ocupantes, muertos todos cuando recién comenzaba el 1800. Difícil se nos hace saber sin documentos genealógicos si se trata quizás de parientes del pintor Raymond Monvoisin, el más destacado retratista del siglo diecinueve chileno; o si quizás estamos ante algunos de los familiares de “La Voisin”, el apodo de Catherine Deshayes de Monvoisin, la despiadada mujer que aterrorizó la Francia de Luis XIV y que fue condenada a la hoguera por brujería, asesinatos por envenenamiento y la práctica de ritos satánicos.
Tumba de la familia Monvoisin. Archivo Patrimonial Brügmann, 2016.
Tumba de la familia Monvoisin. Archivo Patrimonial Brügmann, 2016.

Seguimos avanzando, llegamos a la cima de la pendiente, los mausoleos y tumbas cambian de forma, ahora son magníficas construcciones de todos los estilos y materiales. Las esculturas rivalizan en una perfección casi perturbadora. Vemos cerca a Edith Piaf, también  la tumba del ingeniero eléctrico Zénobe Gramme, al arquitecto Charles Lefebvre, la siempre romántica tumba de Oscar Wilde y entre ellos la sencilla lápida de granito del ilustrador Bernard Verlhac, “Tignous”, asesinado en el trágico atentado a la revista Charlie Hebdo. 

El escritor Alberto Blest Gana (1830-1920)
Hacia el norte, entre los árboles, un domo dorado nos indica que estamos próximos a llegar al antiguo Columbarium del cementerio, una estructura neoclásica rodeada de jardines y circundada por una serie de galerías de corte románico donde están las cenizas de la cantante lírica María Callas, la bailarina Isadora Duncan y el pintor Max Ernst. Frente a este edificio se ubica la división 82, que ansiosos comenzamos a recorrer sendero por sendero. Nuestra búsqueda da un giro sorpresivo cuando tan sólo al dar unos pocos pasos leemos un nombre que cualquier chileno reconocería desde la niñez: “Famille de Blest Gana”, inscrito en una tumba grisácea rematada por una cruz. Estábamos sin pensarlo frente a la lápida del escritor Alberto Blest Gana, considerado por muchos como el pionero de la novela realista en Iberoamérica, autor de obras tan conocidas como “Martin Rivas”, “Los trasplantados” y “El Loco Estero”.

¿Pero qué hacía tan lejos?, nos preguntamos. Alberto Blest Gana había nacido en 1830 en Santiago, y comenzó una carrera militar que perfeccionó en Francia, donde se relacionó con las nuevas tendencias literarias que imponía el realista Honoré de Balzac. Volvió a Chile con la necesidad de abandonar el ejército y dedicarse a la literatura, comenzando por colaborar con diferentes periódicos de la época. La novela fue su pasión, y en 1860 presenta “La aritmética del amor”, que sintetizará el espíritu de su obra literaria, una constante crítica social, donde el campo y la ciudad serán protagonistas, en un despiadado melodrama de clases, ambiciones, poder y desamor, que retrataba fielmente la sociedad chilena; tal como lo hará más tarde su otra novela “Martin Rivas”.

Baronesa de Batz, hija de Blest Gana.
En 1866 es nombrado Embajador en Washington, dos años después es enviado a Londres y posteriormente a Paris, donde el 13 de marzo de 1870 presenta sus credenciales al Emperador Napoleón III en el Palacio de Las Tullerias[1], en plena Guerra Franco-Prusiana, la que culminará tiempo después con el sitio de Paris y la caída del Segundo Imperio Francés. Blest cumple un rol esencial como diplomático ante el Vaticano, logra ingresar a Chile en la Unión Postal Universal, gestiona la construcción de acorazados para la armada y colabora en la compra de armamento para la Guerra del Pacífico; a pesar de esto será criticado fuertemente en Chile por considerársele un desarraigado, y ante las controversias decide poner a disposición su cargo en 1886. Con una jubilación modesta de diplomático retirado en cuestionables términos, vive en el Boulevard Haussman, y su casa es el centro de reuniones de la comunidad chilena. Retomará entonces su carrera literaria, y le serán encomendadas algunas misiones diplomáticas especiales. En la casa Garnier publica su obra “Durante la Reconquista”, y posteriormente “Los Trasplantados”, que retrata de forma despectiva y dramática,  la vida de los hispanoamericanos en Paris y sus ansias de pertenecer a los altos círculos sociales. “El loco estero” será una de sus últimas obras de repercusión, pues en 1911 muere su mujer Carmen Bascuñán Valledor, y sin ella, la literatura parece no tener el mismo sentido.

Blest Gana, quien criticó tan satíricamente a los criollos en la capital francesa y añoró en sus libros la magia campesina de su tierra, personificará irónicamente a un perfecto trasplantado.  Cuando alguna vez se le preguntó por qué no volvía a Chile,  el respondió: -“tal vez nunca más lo vuelva a ver, y si vuelvo, ¡me encontraré tan solo! Casi todos mis amigos han muerto y los que quedan vivirán en medio de ideas, de sentimientos, de preocupaciones que me son extrañas. Mi vuelta a la patria será como la vuelta a la casa de mis padres, llena de recuerdo pero vacía…”[2]. Morirá el 9 de noviembre de 1920, junto a una de sus hijas y nietos en las costas del Mediterráneo. El periódico Le Gaulois publicará el catorce de ese mes, una pequeña nota sobre los funerales del diplomático, realizados en la Iglesia de La Madeleine de Paris, quizás uno de los edificios más impresionantes de esa ciudad.  “El funeral de M. Alberto Blest Gana, antiguo Ministro de Chile en Washington, en Londres y recientemente en Francia, y Comandante de la Legión de Honor, se efectuó ayer en la mañana, a las 10 hrs., en La Madeleine. Coronas de flores cubrieron el ataúd, enviadas por la delegación chilena, incluyendo una de la Sociedad de las Naciones. Una delegación de autoridades de Paris, en el cortejo, representaba los honores militares. La absolución fue dada por el párroco, Padre Langlois. El cortejo fue presidido por Henri Nariño, nieto del diplomático, por la Baronesa de Batz y Mme. Blanco Blest Gana, sus hijas y otros miembros de la familia. Bajo el pórtico de la iglesia, fue pronunciado un discurso por M. Ibañez, Ministro de Chile. El ataúd fue depositado en una bóveda”[3]. Valfleury, periodista. Le Gaulois, 14 de noviembre de 1920.

La Iglesia de La Madeleine, frente a la Rue Royale y de la Place de la Concorde; fue construida entre 1763 y 1842 en estilo neoclásico inspirada en un templo de corte romano. Archivo Patrimonial Brügmann, 2012


Pero el escritor no está sólo en su bóveda de Père-Lachaise, sino que lo acompaña su mujer Carmen Bascuñán Valledor, con quien se había casado en 1854 en la Parroquia de El Sagrario, junto a la Catedral de Santiago. Ella desempeñó un papel crucial en la carrera de Blest, fue su más fiel seguidora, crítica y consejera, lo ayudó a tal punto que se hizo cargo de la escritura de las obras, mientras su marido le dictaba, era detallista y en más de alguna ocasión debió corregir al escritor en sus desvaríos románticos. Cuando las cosas en la diplomacia no andaban bien, fue ella quien lo obligó a continuar su carrera literaria. Por eso no es extraño que tras su partida en 1911, Blest abandonara por completo la literatura, no sin antes dedicarle su última obra titulada “Gladys Fairfield”.

Carmen de Blest (1833-1911).Album JCG Hall
Los Blest Bascuñán intentaron enviar a sus hijos de vuelta a la patria, pero casi ninguno pudo acostumbrarse. El que menos logró permanecer en Chile fue Guillermo, quien se había hecho conocido en todo Paris bajo el apodo de Willy de Blest-Gana. Su nombre sólo parece sonar hoy por un bullado pleito que tuvo con el famoso periodista francés Eugéne Lautier, conflicto que terminó en un duelo –que incluso se publicó en Le Figaro- donde ambos salvaron ilesos, o por su relación clandestina con la conocida novelista Colette, quien sería nominada al premio nobel de literatura años después.

Pero desentrañando un poco su historia, descubrimos que su figura se relaciona también al mundo deportivo y musical del Paris de principios del siglo XX. Se convirtió en 1896 en el primer Campeón francés de Esgrima, deporte que siguió con pasión, siendo uno de los fundadores del Circle de Hoche, un club de esgrima masculino y femenino que organizaba un torneo anual. En una entrevista realizada por la revista francesa Le Mois, titulada La Musique et le Sport, Willy de Blest Gana, se esboza el carácter decidido este chileno trasplantado, que vivía en un cómodo departamento rodeado de muebles antiguos, tapicerías y cuya otra pasión era el coleccionismo, sobretodo de porcelanas chinas. El periodista lo describe como un hombre seco, de cara angulosa y ojos fríos, pero que se transforma en un apasionado al hablar de la esgrima y de la música, mientras toca piezas en el piano, o en su violín, instrumento que manejaba con una maestría curiosa, pues a veces se podría pensar que la delicadeza de este arte no está presente en los rudos deportistas. El periodista sólo tiene elogios para el chileno, lo considera un hombre animado, un verdadero espadachín, un campeón de la esgrima, pero también un verdadero artista. Willy de Blest-Gana murió poco después de su padre, desaparecía con él la historia de esos criollos en Paris, como escribiera Joaquín Edwards, que hicieron de la capital francesa el centro de sus anhelos, vanidades y tormentos. 

Tumba de la familia Blest. Archivo Patrimonial Brügmann, 2016
Willy de Blest-Gana, con su violín. Agence Meurisse, 1912. Colección Biblioteca Nacional de Francia.


Una vela encendida en la tumba de los Blest es nuestro pequeño homenaje a estos chilenos trasplantados, y una motivación para continuar la búsqueda. Caminamos por los estrechos espacios generados entre las lápidas, en su mayoría pertenecientes a ciudadanos franceses. De repente, una tumba de granito rojo nos llama la atención. Tiene en su base una pequeña bandera chilena y una piedra de lapislázuli, junto a la inscripción: “Famille Ross”; ¡Qué sorpresa!, hemos vuelto a encontrar compatriotas en este lejano Père-Lachaise. Esta vez se trata de parte de la familia Ross Santa María, importantes y ricos vecinos de Valparaíso, emparentados con personajes tan notables como el Presidente Federico Santa María y la filántropa Juana Ross de Edwards. La ocupante principal de esta sepultura es Lucía Santa María Carrera de Ross, hermana del millonario chileno Federico Santa María y mujer de Jorge Ross Edwards, con quien tuvo 12 hijos, entre ellos Gustavo, Ministro de Hacienda del Presidente Alessandri y candidato a la presidencia de Chile en 1938. 
Tumba de la Familia Ross Santa María en el Cementerio de Père-Lachaise, Paris. Archivo Patrimonial Brügmann, 2016.
Familia de Jorge Ross Edwards y Lucía Santa María Carrera, c. 1885. Fotografía Gentileza Jaime Ross Troncoso.

Pero, ¿Qué hacen tan lejos de América? La respuesta llega de la mano de su sobrino bisnieto, Jaime Ross, quien gentilmente nos contó uno de los motivos de su traslado al viejo continente:- “Hacia 1907 se casa Isabel Ross Santa Maria con Jorge Délano, quien había sido designado como agregado naval en Francia. Como la casa familiar en Valparaíso en la calle Esmeralda había quedado muy dañada por el terremoto de 1906, deciden emigrar a Paris por un par de años mientras se reconstruían las casas en Chile. Isabel decide llevarse a su madre, Lucía Santa María, que ya era viuda de Jorge Ross, hermano de Agustín y de Juana, la benefactora; y con ella también parten varios de sus once hermanos. Se establecen en Paris en 1907, en el Hotel Columbia, para luego mudarse a una residencia en el Faubourg Saint Honore. Pensaban regresar al cabo de dos años, pero nunca más volvieron…”. Tal vez no se nos haga tan extraño pensar en que no regresaran, si consideramos que Europa vive su ferviente Belle Époque, y Paris es la luz del mundo occidental. ¿Para qué volver a una ciudad en reconstrucción, a un país dañado por los severos conflictos sociales y una crisis latente, pero bien oculta tras una fachada de progreso económico ligada a la minería del salitre?, pensamos. Se sienten acogidos también por la numerosa colonia chilena que en ese momento ha hecho de Paris su residencia, reuniéndose en la casa de Blest Gana, de Francisco Subercaseaux, de Olga Lyon de Cousiño, de Federico Santa María, de María Edwards o en la siempre vanguardista de Eugenia Huici.

Lucía Santa María de Ross. Fotografía gentileza Jaime Ross T.
El regreso de estos trasplantados se postergaba año tras año, decisión que se mantuvo a pesar de los graves conflictos en que se sumergía el viejo continente, Guerras mundiales y Crisis de 1929, incluidas. Ya son ciudadanos del mundo, han adoptado las costumbres, los modos y el estilo de vida europeo, han estrechado lazos, han hecho amistades y se han emparentado con familias del viejo mundo, cada vez se hace más difícil volver a la patria, pues esa decisión implicaría abandonar para siempre la vida que han formado. Los Ross son un claro ejemplo de esto, su tumba en Père-Lachaise resguarda los restos de varios miembros de esta numerosa familia. Podemos ver inscrito el nombre de Camilo Ross Santa María, quien se había casado con la peruana Carmela Gibson Möller. Tras el terremoto se traslada a Paris, donde nacen dos de sus tres hijos, residiendo en el 217 del Faubourg Saint Honore, exclusiva calle próxima al Arco del Triunfo y el Parc Monceau. Como dato anecdótico se puede incluir que Ross patentó en 1923 su invento de la Raqueta de tenis con cuerdas de tensión variable, según consta en el Registro de Patentes de Estados Unidos. El mismo la define como “Mi invención se refiere a la raqueta de tenis, e intenta permitir a cada persona mantener las cuerdas de su raqueta en la posición adecuada y estirada, y regular la tensión con gran facilidad[4]; que logró Ross al incorporar un montaje de las cuerdas en toda el asa con rodillos y tuercas de tensión movibles. Este curioso inventor chileno murió en Paris en 1930, su mujer e hijos decidieron abandonar Europa, y regresaron a nuestro país donde vivieron hasta su muerte. 

Camilo Ross Santa María (1880-1930. Fotografía gentileza Jaime Ross
Diseño de raqueta patentado por Camilo Ross, 1923.
Camilo Ross Santa María, María Isabel Ross Santa María y Jorge Agustín Délano Ross en Châtel-Guyon, Auvergne, Francia. 1909. Fotografía gentileza Jaime Ross.

La tumba es ocupada también por Magdalena Ross Santa María, muerta en Paris en 1969; y sus hermanos Alberto y Carlos. Del primero no obtuvimos más antecedentes salvo que se casó con Marcelle de Mauduit, no tuvo hijos y murió en Niza en 1953. Y del segundo sólo encontramos que era abogado, y se casó  con la llamativa Mercedes de Agüero Herboso, prima del pintor Roberto Matta y a quien recordamos en otro reportaje por asistir disfrazada de egipcia al baile de la familia Concha Cazotte en 1912, el que puedes revisar acá. Carlos muere en Paris en 1927, sin tener hijos. En la bóveda descansan también tres personas más: Lucía Délano Ross, nieta de la propietaria de la tumba, casada con Charles François Roissard de Bellet quien murió muy joven a los 33 años, dejando cinco hijos, entre ellos a Douce Isabelle Francois, amiga del bailarín ruso Rudolf Nuréyev, y de gran parte de la socialité francesa de la época, que acudía en masa a sus recordadas galas benéficas. En la tumba también está Edelmira González y Arturo de Ballesteros, de quienes no conseguimos mayores antecedentes. 
Otros Ross están sepultados en Père-Lachaise: Se trata de Ana Lucía Ross Santa María, su marido Arturo López Pérez y su hija Ana López Ross, sepultados en la tumba de la familia López; y de María Carmela Ross Santa María, casada con el francés Georges Achille Lerousseau, (sin hijos) fue sepultada en otra tumba muy cerca de sus parientes chilenos.

Carlos Ross Santa María. Fotografía gentileza Jaime Ross.
Magdalena Ross Santa María. Fotografía gentileza Jaime Ross.























Familia Délano Ross. Jorge Monroe Délano Ross, Maria Isabel Ross Santa María, Jorge Délano y Lucía Délano Ross, esta última sepultada en la tumba de la familia Ross en Père-Lachaise. París, 1929. Fotografía gentileza Jaime Ross.
Continuamos la búsqueda de Teresa Wilms mientras el cielo cambia ya de color. Los nubarrones blancos se convierten en amenazantes nubes grisáceas, un fuerte viento mueve las hojas secas y el frío se torna a ratos insoportable. Caminamos más rápido, hay muchas lápidas erosionadas con los nombres ilegibles, ¿será alguna la que estamos buscando? Tras casi una hora recorremos toda la división 82, sin éxito. Nuevamente parece que hemos fracasado, pero algo nos dice que debemos hacer una última revisión. Volvemos al centro, donde las tumbas son bajas y grises, releemos otra vez las lápidas mientras nos acercamos a una discreta sepultura con flores de mayólica en tonos rosados. Es similar a muchas otras que ya hemos visto por todo el cementerio, no tiene nada especial, salvo un extraño magnetismo que nos atrae a ella. Nos acercamos y asombrados leemos la inscripción en un extremo de la lápida: “Teresa Wilms de Balmaceda”… ¿Cómo no la vimos antes?, nos preguntamos. Tal vez era porque habíamos idealizado demasiado esa sepultura, imaginándola mucho más protagónica y singular; olvidando que la escritora chilena había muerto en condiciones modestas, en un país ajeno y que su tumba se había comprado apresuradamente, sin ayuda de la familia.  

Tumba de Teresa Wilms. Archivo Patrimonial Brügmann, 2016.
Tumba de Teresa Wilms. Archivo Patrimonial Brügmann, 2016.

























Es que Teresa Wilms tuvo una historia tumultuosa. Rebelde, atrevida, bohemia y atormentada fueron varios de los adjetivos que se utilizaron para describirla, algunos con más prejuicio y otros con una idealización casi cegada. Nosotros optamos por definirla como una escritora singular y una verdadera adelantada a su tiempo, con todos los conflictos que eso puede generar en el momento equivocado. Un capítulo aparte merece la historia de su vida, episodios demasiado extensos que intentaremos sintetizar para entender el porqué de su presencia en este lejano cementerio parisino.

“Los que la ven pasar, esbelta y rítmica, con sus pelos cortados y su bastoncillo insolente se preguntan si es una bailarina rusa o una parisiense fantástica, o una norteamericana tan millonaria que hasta para sus ojos ha comprado las dos esmeraldas más grandes y más puras que hay en el mundo… esta mujer que lleva a cuestas la maldición de su belleza no es sino una escritora, una gran escritora, que si hubiese sido hombre y tuviera barbas formaría parte de todas las academias y tendría todas las condecoraciones. Solo que ay, es mujer y es lo más bonito de las mujeres. ¿Quién no le ha ofrecido su alma entera a cambio de una sonrisa?...”, escribirá el crítico literario guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, para detallar a Teresa Wilms Montt. Es que esta chilena había conquistado a los más descollantes personajes de la intelectualidad americana y española de principios del siglo XX, cuando ya alejada de nuestro país, había iniciado una floreciente carrera literaria.

Teresa Wilms, 1916. Colección Museo Vicente Huidobro.
Sin embargo, sus inicios en Chile fueron mucho menos celebrados. Es que la rígida sociedad criolla jamás aceptó su temperamento independiente y moderno, alejado del modelo femenino del 900, que buscaba someter a la mujer en un espacio netamente familiar, de abnegación, dependencia y apartada del mundo público. Teresa Wilms hizo todo lo contrario: se casó furtiva a los 17 años a pesar de la desaprobación de sus padres, lo que le valió el repudio familiar; frecuentó los círculos intelectuales y la bohemia nocturna, espacio netamente masculino; comenzó a escribir y colaborar públicamente con los medios locales bajo el seudónimo Tebal; se relacionó con las corrientes feministas; y adscribió a los movimientos sociales en el norte salitrero, lo que le generó varios contratiempos. Sumergida en la efervescencia de la juventud no alcanzó a ver que su extravagante personalidad, generaba una atracción desmedida en sus pares, un hipnotismo que catapultó su caída en un mundo cerrado, envidioso e intransigente. No nos confundamos al idealizar su figura, es probable que Teresa Wilms también se haya equivocado, pues son sus decisiones las que provocan su prematura partida. Como un castillo de naipes, su vida cae estrepitosamente cuando se vincula sentimentalmente con un primo de su marido, la relación clandestina destapa los tormentos de una vida marital quebrantada, llena de maltratos y privaciones, donde las grandes víctimas son las hijas del matrimonio. Pero no olvidemos que es 1915, la sentencia sólo caerá sobre ella: se le ordena la reclusión en el austero Convento de la Preciosa Sangre, donde la burguesía ocultaba sus faltas morales, encerrando a las hijas enfermas, locas o las que se habían enamorado demasiado pronto de los placeres mundanos.  Teresa Wilms comenzará a escribir desde ese momento su diario de vida, y presa de la soledad, intentará suicidarse. Ante la desesperación, su amigo de la infancia, el poeta Vicente Huidobro la ayudará escapar, en una cinematográfica escena donde ella disfrazada con riguroso manto, huye del brazo del poeta durante una misa, con rumbo a Buenos Aires.

En la capital trasandina logra desarrollarse como escritora, colabora con la revista Nosotros y publica sus tres primeros libros, que tienen un enorme éxito, siendo elogiados por la crítica literaria. Ahí conoce a Horacio Ramos Mejía, Anuarí, quien se convertirá en el secreto amor de la escritora, amor que no comprendió a tiempo y causó el suicidio del joven frente a ella, suceso del que jamás logró reponerse. Tras esto decide viajar a Nueva York para unirse a las filas de la Cruz Roja y colaborar con los heridos de la Primera Guerra Mundial; extrañamente es acusada de espía alemana, siendo encerrada por un tiempo. Cuando es liberada, decide viajar a España, vinculándose con el movimiento intelectual madrileño de los años 20, donde adopta el seudónimo Teresa de la Cruz. Se transforma en la musa de varios artistas, entre ellos los pintores Anselmo Miguel Nieto y Julio Romero de Torres; y será compañera de escritores como Ramón del Valle-Inclán, Pio Baroja, Juan Ramón Jiménez, Gómez de la Serna y Gómez Carrillo. En esa ciudad publica su célebre “En la Quietud del Mármol” y “Anuarí”. Los éxitos de su carrera literaria, la vida bohemia y la independencia, parecen no ser suficientes para esta melancólica escritora; está rodeada de amigos, sus grandes ojos han hipnotizado a la intelectualidad española, y hasta el Rey Alfonso XIII le ha entregado una Cruz al Mérito. Sin embargo deambula triste vestida de un severo negro, sufre de neurosis y fuma pipa en demasía; tiene fama de Femme Fatale, es una belleza en decadencia en un mundo que se le hace cada día más difícil.
 
Teresa Wilms Montt, junto a sus hijas Silvia y Elisa Balmaceda. Colección Museo Histórico Nacional de Chile.

Hacia 1920 viaja a Paris con la esperanza de ver a sus dos hijas, que acompañaban a su abuelo en una comisión diplomática. Han pasado cinco años desde la última vez que las vio, y en secreto consigue reunirse con ellas “Con mi hermana y mi mamita Rosa íbamos en un taxi por Le Champs Elysées cuando se detuvo un taxi y nos hizo señas una mujer con capelina negra. Nos acercamos, yo la quedé mirando abismada de su belleza. Tenía unos ojos de una profundidad increíble. No sabía que era mi madre. Se acercó para abrazarme y me dijo: ¡Mi amor yo soy tu mamá!...”[5], comentará más tarde Silvia Balmaceda Wilms. Las visitas continuaron a escondidas por un tiempo, Cristina Balmaceda –hermanastra de Gustavo- intercedía para que las niñas pudieran reunirse con su madre, así como también otras mujeres chilenas y algunos diplomáticos, que consiguieron regularizar las visitas 2 veces por semana. Desafortunadamente, tras un año, la familia Balmaceda regresó a Chile, junto a las niñas.  

Teresa Wilms, por el pintor Julio Romero de Torres.
La abrupta separación de sus hijas es un golpe que Teresa Wilms no logra superar, abusa de los tranquilizantes, cae en una profunda depresión, y a fines de 1921 toma una sobredosis de veronal, muriendo la navidad de 1921 en el Hospital Laënnec de Paris. El cuerpo es entregado a sus amigos de la denominada Sociedad de la Piruleta, mientras se informa al Ministro Manuel Amunátegui de la muerte. Desde ese momento la legación chilena se hace cargo de los trámites legales, también del envío de sus pertenencias a la casa de su padre en Viña del Mar, y de la compra de una bóveda en Père-Lachaise. Rodeada de unos pocos amigos, en un día lluvioso, su ataúd desciende en la bóveda, mientras una fuerte lluvia cae sobre Paris.

Teresa Wilms jamás volvió Chile, nunca más vio a su padre, a su madre o sus hermanas. Al respecto, Joaquín Edwards Bello recordará en sus memorias: Algunos años más tarde un caballero de Valparaíso, de aspecto anglosajón, en viaje de placer, pasó por Madrid. Conocía el talento de Romero de Torres. Lo admiraba. Se hizo acompañar por un diplomático chileno al taller del pintor. Cuando supo que el visitante de aspecto imponente era chileno, Romero de Torres se interesó: — ¡Oh, ! Tengo buenos amigos en Chile. Conocí al más bravo entre los bravos, el aviador chileno, El Chileno. Creo que se llamaba Page. Torero del aire. En Valparaíso tengo un buen cliente, el señor Van Buren. Y, a propósito, voy a mostrarle el retrato que hice el año 1917 de una chilena muy guapa. ¡Aquí está! Era maravillosa — añadió, tomando el cuadro. Le quitó el polvo con un plumero. El caballero palideció y quedó un momento hipnotizado frente al retrato. El caballero rubio de aspecto anglosajón y rico, era don Guillermo Wilms, de Viña del Mar. La del retrato era su hija Teresa…”[6].

Satisfechos y algo melancólicos nos despedimos de Teresa Wilms, dejamos una vela encendida entre las placas que dispuso el Ayuntamiento de Girona en España –de donde proviene el apellido Montt- y la placa conmemorativa dispuesta por sus hijas, Silvia Balmaceda y Elisa Wolkonsky, junto a la escritora Ruth González-Vergara, autora de su más completa biografía. Nos alejamos casi de noche, cuando ya las apacibles figuras de verde bronce se han transformado en sombras que vigilan nuestros pasos. 


Caminamos hacia la salida, por una calle larga de adoquines circundada por árboles y mausoleos tenebrosos. Nos detenemos un momento frente a la tumba de Honoré de Balzac, el famoso novelista autor de La Comedia Humana, y continuamos nuestro recorrido. Cuando ya pensábamos que las sorpresas de Père-Lachaise se habían terminado, nos encontramos frente al último descubrimiento en este lejano cementerio: la sepultura de la familia Herboso España.

Tumba familia Herboso. Archivo Brügmann, 2012
Para saber el origen de esta bóveda, nos remitimos a las memorias del Ministro Francisco J. Herboso, quien escribe: “En 1878 tuvimos la desgracia de perder a una hermana querida, en París, y se compró un terreno en la 81a división, construyéndose un mausoleo de mármol con dos nichos, por si a alguno de la familia se le ocurriera dejar sus huesos allí. En la lápida están grabadas las siguientes inscripciones, nacidas del corazón de una madre amante y cariñosa: Mara Antonia de Herboso y España, née á Quillota (Chili) le 22 mai 1867, Décédée á Paris le 22 février 1878, ange chéri, prie pour tes parents que laisses inconsolables dieu nous a separées; dieu nos reunira…”[7]. En efecto, la ocupante principal es la joven María Antonia de Herboso, hija de los Condes de San Miguel de Carma con presencia en el Chile desde época colonial y cuya madre, Manuela España Ochoteco había sido dama de honor de Isabel II. Recordamos también a la señora España por ser una de las residentes del palacio Echaurren Herboso en la calle Dieciocho, que se inauguró con un baile de fantasía y en cuya ocasión se estrenó también la luz eléctrica en Santiago de Chile. Puedes obtener más información acá.
Sin embargo, la joven Herboso no está sola en la tumba de Père-Lachaise, sino que es acompañada por dos parientes que formaron parte de la confraternidad entre Chile y España en los tumultuosos años de la Guerra Civil. Se trata de la mujer y una de las hijas del Ministro Carlos Morla Lynch, reconocido músico, escritor y diplomático chileno, famoso por su labor humanitaria durante la Segunda República y la Guerra Civil Española; salvando a cientos de personas al darle asilo en la Legación chilena de Madrid, que los salvó de una muerte segura. Este personaje había dirigido las celebraciones del Centenario de 1910, del que puedes obtener más información acá; y tras su brillante actuación, fue enviado a Europa como representante de Chile ante diversos países.

Carlos Morla Lynch, 1929.
En 1912 se casó con María Manuela Vicuña Herboso, conocida en los círculos más íntimos como Bebé Vicuña. El matrimonio tuvo tres hijos, trasladándose a Paris a principios de los años 20, convirtiendo su casa en el centro intelectual hispano del momento, donde se dieron cita notables personajes como el compositor Domingo Santa Cruz, el pianista Rubinstein, Darius Milhaud y Jean Cocteau. La carismática personalidad de Bebé Vicuña generaba simpatía, y ayudó a Morla a frecuentar los más interesantes círculos artísticos, intelectuales y sociales de Europa. Hacia 1928 es enviado a Madrid, pero pocos días antes de abandonar la capital francesa, su hija Colomba muere de difteria, siendo sepultada en la tumba que encontramos en Père-Lachaise.

Aunque el matrimonio se quebrantó luego de la muerte de la niña, continuaron viviendo juntos, y la legación de Madrid se convirtió en el centro de reuniones de toda la Generación del 27, donde notables como Rafael Alberti, Luis Cernuda, Jorge Guillén, los chilenos Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Roberto Matta y el escritor español Federico García Lorca, se daban cita semanalmente en las conocidas tertulias de los Morla, que era animada siempre por la inconfundible voz de la mujer del diplomático. Carlos Morla tampoco quedó atrás en la música, y a la muerte de su hija, compuso una serie de canciones que gustaron tanto, que incluso Federico García Lorca y otros poetas, le pidieron que musicalizara algunos de sus obras. “15 de octubre. Despedida de Manolito Altoaguirre. Hace días que sufro de un insistente dolor de oídos. En la cabeza: el gran rumor de un tren que no acaba nunca de pasar. En ese estado asisto en casa a la soirée de despedida con que festejamos a Manolito y a Concha… Manolito le ha pedido a Bebé que le cante por última vez la melodía que le compuse a su poema Ausencia…”, recordará en su diario.

Juntos, Carlos Morla y Bebé Vicuña, vivirán los tormentosos años de la Segunda República Española donde intentaban asilar primero a los amigos, luego a los conocidos y posteriormente a todo aquel que buscara refugio en esa casa, que se hacía cada vez más estrecha debido al gran número de asilados. Hay quienes criticarán la labor de la pareja, pues su generosidad se debía a una razón humanitaria más que ideológica; es por esto que cuando estalla la Guerra Civil, nuevamente harán de la embajada el asilo de muchos españoles que huyen de la detención, o el triste destino de Federico García Lorca, amigo cercano del matrimonio chileno, quien murió fusilado. Los Morla no se salvarán de las amenazas, los peligros, los allanamientos y otros vejámenes, años más tarde Carlos Morla confesará en su diario, que a veces creía que no escaparían de tantos horrores. 
Maria Manuela (Bebé) Vicuña Herboso en el balneario de Somo, cerca de Santander en España. 1929. Fotografía en Libro María y los espíritus: Diarios y cartas de María Tupper, Ediciones Universidad Católica, Santiago, 2014, p.258

El Conde de Yabes, Bebé Vicuña de Morla, el capitán Francisco Iglesias, Federico García Lorca, Agustín de Figueroa, la Condesa de Yabes, N.N. y Carlos Morla, durante una visita a la finca Miralcampo del Conde de Romanones, cerca de Guadalajara, España. 1936.  Fotografía colección Gabriel Salas Díaz. 
De Madrid pasaron a Alemania, luego a Suiza, Suecia y los Países bajos.  En 1959, el señor Morla es nombrado nuevamente Embajador en Francia, volviendo a Paris, donde dos años más tarde muere su mujer, la recordada Bebé Vicuña, siendo sepultada en Père-Lachaise junto a su querida hija Colomba. El diplomático morirá en Madrid en 1969, trasladándose sus restos al Cementerio de San Justo. Terminaba con él una época de la diplomacia chilena, y una generación de trasplantados que habían hecho de las artes, un estilo de vida.

Observamos por última vez quizás, esta mohosa y olvidada tumba de la familia Herboso, casi ilegible por la erosión del tiempo. Nos vamos eso sí, motivados, pues queremos desentrañar la historia de cada uno de los personajes que visitamos en esta lejana necrópolis. Atrás van quedando los senderos, los bosques, las tumbas románicas, góticas y egipcias; así como también la atenta mirada de esos cientos de rostros fundidos en bronce, que nos acompañaron en nuestra infatigable búsqueda.

Hoy hemos dado una nueva mirada al Cementerio de Père-Lachaise de Paris, una mirada criolla que obvió a los grandes personajes mundiales que reposan entre sus muros, en pos de enfocar sus esfuerzos en conocer la historia de un grupo de compatriotas que abandonó nuestro país hace muchos años, para hacer su vida en la capital francesa, y que desde su vereda aportaron –en menor o mayor medida- su grano de arena en la historia del siglo XX. Este reportaje es un pequeño homenaje a esos chilenos trasplantados, un golpe a la frágil memoria de nuestros ciudadanos y una nueva arista en el patrimonio nacional, esta vez ubicado a más de 11 mil kilómetros de distancia…  

Mausoleo de la familia Pansu, una de las más hermosas de Père-Lachaise en Paris. Fotografía Archivo Patrimonial Brügmann, 2016.

Autores: 
Fernando Imas Brügmann
Mario Rojas Torrejón.
C 2016. Prohibida su reproducción total o parcial.
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[1]  En: Journal Officiel de L’Empire Francais, lunes 14 marzo 1870.

[2] En: Silva, R. Alberto Blest Gana. Editorial Zig Zag, Santiago de Chile. 1953. Pág. 156

[3] Texto original: “Les obsèques de M. Albert Blest-Gana, ancien ministre du Chili à Washington, à Londres et en dernier lieu en France, commandeur de la Légion d’honneur, ont été célébrées hier matin, à dix heures, à la Madeleine. Des couronnes couvraient le cercueil, dont une adressé par la délégation chilienne à la Societé des nations. Une députation d’officiers de la place de Paris, dans le cortège, représentait les honneurs militaires. L’absoute a été donné par le curé de la paroisse, l’abbé Langlois. Le deuil a été conduit par M. Henri Marino, petit-fils du diplomate disparu; la baronne de Batz et Mme Blanco Blest Gana, ses filles, et les autres membres de la famille. Sous le péristyle de l’église, un discours a été prononcé par M. Ibanez, ministre du Chili. Le cercueil a été déposé dans les caveaux”. Valfleury. Le Gaulois, Dimanche 14 novembre 1920.


[4] En: Official Gazette of the United States Patent Office. Vol 317, pág. 364

[5] En: Gonzalez-Vergara, R. Teresa Wilms Montt, un canto de libertad. Editorial Grijalbo, Santiago de Chile. 2009. Pág. 273

[6] Edwards, J. Antología de familia. Editorial Sudamericana, Santiago de Chile. 2002. Pág. 96


[7] Herboso, F. Reminiscencias de viaje. J.M. Herrera Irigoyen y Ca. Caracas, Venezuela. 1905. Pág. 97

6 comentarios:

Francisco Larrain Fernandez dijo...

Felicitaciones por este reportaje , nunca es tarde para aprender de tantos commacionales qiebvivieron en Europa y en especial en París.

Francisco Larrain Fernandez dijo...

Felicitaciones por este reportaje , nunca es tarde para aprender de tantos commacionales qiebvivieron en Europa y en especial en París.

Anónimo dijo...

Notable trabajo de investigación!!!

Anónimo dijo...

Excelente reportaje, como siempre. Sólo quería señalar una pequeña errata: el apellido es Rubinstein, no Rubinnshtein (texto junto a la foto de Carlos Morla Lynch).

Unknown dijo...

Excelente artículo sobre chilenos por el mundo y en especial en la Ciudad Luz.

Muchas gracias.

Unknown dijo...

Me hizo viajar en el tiempo a Europa, conocer a personajes chilenos casi todos desconocidos y en un ameno relato.

Felicitaciones.!!!